Capítulo 3. Gato

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La gran esfera brillante asomó entre las nubes que había sobre La Garriga y, justo en ese momento, la tranquilidad que se respiraba en las calles del centro del pueblo fue aniquilada por el retumbar de los potentes altavoces de un Volkswagen rojo mientras bordeaba la Plaza de la Iglesia. Raúl Fuentes lo siguió con la mirada hasta que desapareció más allá de la fachada del templo. Luego tiró de la persiana del local hasta dejarla a media altura.

Pasaban unos minutos de la hora del cierre oficial, que era mucho antes de la hora de cierre habitual. Cerró las puertas interiores mientras se giraba para contemplar al último cliente, que seguía sentado en la barra.

—Es hora de irse a casa.

El tipo no le respondió. Se limitó a tomar un nuevo trago de cerveza.

—Tal y como te lo digo, tío…

Raúl había escuchado la historia de la juventud del viejo Josep en la Legión Española, y de su época en Ceuta, al menos media docena de veces. Aquella noche estaba cansado y no tenía ánimos para volverla a oír. Al cruzar el pasillo recogió una chaqueta abandonada en una silla, una tejana de color azul grisáceo. Recordaba a la chica que la llevaba. Decidió dejarla en el rincón de los objetos perdidos, el colgador que había en la cocina, justo al entrar a la derecha.

—…cuatro malditos moros. Cada uno con sus cuchillos desenfundados…

Raúl caminó hacia la cocina y aprovechó para observar la copa del viejo borracho. Había tomado un par de tragos desde que cerró la persiana, pero su vaso estaba más lleno.

—…y te aseguro que lo vi en sus ojos. Esa era, su maldita cara de muerte.

—Vete a casa, Josep.

—Tendrías que haber visto cómo les brillaba la mirada a la luz de la luna...

—Ya te has llenado la copa demasiadas veces. Vete a casa.

El viejo calló de repente, a media frase.

—Perdona ¿cómo has dicho?

—Que te vayas a casa. Es tarde.

—¿Me estás llamando ladrón?

—Mira, te has llenado el vaso varias veces cuando yo no miraba. Y estoy cansado. Vete a casa.

La mano del viejo se movió con rapidez. Aún conservaba algo de la pericia de los años en el ejército. Raúl no fue capaz de prever que Josep iba a sacar una navaja de su bolsillo y, para cuando se dio cuenta, la hoja estaba a pocos milímetros de su garganta.

—Este es el recuerdo que guardo de aquella noche. Se la quité a uno de los moros y con ella le hice una bonita marca en la frente que van a recordar él y su familia durante toda la vida.

Al viejo le temblaba el pulso. Raúl pudo notar el metal acariciando los pelillos de la barba de tres días que le asomaban en el cuello. También sintió un sudor frío recorrerle la espalda. Entonces llegaron los recuerdos del pasado reciente, imágenes que quería enterrar: su puño golpeando carne; el crujir de un hueso; una mujer pidiendo clemencia. Recordó aquella noche, a la vez demasiado cercana y lejana en el tiempo. Y recordó la rabia. La ira. El vacío del dolor, de la culpabilidad.

—Aleja ese cuchillo, Josep —la voz de Raúl sonó entrecortada, apenas audible—. Estás borracho y yo no he sido siempre camarero. No quiero hacerte daño.

Josep siguió sujetando el arma en silencio, mirándole a los ojos.

—Miquel está en el almacén. Puedes buscarte muchos problemas.

El viejo pareció reaccionar. Un instante después la expresión de su mirada se relajó, cambiando por completo. Apartó los ojos de los de Raúl, parpadeando, y se dio cuenta de que lo tenía arrinconado con el cuchillo en el cuello. Sin mediar palabra, guardó la hoja en su bolsillo y caminó hasta la puerta, donde se detuvo para mirarlo una última vez antes de abandonar del bar. Luego desapareció en la noche como si nunca hubiera estado allí.

Tiempo de Héroes - Acto 1Where stories live. Discover now