Capítulo 17

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El dolor de cabeza me despierta abruptamente, me empieza a palpitar con horribles punzadas, recordatorio de la noche anterior. Sí, al parecer nos pasamos un "poquito" de copas.

Levanto la cabeza que aún me sigue palpitando intensamente y cuando mis ojos se adaptan a la luz solar, casi se me salen los ojos de la impresión. ¡Demonios! ¿Qué fue lo que hicimos anoche?

Lo primero que destaca en la gran sala de estar, es el montón de botellas de whisky regadas por toda la alfombra persa. Un detalle que posiblemente olvidé mencionar es que nosotros cuatro, se podría decir que nos gusta demasiado el alcohol, eso sí, sin llegar a ser alcohólicos.

Cuando logro levantarme del todo, quedo doblemente impresionada al ver a este trío de locos, durmiendo en posiciones que se ven súper incomodas. Madison está en un mueble individual totalmente acostada con los brazos y los pies extendidos, una posición para nada femenina. Nicolas y Damien, en cambio, están tirados en la moqueta, sin importarles lo incomoda que esta sea, apuesto que cuando se levanten les va a doler todo el cuerpo. Me rio al ver la posición en la que están: Damien boca abajo y Nicolas agarrando su pierna derecha como si fuera una almohada.

Me rio una última vez y empiezo a buscar por todas partes mi celular, hasta que caigo en cuenta que lo deje en el cuarto cuando bajamos con Madison para cocinar. Subo rápidamente a nuestro cuarto y agarro mi celular. Genial, solo tiene siete de batería, tengo que correr para que no se me apague antes de tiempo. Antes de que mi celular se muera por completo, les tomo una foto en donde salen todos, con el montón de botellas de whisky alrededor y sus posiciones de "pase una noche muy loca debido al alcohol".

Después de tomar la foto, pongo a cargar mi celular, no sin antes notar el recordatorio de mi madre: "Recuérdalo, tienes que volver a tu color natural". Ignoro su mensaje y dejo mi celular cargando en el cuarto.

Cuando estaba a punto de ir abajo a ver qué tal está la cocina (que debe estar hecha un desastre) me doy cuenta que apesto debido a tanto alcohol ingerido y además de eso, porque aún tengo partes del cuerpo pegajosas debido a la masa que salió volando anoche por culpa de Nicolas. Decido darme un baño y ponerme decente para no parecer una alcohólica en plena rehabilitación.

Diez minutos después ya estoy abajo viendo el desastre que formamos anoche. Si la sala está así, me imagino cómo estará la cocina. Ay, Diosito, no vuelvo a beber en mi vida. Pero tal es mi sorpresa cuando encuentro la cocina perfectamente arreglada, no me acuerdo de haberla limpiado anoche y estoy segura de que quedo hecha un desastre por los postres.

—Buenas tardes, señorita Malbaseda.

Me giró asustada al escuchar ese saludo. En el quicio de la entrada a la cocina hay un chico muy simpático de unos 20 años, vestido con traje de corbata negra, ya saben, esos que usan los guardaespaldas en las películas.

—Buenas tardes...

Hago una pausa en la que espero que me diga su nombre o apellido o lo que sea. Pero se limita a ignorar mi pregunta implícita.

—¿Desea que le prepare algo de comer, señorita?

—No, muchas gra —de repente caigo en cuenta—. ¿Tardes? ¿Luego qué hora es?

—Son las tres de la tarde, señorita.

Casi se me salen los ojos de las orbitas al ver que dormimos más de medio día, bueno, pero también hay que ver a qué hora nos dormimos, que yo creería que por ahí como a las 4 de la madrugada. ¡Demonios!

Salgo de la cocina y veo como los cuerpos que ahorita estaban tirados por la sala de estar, empiezan a cobrar vida. Uno a uno se van levantando.
Madison es la primera en hablar.

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