Capítulo doce

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La voluntad yace al otro lado del ardor estomacal. Una ingesta excesiva de deliciosidades cafeinadas consigue mantenerte en vela observando un techo ilunimado por lejanas farolas.

Problemas para dormir. Privación del sueño. Irritabilidad, indigestión, gases y apatía anormal. ¿Signos depresivos?

Una alimentación nauseabunda y un desprecio total por uno mismo es una máscara horrible que encontrar en el espejo. Acallar la conciencia a base de basura, que entre al organismo a través de la percepción o por una ingesta excesiva de comida rápida. Te conviertes en lo que piensas, pero más bien te transformas en lo que deglutes. La gravedad deja de ser tu amiga, y como un ente alienígena poco adaptado a nuestro planeta, dejas de sentirte cómodo en la superficie del planeta y esta toxicidad se transporta a través de los poros hasta un nivel atómico. Dejas de sentirte cómodo dentro de tu propio cuerpo.

Un cerebro conectado a terminaciones nerviosas que recorren todo tu organismo. Sensaciones abotargadas e hiperestimuladas que consiguen que todo tenga un sabor gris, insípido, al que puedes responder echándote hacia un lado, en tus noches en vela, dejando emanar gases putrefáctos en una búsqueda insulsa por algo de libertad, haciendo hueco para ti mismo dentro de la pestilencia. Podía sentir como un cúmulo de gas se abría paso a través de su esófago. El eructo hizo que su bigote oliera a chamusquina. Intento girarse hacia el otro lado, pero estaba atrapado a su herculea morbilidad. Inútil. Intentó producir un grito amargo de desesperación, pero sus organos fonadores se encontraban obstruídos y apenas podía exhalar su aliento.

Cerró los ojos con fuerza, intentando concentrándose en dormir, al mismo tiempo que intentaba quitarle toda la importancia al hecho de descansar su neblinosa mente. Insistió en suspirar, pero otra suerte de gases invadieron su atmósfera. No provenían de su tracto intestinal, sino que había otros aromas. El aceite frito y el pan quemado le hicieron entender que se enfrentaría a otra fabulosa sesión de delicias culinarias a deshoras de la señora de la Hoz. Desesperado reunió todas sus fuerzas, se levantó de la cama con un gruñido y ocultó la erección que se entendía demasiado bien a través del camisón que usaba a modo de pijama lo mejor que pudo, se puso su chaqueta militar, aunque le quedaba demasiado pequeña. Dio unos pequeños saltos, intentando llevar la sangre a otros rincones de su cuerpo y partio hacia la planta de abajo. Empezó a bajar las escaleras y ya podía oir la música de Antonio Machín, demasiado ruído para esas horas de la noche. Clavó sus incisivos con fuerza en el dorso de la mano, reprimiendo la ira como cuando era un niño.

Del chachachá a los angelitos negros había sólo unos segundos de diferencia. Las clases de zumba y de cocina le habían dado una nueva vitalidad, un optimismo y un empoderamiento que le hacían sobresalir de su cuerpo. Ya no se volvía pequeña cuando entraba en una habitación llena de gente, caminaba ergida y con una sonrisa que se desfiguraba en una mueca. Tenía seguridad en sí misma, a su parecer por primera vez en toda su vida. Ella siempre había entendido que atraer a los hombres era todo lo que una señorita necesitaba para sentirse bien consigo misma, pero algunos escritos que le habían recomendado sus compañeras de danza, y salir a beber chupitos de tequila bajo 300 gramos de maquillaje le habían abierto los ojos, Ella no debía vivir nunca más para satisfacer a los demás. Ella debía vivir para su propia felicidad, y la mejor relación que podría tener con los hombres sería la de reírse de ellos.

Había sufrido mucho toda la vida por las exigencias y tiranía de su hijo. Eso podía verlo ahora con claridad. Pero se prometió que después del accidente, cuando su Francisco estuviese recuperado del todo, haría que todos sus sueós y anhelos se volviesen realidad. Nunca más sentiría el yugo de la opresión sobre su cuerpo. La libertad era un estado de la mente, pero junto a sus hermanas, conseguiría la libertad para todas. O al menos su independencia. La victoria de una era la victoria de todas, ¿no es así?

Canturreaba las melodías mientras sofreía algunos trozos de verdura, mal pelados y demasiado grandes para que se cocinasen en algo comestible. Pero para aprender es necesario equivocarse, por ello, se equivocaba intencionadamente en cada decisión que tomaba saliéndose de la receta. El olor de sus delicias culinarias le resultaba embriagador. Imaginaba que el aroma llama a las puertas del Olimpo y un Zeus babeante le hacía cocinera oficial de las deidades griegas. La nueva línea de Mitologías de Danielle Stelle le había descubierto una sensación que no sentíad desde que se fue Francisco Javier Sr.
Intentaba realizar una quiché, una pasta de verdura frita y cocida en su propio jugo que luego se rodeaba de masa e iba al horno durante poco menos de una hora. Por un lado, intentaba descongelar un cubo de espinacas para hacer una salsa, pero su idea de hacerlo en una sarten sin aceite hacía que se llenase la cocina de humo negro, mientras que en otro fuego tenía una sarten llena de aceite que hacía rato que se cocinaba a si mismo. Intentaba revolver los pimientos, zanahorias y cebollas enteras mientras se cocían unas patatas que encharcaban la encimera. Era el caos, su caos, su alquimía de ama de casa y los pasos previos a llegar al umbral de freir un huevo sin tener que llamar a emergencias.
Meneaba las caderas de aquí para allá por la cocina, golpeando las sillas con su pandero. Intentaba limpiar un estropicio. Desatendía demasiado rato sus verduras y llegaba para moverlas y que se quemasen por otro lado. "aciencia y trabajo duro, lo importante es no perder el entusiasmo."

Desenroscaba la botella de ginebra y abría una lata de tónica. Cortó una rodaja de limón y se propuso a preparar el único plato que sería tóxico en la medida exacta, un gintonic.

"No, madre. Si quiesiese morir mejor probaría uno de tus platos."

Grito de Juventud DesesperadaKde žijí příběhy. Začni objevovat