Capítulo 3.

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Ellos iban corriendo, saltando y haciendo ruido por la ciudad como dos niños el primer día de vacaciones

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Ellos iban corriendo, saltando y haciendo ruido por la ciudad como dos niños el primer día de vacaciones.

Si bien Louis seguía medio inmerso en su estado de shock -pues, el que un fantasma te siga hasta casa no es menos que algo absurdamente hollywoodense, atípico, y cualquier adjetivo que se le pueda otorgar-, se trabata de Harry. El chiquillo de los sábados, por el que Louis se había llegado a enamorar en el pasado.

No sabía cuánto tiempo tendría junto a él, pero tampoco podría simplemente evitarlo durante días, o fingir que su encuentro no había sucedido.

Louis iba cubierto por ropa gruesa y una chaqueta invernal, bufanda azul oscuro y su beanie de lana gris; Harry, en cambio, aún estaba descalzo, vestido con la corta y apretada ropa que le había prestado el mayor.

Pero estaba bien, de igual manera no sentía frío.

El chico le había dejado una nota a su novia para cuando volviera, avisándole que estaría afuera un rato caminando y que estaría en casa al anochecer.

Eso no era cierto, sí, pero si le dijera: "amor, un amigo volvió de la muerte y tengo que llevarlo a ver la ciudad todo el día", ella probablemente le diría que ahora sí se volvió loco, o pensaría que en realdidad le está montando los cuernos.

Y no la culparía.

No sabría cómo explicarle la complicada y para nada creíble verdad.

Hicieron varias cosas. Para las dos de la tarde, los dos jóvenes ya habían pasado por los juegos de video, visitado el barrio chino, metido en dedo dentro de la nariz de una estatua en el parque, correteado palomas juntos y visitado el viejo muelle cerca de casa de Louis, que era donde se encontraban ahora.

Simplemente se habían sentado en la orilla con las piernas colgando de éste y sus traseros aplastados contralas tablas de madera, a descansar un rato.

—Creo que ya no soy tan joven -manifestó dramáticamente, con la respiración terriblemente agitada-. Ya no estoy en condiciones de hacer este tipo de ejercicio. Me voy a desmayar.

De facto eso no sucedería, pero se sentía como si sí.

Sus pies mataban, sensación de agujas enterrándose en la planta de sus pies, luego de haber pasado casi una hora intentado atrapar una jodida paloma. Eran bastante veloces, aquellas bastardas.

En primer momento, ni siquiera sabía por qué había terminado él corriendo por la plaza como un loco detrás de un feo ovíparo.

Ah, sí.

Harry le había comentado que de niño siempre quiso jugar a atrapar palomas, tal y como los niños de su barrio hacían. Pero él nunca tuvo un amigo con quien hacerlo, y jugar sólo era aburrido.

Era tan triste. El ojiazul siempre había tenido amigos con quién jugar en su barrio; como ese chico Eduardo, un mexicano que casi no hablaba inglés, pero tenía una pelota, y eso era lo único que importaba entre los chicos. O Ivanna, la vecina de al lado, a quien le gustaba trepar los árboles.

El Chico de los CD's | Vol. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora