Capítulo 8: Acrobacias

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Tan pronto cerró la puerta supo que estaba haciéndolo de nuevo, esa coreografía que había practicado tantas veces: dejar las luces bajas, poner las llaves sobre la mesilla, servir dos whiskys y darle play a la lista de Wynton Marisalis, justo antes de sentarse varios centímetros más cerca de lo necesario de Ana María. La coreografía largamente estudiada de acostarse con una desconocida.

Se habían mirado insistentemente durante la tarde, habían coqueteado por encima de Santiago y a la vista de todos, inclusive cuando sentía que la estaban abandonando las fuerzas, la sonrisa magnética de Ana María la había vuelto a enganchar a la vida. Luego esa mano, que no había abandonado su pierna mientras la llevaba hasta su casa, y el momento de demasiada cercanía antes de que la llave girara en la cerradura... No necesitaba tantas señales, se gustaban.

El problema era que Ana María no era una desconocida, sino la prima de su mejor amiga, «la doble de acción, más bien», pensó mientras chocaban los vasos por tercera vez. Y por eso esa noche no podía acabar como tantas otras, porque no iba a poder pedirle un taxi en la madrugada y olvidar su nombre al día siguiente; porque rápidamente todos sabrían lo que había pasado, incluyendo a Amalia, y eso era demasiado riesgo por una calentura momentánea.

— Entonces... ¿te gusta vivir en Washington? –puso un tema para dejar de mirarla fijamente a los labios

Ana María dudó un momento antes de contestar, desconcertada por el cambio de ambiente — ¿Qué quieres saber? No –sonrió mientras negaba con la cabeza– ¿qué haces?

— Trato de conocerte –y aunque intentaba evitarlo, sintió cómo se acercaban cada vez más.

La respuesta fue un beso rápido y mojado que la dejó desconcertada. Estaba acostumbrada a dar el primer paso y tomar las decisiones, las chicas que solía traer a casa bien podían ser conejitos asustados en la madriguera de un león. Ceder el control era nuevo y no estaba segura de que le gustara. Cuando abrió la boca para hablar, se le habían perdido las palabras; lo que sonó fue a penas aire pasando por su garganta mientras controlaba un pequeño absceso de pánico.

Ana María la miró divertida, todavía muy cerca de su boca — ¿De verdad te interesaba Washington?

— Uhm... –se miró las manos, buscando cómo salir de ese momento sin cerrar del todo la puerta.

— Si me dices que no te gusto me voy a reír hasta el divorcio de mi prima –le dio un trago decidido a su whisky esperando que Silvia respondiera pero no sucedió nada–. Dime ¿tienen algo?

Silvia ladeó la cabeza fingiendo confusión. No quería ni imaginarse lo que pensaban los demás a su alrededor si Ana María podía poner el dedo sobre la llaga en tan pocas horas, así que lo mejor que podía hacer era fingir.

— ¿De qué hablas? –contestó quizá demasiado rápido, atropellando sus propias palabras.

— Amalia y tú –suspiró como si fuera obvio–. En la familia siempre se ha dicho que ustedes... –dejó que el silencio completara la frase.

Silvia sonrió, como si le hubieran dicho que se había ganado la lotería, a medias entre la incredulidad y la añoranza.

— Somos amigas, las mejores amigas.

— ¿Segura? –Ana María dejó caer su mano suavemente sobre el brazo de Silvia–. Porque me gustas –sonrió, era una sonrisa hermosa pero no subía hasta sus ojos–, y sé que te gusté. Si mi prima no es un obstáculo entonces... ¿de verdad te interesa Washington?

No, definitivamente no necesitaban tantas señales, el juego que habían jugado toda tarde había venido a cobrarle y era hora de pagar con un poquito de verdad, incluso una cobarde como Silvia podía reconocer cuándo era momento de asumirlo. Sonrió para controlar los nervios ya que el whisky no la iba a ayudar.

— Amalia no sabe nada de esto –vio la oportunidad para sacarse un peso de encima: un criminal podía confesarle su crimen a otro, se protegerían mútuamente–. No sabe que me gustan las mujeres, no sabe... nada –pero no pudo, el miedo se atrincheró en su garganta antes de que pudiera continuar.

Ana María la examinó con la mirada antes de resolverse a contestar.

—Tranquila, no voy a ser yo la que le cuente –levantó el vaso una cuarta vez–. Por el closet –brindaron con una risa que deshizo la tensión, las dos tomaron el resto del trago de un sorbo porque sabían que no volverían a ver los vasos.

Luego todo fue prisa. El vestido azul casi se rompe por la pura torpeza de Silvia, las manos le temblaban entre los nervios y la anticipación, pero logró que el cierre cediera justo antes que la tela lo hiciera. La ropa interior vino tinto de Ana María era exquisita, o tal vez Ana María en ropa interior era exquisita y tan parecida a Amalia que esta vez no necesitaría apagar la luz para poner a rodar su fantasía.

Ana María la desvistió con la misma urgencia, las dos volvieron a tomar aire ruidosamente cuando por fin se abrazaron desnudas. El sofá no iba a poder acomodar la manera animal en la que Silvia se estaba sintiendo, así que la llevó hasta la habitación, dejándola caer sobre la cama de espaldas a ella para luego recostarse encima. El contacto de su piel contra Ana María fue un choque eléctrico que la obligó a ir más lejos, más a prisa. No tenía tiempo de deshacerse de la ropa que les quedaba, o sí lo tenía pero no quería gastarlo en eso; hizo a un lado como pudo la tanga de encaje y desde esa posición incómoda intentó llenar la urgencia de Ana María.

La banda sonora que llenó la habitación habría despertado a los muertos, no por ruidosa sino por sensual. Ana María jadeaba ligeramente, a penas suspiros agónicos que hacían eco de la respiración profunda de Silvia.

La fricción del movimiento entre las dos acompañaba maravillosamente los pensamientos de Silvia mientras se hacía las aclaraciones mentales del caso: «Con Amalia me tomaría mi tiempo, no es Amalia, no huele como ella, no... seguro que no gime como ella, no», un empujón más sería suficiente «Eso nunca lo sabré, la que sueña con esto soy yo, no Amalia». La urgencia se fue transformando en frustración mientras se obligaba a mantener el ritmo por Ana María.

No supo a qué hora había acabado la primera ronda, pero Ana María le había dado la vuelta a la situación y ahora subía por su cuerpo paralelo la cabecera de la cama, poniendo la mezcla justa de sensualidad y fuerza en cada contacto. Necesitaba esto, diluirse por un momento en otra persona, salir de su cabeza, dejar de pensar en la boda... y con esto seguro lo lograría.

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⏰ Last updated: Jan 24, 2020 ⏰

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