Cita (Marín, Aioria, Kiki)

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Habían decidido pasar la tarde en el pueblo, ambos santos se alistaron para salir. Marín decidió dejar su máscara atrás, por lo menos ese día, ya que Atenea había disuelto la absurda ley que les prohibía mostrar el rostro, aunque ella la seguía portando, no creía oportuno llevarla para dar una vuelta en la Ciudadela del Santuario.

Se encaminó a la entrada de los doce templos donde ya el León Dorado la esperaba. Admiró la vestimenta que había optado aquel día, jamás creyó que lo llegaría a ver con jeans, camisa y zapato casual, pero no debía sorprenderse tanto cuando ella misma llevaba un sencillo vestido de color azul claro y unas zapatillas con un ligero tacón. Ambos se sonrieron.

—Te ves preciosa—le dijo Aioria mientras la abrazaba.

—Tú también te ves muy bien—comentó de vuelta la amazona.

—Bien, vamos.

Aioria tomó la mano de Marín para que comenzara caminar. Ese tipo de gestos se habían vuelto comunes entre ambos, aunque apenas se estaban acostumbrando a ellos, pues antes de la guerra contra Hades, su relación la llevaban de manera más discreta, pero ahora en su segunda oportunidad, se daban más libertades con la venia de su diosa.

Apenas habían dado unos pocos pasos, cuando captaron unos sollozos y llenos de curiosidad se encaminaron a uno de los pilares que rodeaban la casa de Aries, donde encontraron al pequeño discípulo de Mu, llorando.

—Kiki, ¿qué es lo que tienes? —preguntó dulcemente Marín.

—Es que...—comenzó el niño limpiándose las lágrimas—el señor Mu no me permitió ir al pueblo y hoy está la feria y yo...

No pudo continuar porque las lágrimas volvieron, los santos voltearon a verse y ambos se entendieron, el León se acercó a ellos y se puso a la altura del pequeño.

—¿Por qué no nos acompañas? Después yo hablo con Mu para que no tengas problemas—el pequeño lo miró y en sus ojos brilló una chispa de ilusión.

—¿En serio? —dijo enjuagándose las lágrimas y sonriendo ligeramente—pero... ¿No seré una molestia? No quiero arruinarles, ni interrumpirles la cita—dijo con inocencia. Lo que provocó la risa de los mayores.

—No te preocupes por eso—esta vez fue Marín la que habló—anda, ven. Ya luego nos encargamos de apaciguar a tu maestro.

Le guiñó el ojo y Kiki no lo pensó dos veces, se levantó en el acto y se encaminó a la salida del Santuario siendo seguido por la pareja que se encargó de advertirles a los guardias que, en caso que el santo de Aries preguntara por su alumno, le informaran que estaba con ellos en el pueblo.

La tarde se la pasaron persiguiendo al travieso aprendiz y consintiéndolo en todo, sabían que Mu no iba a estar feliz con eso, pero a diferencia del lemuriano ellos no podían negarse a la carita que les ponía Kiki cada vez que quería una golosina o subirse a alguna atracción del parque. De los más simples hasta algunos que, incluso ellos como santos, podían catalogar como peligrosos.

Hacía el final del día Kiki les informó que se encontraba cansado y que los esperaría en una banca cerca de la última atracción que les faltaba, la noria.

—Sí quieres nos podemos regresar, de todos modos, ya es tarde—le comentó Marín.

—No se preocupen por mí, de verdad. Vayan, yo aquí los espero—y les puso esa carita a la que ellos no podían resistirse.

Fueron directo a la atracción, mientras Kiki los esperaba junto al guardia, le dedicaron una última sonrisa y subieron.

—¿Crees que nos esté compensando? —preguntó Aioria mientras la noria se ponía en marcha.

—Es lo más probable—respondió la amazona recargando la cabeza en el hombro de su pareja.

—Estás cansada—Aioria la rodeó con sus brazos y le dio un beso en la frente.

—No es fácil ir tras un niño con tanta energía como Kiki, pero admito que fue divertido.

—Lo fue y eso me hizo darme cuenta de algo.

—¿De qué? —Marín miraba a su pareja expectante.

—De la gran mamá que llegarás a ser.

—Aioria, yo...

—¿No te gustaría? porque a mí sí me gustaría ser padre.

—¿En serio?

—Claro, solo sí tú me aceptas, por supuesto.

Marín miró con emoción como Aioria se arrodillaba delante de ella. La Ciudadela resplandecía a la luz de las luces multicolores que iluminaban sus calles y la feria esa noche; la luna brillaba en lo alto y el León Dorado creyó el momento perfecto para del bolsillo de su pantalón sacar una pequeña caja de terciopelo y ponerla frente a su pareja.

—¿Qué dices Marín? ¿Aceptas casarte conmigo? —de la caja, una hermosa sortija con diminutos diamantes, reposaba en su interior.

—¡Sí!

Gritó Marín con emoción lanzándose a los brazos de su bello y amado santo, quien la recibió con igual felicidad, apartándola un poco para poder colocarle la sortija y luego besarla.

Hasta ese momento, ninguno de los dos se había percatado que la atracción había quedado suspendida cuando ellos estaban en lo más alto, el tiempo que había durado la declaración, para cuando el juego volvió a funcionar, ambos fijaron su vista en la ciudad abrazados.

Cuando fueron a buscar a Kiki, lo encontraron dormido en una de las bancas del parque. Aioria lo tomó con cuidado para cargarlo y volver al Santuario. Tal vez, le pedirían a Mu que les permitiera salir con el pequeño más a menudo. 

Miscelánea Saint Seiya. Where stories live. Discover now