Asiento con la cabeza.

—¿Cómo estuvo la luna de miel?

—Perfecta.

—¿Follaste mucho? —interrogo.

—Más que tú.

Ruedo los ojos ante su respuesta y termino de beberme el trago. Me levanto del taburete y lo observo.

—¿Vas a quedarte aquí? —interrogo.

—No, ya es un poco tarde. Los demás ya están en sus habitaciones.

Ni siquiera me di cuenta de aquel detalle.

—¿Saldremos a algún lado? —interrogo mientras avanzamos hacia el interior del hotel.

—De momento no —responde—, ha sido un día un poco agitado por el viaje. Saldremos mañana por la mañana en el yate que Cindy rentó, por el mediodía tendremos un almuerzo en el restaurante del hotel y por la noche iremos a otro restaurante.

Eso significa que podré cenar en la habitación a solas. Que buen plan.

—Ok.

Nos metemos dentro del ascensor y presiono en botón que nos lleva a la planta en la que se encuentran nuestras habitaciones.

—Te veo mañana, idiota —digo cuando me encuentro frente a la puerta de mi habitación.

—A ver si puedes dormir con esa falta de sexo —se burla.

—Cállate.

Lo oigo soltar una carcajada y termino por encerrarme en mi habitación. Avanzo hacia la cama y me meto dentro del cuarto del baño, en donde abro el grifo de la ducha.

Me desvisto y me meto debajo del chorro de agua, sintiendo como se me relaja el cuerpo ante el agua caliente. Una vez la ducha finaliza, me visto con ropa de dormir, me cepillo el pelo y me dejo caer sobre la cama.

Llamo al servicio del hotel a través del teléfono que se encuentra sobre la mesita de noche y ordeno un platillo italiano suave de verduras y un buen vino. Cuelgo la llamada al haber realizado mi pedido y me acaricio la sien antes de enfocar mi atención en mi teléfono.

Nos intercambiamos un par de mensajes con Emma y Hailey a través de correos electrónicos, quienes me cuentan qué han estado haciendo en los últimos días. Usualmente, conversamos a través de las todas las noches a menos que nos encontremos juntas. 

Dejo el teléfono a un lado cuando tocan la puerta de la habitación y corro hacia esta, encontrándome con una mujer vestida formalmente que lleva una bandeja junto con una botella de vino.

—Señorita, su pedido —dice y me hago a un lado, dejándola pasar. Deja las cosas sobre la mesa y me observa—. ¿Requiere de algo más?

—No, no se preocupe, muchas gracias.

Me dedica un asentimiento de cabeza y procede a abandonar la habitación. Quito la tapa de la bandeja y observo la comida que me coquetea con ganas de que la digiera.

El mal hábito me gana y al no querer cenar sobre la mesita que dispone la habitación, ceno sobre la cama. Es un mal hábito que suelo hacer cuando me encuentro muy cansada y la verdad que ahora mismo solo me apetece saborear este platillo junto con el delicioso vino tinto que ordené.

Posteriormente a haber cenado, dejo las cosas en orden y me dirijo a cepillarme los dientes antes de regresar a la cama.

Apago las luces, me cubro con los cobertores y me dejo dominar por el sueño profundo. Al día siguiente, me despierto a eso de las nueve de la mañana con demasiada energía.

Caricias ProhibidasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt