El tic-tac del reloj no se detiene, está colmando mi paciencia. No puedo cerrar los ojos, cada vez que lo intento la cruda imagen de aquellos cuerpos vuelven a nublarme la vista.

Tengo la mente hecha pólvora y el corazón sujeto con pinzas.

La última vez que tuve ese sueño fue hace una semana. Pero había sido un poco distinto, solo vi un cuerpo y la habitación no era tenebrosamente oscura. La luz era la justa para ver el espejo colgado en la pared, donde siempre aparecía mi reflejo, una versión joven de mí; un mocoso flacucho de cabello greñudo y sangre salpicándole el rostro.

En la correccional, las pesadillas eran lo peor, ya que en ese lugar no había forma de encender una luz.

El lápiz mordisqueado se me cae da la mano, repica contra el piso y me quedo paralizado. El profesor me mira desde la pizarra, sus lentes redondos resbalándole por la nariz. La preocupación escrita en su rostro.

–¿Jeon, sucede algo?

Listo. No puedo hablar. ¡Y estoy harto de ese maldito reloj! Me pongo de pie botándolo todo sin querer, algunas risas resuenan a mi espalda, amenazo a esos idiotas con la mirada y recojo mis cosas. Los únicos ojos preocupados son los de una chica sentada a mi lado, la misma que ha intentado coquetear desde el primer día de clases.

A la mierda la anatomía. Bajo los escalones pasando por los bancos largos y hago caso omiso a las preguntas del profesor. Mi cuerpo sigue tenso a pesar de haber salido de ese salón.

Hay veces en las que me cuesta respirar. Quiero que el aire entre, respiro lento, rápido, pausado, incluso hiperventilo... pero el oxígeno no parece llegar a mis pulmones. Este es uno de esos momentos. Me siento sofocado y tengo la insana ansiedad de golpear lo primero en lo que mis ojos se puedan fijar.

Soy un muñeco de papel sin fuerza, siendo succionado por un agujero de gusano. Así es como se siente el pánico.

Salgo del campus apretando y aflojando el agarre en el asa de la mochila que me cuelga del hombro. Estoy tan agotado de los sonidos. La señora Park me llevó al médico cuando me rescató. Recuerdo la cara tosca del doctor, dijo que mis oídos eran fácilmente irritables y, una vez me presentase, los sonidos serían aún más audibles que antes.

El viento que mueve mi cabello al pisar el acelerador de la moto, me hace sentir menos claustrofóbico de lo que me he sentido en todo el día.

He vivido con esto desde hace algún tiempo, un muy largo tiempo. Pero algo debe haberse activado en mi cerebro, porque los malos sueños son cada vez más frecuentes y más largos.

Conduzco hasta el único lugar en el que me han dado alguna respuesta. La estación de la calle C fue donde mi segunda vida comenzó, llegué ahí siendo otro niño, supongo que mi sombra mató al de verdad. Supongo que ahora soy esa sombra.

–¡Jungkookie!– miro a la mujer que vestida con su uniforma azul sale del escritorio para abrazarme–. ¡Estás gigante niño! Joon dijo que habías salido pero nunca viniste a visitarnos.

Puedo ver la Glock en su cinturilla. Ella es una ruda oficial, me cuesta verla haciendo papeleo.

–Creí que estarías ocupado... ya sabes... quitando el crimen de las calles y esas cosas.

Una risa fresca escapa de sus labios. Chifla llevando los dedos a la boca y es cuando un robusto hombre sale por la puerta doble. Su mirada está fija en un documento, lleva el uniforme algo arrugado y parece que ha tomado demasiada cafeína e inhalado mucha nicotina.

–Heize, te dije que no me molestaras a menos que... Jungkook.

Sonrío a más no poder cuando el hombre grande me atrapa como a un osito. Incluso mis pies se separan del piso.

ANIMALS ~ KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora