―Mmm... Eso me suena.

―También te lo ha dicho Marina ―dedujo.

―¿Y qué hay de lo que hice con ella? ¿Eso tampoco lo desapruebas?

―¿Que la protegieras de su acosadora?

―Bueno, a veces lo pienso y... Solo éramos niñas.

―Con catorce ya no se es tan niño, y el daño que pueden hacerte es para toda la vida. No, merecía ser expulsada, que no se le permitiera seguir maltratando ni a Marina ni a nadie. Además, yo hice algo parecido. Bueno, peor.

―¿Ah, sí?

―Con mi mejor amigo de ese entonces. Uno de nuestros profesores abusaba de él y acabó con suficiente droga entre sus cosas como para ir a la cárcel.

―Pobre muchacho. ¿De dónde sacaste la droga?

―¿No había ningún camello en tu clase?

―Sí, pero ¿eso no te implicó? O podrían haberte pillado. No estamos hablando de un simple móvil.

―Irene, yo no hice nada. Solo pagué para que se hiciera. Es algo que aprendí por las malas, porque realmente prefiero encargarme de los problemas yo solo.

―¿Cómo lo aprendiste?

―¿No lo desapruebas?

―Me gustan las personas resolutivas y encargárselo a otro es la manera más inteligente de proceder, en mi opinión. Pero ¿cómo estás seguro de que no te delatarán? Y contéstame.

―Lo aprendí a los doce años, cuando mi padre se hartó de mis travesuras. Bueno, reconozco que esa vez me pasé: le dije a alguien de clase que le conseguiría una cita con una chica que le gustaba si dejaba una bolsa en uno de los asientos del autobús escolar. La bolsa tenía un reloj que sonaba como si hubiera una bomba dentro. Muchos se asustaron y la monitora incluso se desmayó. Le pillaron, claro, eso era lo que yo pretendía; la chica me había pedido ayuda porque él la estaba acosando. Fue mi palabra contra la suya y ella me apoyó, pero mi padre sabía quién era el verdadero responsable y habló con el juez. Pasé todo el verano recogiendo basura.

Torció el gesto como si estuviera oliendo algo apestoso y deduje que se había sentido muy humillado. Que alguno de sus compañeros le había visto. Que probablemente le guardaba rencor a su padre, a pesar de que este llevaba varios años muerto.

―¿Qué querías tú de la chica? ―pregunté sin muchas ganas de saberlo.

―Era mi amiga.

Sonreí.

―Así que eras un pequeño mafioso ―dije juguetonamente, acariciándole una oreja―. Una especie de padrino que cuida de los suyos.

Sus ojos negros se fijaron en mis labios. Tuve que interponer un dedo para que no me besara.

―No me has contestado del todo ―le recordé.

―Para conseguir lo que quiero de alguien, primero debo saber lo que ese alguien quiere y asegurarme de que tiene claro que me lo debe. Que me necesita de alguna forma y de que lo seguirá haciendo en un futuro. ¿Ves por dónde voy?

―Lo manipulas ―deduje―. Aunque es un beneficio mutuo.

―Es más mío. Porque si algo saliera mal, la responsabilidad sería solo suya. Darle lo que quiere no basta, también he de tener algo importante en su contra. Además, los jueces ahora me escuchan a mí.

La idea de que él estaba implicado de algún modo en el final de su padre cruzó mi mente como una estrella fugaz. Pero yo sabía que había sido por un infarto mientras tenía sexo con una de esas novias, Marina me lo había contado entre lágrimas de vergüenza, y, además, por malo que hubiera podido ser con él, su padre formaba parte de su familia.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora