—No pude despedirme —suelto un sollozo cargado de dolor—. No debí irme, debí haberme quedado, debí...

—Leanne —pone distancia entre ambos y me toma por los hombros—. Iba a pasar de todas maneras. Duele decirlo, pero es así. Ya nada podía ayudarlo, estaba muriendo lentamente con los días.

—No —niego con la cabeza, limpiándome los rastros de lágrimas.

—Sí. Tú no debías hacer nada, pasó lo que tuvo que pasar. Ya no podíamos hacer nada para intervenir —vuelve a rodearme con sus brazos—. Él se fue teniendo en cuenta que estabas siendo feliz, Lea.

Empuño mi mano sobre su hombro. Mi llanto incrementa.

—Pero yo lo necesito.

—Lo sé.

***

El día es nublado, no hay ni un solo rayo de sol. Todos están vestidos de negro. Es un velorio pequeño, no hay demasiadas personas, optamos por algo más privado. El cura habla del increíble hombre que fue Giovanni Vitali, del buen padre que ha sido con los años y el apoyo incondicional que le ha brindado a toda su familia. La tumba se encuentra frente a mí y mi mirada decae al suelo. No puedo seguir aquí presenciando esto. Me duele demasiado.

Las lágrimas se acumulan en mi mirada. Es difícil soltar a aquella persona que me acompañó desde que era una niña y que me brindó ayuda un centenar de veces. Es difícil saber que mi padre acaba de morir.

No presto atención a las palabras que pronuncia el cura, solo estoy concentrada en la tumba que tiene grabado el nombre de mi padre. No soy capaz de alzar la mirada y afrontar esto. Me siento destruida y solo quiero regresar a casa a llorar como lo he hecho estos últimos dos días.

No sé cuándo es que el cura termina de hablar, pero lo hace y todos empiezan a dejar flores frente a la tumba de mi padre.

—Hey.

Una voz a mi lado me hace moverme un poco sobre mi lugar y una mano se posa sobre mi hombro en señal de apoyo.

—Brandon —murmuro, dirigiéndole la mirada por una milésima de segundos—. ¿Qué haces aquí?

—Tu padre me apreciaba mucho.

Asiento.

—Leanne...

—Brandon, no quiero hablar ahora —lo interrumpo—. Lo apreciaría mucho si me dejaras sola.

—No pretendo incomodarte —su mano vuelve a posarse sobre mi hombro pero me aparto—. Está bien, lo entiendo —alza las manos—. Solo quiero brindarte apoyo. Sé lo mucho que apreciabas a tu padre y aunque nunca sentí lo que estás sintiendo ahora, puedo imaginar el inmenso dolor que sientes. Déjame darte apoyo, no como tu ex pareja, sino como tu amigo.

Lo miro por segunda vez y entonces, me rodea con sus brazos.

—Todo va a estar bien, tranquila —murmura.

Me muerdo el labio para evitar romper en llanto. Siento que voy a sollozar y no quiero mostrarme así, pero me es inevitable. Mi aspecto ya denota lo mucho que he llorado antes de asistir al funeral. Ya no tiene sentido tratar de esconder lo obvio.

—Me duele —admito en un hilo de voz.

—No te preocupes, lo sé —se separa de mí y se aclara la garganta—. Te dejaré a solas. Espero que puedas recomponerte pronto, Lea. Sabes que me importas.

—Está bien, gracias.

Me dedica una última mirada y se retira.

Detallo la rosa que tengo entre mis manos. Es roja. Papá solía contarme que siempre les obsequiaba unas así a mamá, de color rojo oscuro, puro.

Caricias ProhibidasWhere stories live. Discover now