Capítulo 6. Final.

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[Disculpen la tardanza. Mi vida es una locura. Lloren conmigo]

 Lloren conmigo]

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15 de enero.
Lunes por la mañana.

Era temprano cuando hizo el café para todos.

La sutil escencia de los débiles rayos del sol bañaron el azulejo de la vieja y colorida cocina; el cielo nublado y gris como era siempre a través de la ventana y Anne sintió frío en los huesos.

La antigua cafetera acomodada sobre su lugar en el estante de madera, ella estirándose para tomarla y el olor a revoltillo con jamón y cebolla surcó su nariz, moviendo algo en su estómago. Su madre revolvía con un cucharón de madera el contenido de la sartén mientras su lento padre depositaba los platillos de cerámica sobre la estrecha mesa del comedor.

Tres tazas de porcelana amarillenta con sus respectivos terrones de azúcar cada una reposaban sobre la encimera y Anne llenó la cafetera con el agua fresca del grifo.

-Negro para mí y con leche para tu madre -le recordó el viejo y ella asintió a su padre, haciéndole entender que había recibido el mensaje, aunque por supuesto eso ya lo sabía.

Llevaba preparando el café para sus padres de la misma manera a lo largo de casi los cincuenta años de su vida.

Esbozó un bostezo flojo. Sus uñas removieron el liviano tapón de la vasija con las letras "Café", cerrando sus ojos ante el típico olor tostado y mañanero que tanto le encantaba.

Era una especie de adicta al café cremoso.

Pero a su sorpresa, café no fue lo que encontró dentro del recipiente exactamente.

Anne arrugó su morena frente, extrayendo un papel prolijamente doblado.

Casi rió al pensar que, seguramente, el papel era alguna factura de compra o nota que su descuidada y olvidadiza madre había metido allí por error -como ya hubo ocurrido con anterioridad.

-Mamá, has vuelto a confundir las vasijas -informó a la mujer que seguía revolviendo los huevos.

-¿En serio? -preguntó extrañada-. No recuerdo haber anotado nada, realmente. ¿Qué dice?

-No lo sé. Déjame revisar.

Anne caminó al lugar de su madre, desdoblando el papel arrugado para mostrárselo.

-Oh, no traigo mis gafas. ¿Me lo lees tú? -pidió y la hija asintió.

Leyó las primeras letras del enunciado en voz alta.

"Hola, mamá"

-Oh, ¿lo has escrito tú? -preguntó la anciana y las manos de la menor temblaron.

No. Ella no lo había escrito.

Por supuesto que no.

El Chico de los CD's | Vol. IIWhere stories live. Discover now