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A Rafael Cienfuegos y su maravillosa creadora.


Horas después del espectáculo, con cada músculo de su cuerpo adolorido, Rafael pensaría en la conmoción de la noche. En el papel que él mismo jugara para que las cosas acabasen tan mal. Él solo había querido representar de forma impecable el papel del príncipe Sigfrido. Naciste para el ballet, solía decir su primera instructora en la casi derruida Casa de la Cultura de su zona. No basta con tenerlo en la sangre, asómate a la acera y verás a diez como tú que moverán el cuerpo al son de apalear una lata. El ballet es cruel, Rafa, el arte más cruel. ¡Endereza los hombros, piernas en primera posición, de nuevo y uno y dos y tres...!

Fumando el décimo cigarrillo en esos tiempos tardíos, contempló la fachada del Gran Teatro Nacional con sus ornamentadas columnas y estatuas. Un escalofrío lo hizo revolverse. Una de las chicas del cuerpo de baile caminó en su dirección y le hizo señas de que le pasara el cigarro. No se dijeron más que algunas frases torpes producto de El Suceso. Rafael no tenía deseos de hablar. Deseaba desvanecer la noche, o mejor: recogerla como si fuera parte del atrezo de una de las funciones. Cartón pintado, telas que a la fría luz mostraban su avanzada edad, luces y espejismos que, ya innecesarios, debían salir de la vista.

Y, ¿no habían sido parte de la escenografía los últimos dos años donde creyó conocer la obra que era su relación y los papeles que ambos jugaran? Al final era el tonto Sigfrido que ni siquiera podía reconocer al cisne correcto.

—Terminaron conmigo.

Rafael ladeó la cabeza. Culpó al cansancio físico y mental por no haber escuchado a Diego acercarse. Ni ganas tenía de interrogarlo. Si lo meditaba, tampoco quería saber.

—No me van a llevar a la estación. Rafa, ¿me oíste?

—Eso es bueno.

El recién llegado, Diego, que a diferencias del partenaire principal tenía sangre de fuego en esa venas marcadas suyas, no reaccionó bien a la postura, en apariencias serena, del veterano bailarín.

—¿Bueno? —Agarró con brusquedad la barbilla de Rafael y le giró la cara para que lo enfocara—. Macho, bu-bueno habría sido no tener todo esta sangre empegostá arriba.

El valiente y echado para adelante Diego era un manojo de nervios. A veces, Rafael se cansaba de los abruptos sofocos del joven, del tartamudeo y del estómago descompuesto, todas consecuencias físicas nacidas de una ansiedad que convivía con el mismo ímpetu que tanto ensalzaban de su compañero.

—Vámonos de... ¡Alto! ¿Qué estás haciendo? ¿Se te olvidó que estamos en público?

El público siempre estaba presente, incluso cuando no venían a observar las bellas coreografías. Diego se retrajo ante su exabrupto y puso tal cara que Rafael se sintió como un hijo de puta.

No había sido otro que Diego quien asumiera lo peor de la noche cuando ni siquiera había sido el responsable. O no por entero. Rafael se había congelado, las bailarinas se habían congelado, ¡el mismo coreógrafo permaneció clavado en su sitio!, y fue Diego, objeto de reiteradas críticas, susurros maliciosos y miradas venenosas, quien le hizo frente al lío.

Rafael rozó el dorso de su mano contra los dedos del otro bailarín y, con un suspiro a modo de rendición, de hastío para consigo mismo, musitó:

—Estoy loco por caer en la cama. Vamos.

—¿A t-tu casa? ¿Con la gente observando? —Había un retintín más que merecido en la última pregunta.

Bueno, ¿qué más daba? Si ya el ballet, los tramoyistas y hasta las telarañas se habían enterado de que Rafael era maricón. Maricón y en el closet, lo que era peor.

—Sí, que observen. —Y agarró con un firme apretón la mano que antes había rechazado.

Mientras caminaban la poca distancia que los separaba de El Capitolio, brillante y renovado, Rafa aguantó estoico las miraditas, risas y comentarios malintencionados del macherío que rondaba la zona. No le iba a dar el gusto de verse humillado. «Lo último que necesita Diego —pensó, molesto—, es que también le falle a él».

Tenía más que suficiente con haber sido la causa de unos nervios destrozados. Dos en una misma noche sería demasiado.

El otro cisneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora