Corrí con ellos, metiéndome en las ruinas de casas que abundaban, derribando muros, lo que fuera que obstaculizara mi camino.
Un hombre me dio en el rostro con algo realmente pesado en apariencia. Creyó haberme dislocado el cuello.
Lo único que provocó, fue una grieta en mi máscara, un rasguño que cerró de inmediato.
Vi el terror en sus ojos al volverme recuperado.

—¿Crees que no me duele, imbécil? —mascullé molesto disparándole. Cayó muerto—. Maldición... —Troné mi cuello y aseguré mejor los cristales rotos de mi máscara—. ¿Por qué esa obsesión de mantenerlos aquí?

Hice un paso cuando escuché un crujido que me obligó a asomar la cabeza por la puerta sin goznes. Limpio.

Una joven lloraba desesperada, agazapada contra la sucia pared. Me acerqué a ella, lucía cansada, se aferraba a su vientre. No tenía más de dieciocho años, y estaba a punto de parir según supuse por los gráficos del casco al analizarla. Los registros cardíacos marcaban la aceleración de los órganos vitales maternos y del feto.

—Señor —llamé—, ¿está viendo?

Estoy viendo, Alpha —suspiró—. Di una orden muy clara.

—Está pariendo...

¿Estás desafiando mi orden, Alpha? ¿Debo considerar esto como traición?

La miré por un momento. Ella rogaba porque la dejara irse, que los tendría allí de no ser así.
La voz de Hiringger gritándome en el oído me enloquecía... pero fue interrumpida por la de Pentagon.

«Una mujer embarazada lleva vida, aunque no la veamos, está ahí —decía—. No la carga en brazos... la carga en su vientre. Por lo que, tiene tanto derecho a vivir como la que ya parió. No violarías ningún protocolo u orden si la dejaras ir».

Cerré los ojos con fuerza, quité el auricular y volví a ella.

—Vete —ordené—. ¡Vete ahora!

La ayudé a incorporarse. La joven agradeció y se alejó dificultosa.

Estaba saliendo del escondite cuando mi cuerpo se heló. Mis ojos no daban crédito a lo que acababan de ver... la joven... la joven a la que acababa de salvar... cayó sin vida justo frente a mí.

Oí risas de uno a mi izquierda: Illeon. Infeliz, reía burlón al verme.

—No era tan difícil, ¿verdad? —burló.

—¿Qué hiciste? —reclamé acercándome.

—¡Nuestro trabajo! Eso es a lo que vinimos, ¡vinimos a cazarlos! —espetó enfadado por el regaño—. ¿Qué te pasa? Era una mocosa irresponsable trayendo una criatura a este mundo. No merece tu lástima... ninguno de ellos la merece.

Lo vi voltear, darme la espalda.
Por mi cabeza pasó el fugaz instante —uno de miles que tengo— en que un niño de no más de diez años caía tras recibir un tiro en la cabeza. Otro idéntico a él lo lloraba, lo llamaba e imploraba a Dios para que no lo dejara solo. Pasó el rostro de un pequeño llorando y fundiéndose conmigo en un abrazo... lo sentí tan real, tan cercano que no pude evitar lagrimear.

«¡No, Gary! ¡Gary ven!»

Cerré los ojos con fuerza al oír un agudo pitido en mis oídos y volví a abrirlos, bajando la vista a la joven.

—Tienes razón —dije. Illeon giró a verme—. Ninguno merece mi lástima.

Alcé el arma de Xenón del muerto y di en su cabeza, Illeon cayó a mis pies.
Los demás soldados que iban tras los fugitivos, se volvieron. Abrían bien grandes sus ojos por la escena.

NHEREOS: Nacer para Sobrevivir © [NHEREOS #1] [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora