Al cabo de unos segundos, el mismo mesero de antes regresa con la intención de anotar nuestros pedidos. El primero en decir el suyo es mi padre, quien también se encarga de escoger el vino ya que tiene más conocimiento que yo. Posteriormente a ello, el mesero pasea su mirada sobre mí, esperando a que tome la palabra.

—Me gustaría una ensalada capresse, gracias.

No tengo mucha hambre y tan solo me gustaría digerir algo ligero. El mesero anota mi pedido y vuelve a mirarme, con los ojos brillosos, como si disfrutara mirarme.

Sin embargo, mi padre lo saca de su burbuja lejana a la realidad, aclarándose la garganta.

—¿Necesitas algo más o...? —indaga Giovanni, mirándolo.

—No señor, lo lamento —sonríe y noto que se sonroja—. En unos minutos traeré lo que pidieron.

Le dedico un asentimiento de cabeza a modo de agradecimiento junto con una leve sonrisa y cuando nos quedamos a solas, lo miro mal.

—No tenías que intimidarlo así —me quejo.

—Se había quedado idiotizado mirándote, tenía que intervenir.

Esbozo una leve sonrisa y niego con la cabeza. Conversamos un poco en lo que tenemos de tiempo hasta que el mesero llega con la costosa botella de vino que sirve en ambas copas y se retira en silencio.

Me llevo la copa de vino a los labios, saboreando la textura y el delicioso sabor que emana.

—¿Cómo se llama? —interrogo—. Está delicioso.

—Bolgheri-Sassicaia. ¿Quieres que te compre una botella?

—No me malcríes —le doy otro sorbo a la copa. Siempre le ha gustado consentirme con la fascinación que tenemos en cuanto a los vinos. Recuerdo que en mi cumpleaños número veintiuno me regaló una botella de vino.

Mi padre no es de muchos detalles dramáticos que demuestran todo, más bien, es el tipo de persona que te muestra su cariño dependiendo su humor y dependiendo que tan malo fue su día. Siempre me ha gustado la conexión que tenemos, nos entendemos muy bien y lo aprecio mucho.

Siempre me ha apoyado, no hubo ni una sola vez en la que me haya defraudado.

Conversamos un poco en lo que queda velada, el mesero trae nuestros pedidos, se retira y continuamos con las conversaciones usuales de siempre. A decir verdad, pasamos una buena estadía en el restaurante; la comida es exquisita, el vino me ha dejado sin palabras, la atención al cliente, el entorno y el sitio en el cual está ubicado... Es perfecto.

He venido aquí un par de veces con mis amigas a cenar, pues está cerca de mi edificio y tiene un buen servicio. Además, los platillos no son tan costosos.

Llega el fin de la hora de comer, pagamos la cuenta y abandonamos la estancia, regresando al exterior atosigado por la brisa helada de la noche.

Me pego del brazo de mi padre como una niña pequeña apenas estamos fuera.

—Antes de irnos, demos una caminata por las calles. Te he extrañado y lo más probable es que no podamos vernos tan seguido.

Me sonríe y ladea la cabeza hacia la derecha para que avancemos por las calles de Milán.

—¿Vas a viajar? —interroga.

Sacudo la cabeza en negación.

—Aún no. Lo más probable es que mi próximo desfile de modas sea aquí, en Milán.

Asiente con la cabeza.

—¿Sabes dónde está Alexander? —interrogo—. Últimamente no he podido comunicarme mucho con él.

Caricias ProhibidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora