En el pasillo no vi a nadie, pero esta vez tendría más cuidado. La primera puerta estaba cerrada y de la segunda emergía una titilante luz, como de fuego, así que me dirigí hacia ella. Lo hice despacio e igualmente me asomé por el hueco. Y allí estaba él, sentado en un sofá junto a la chimenea, con un vaso casi vacío en la mano y la mirada perdida en las llamas. La silla de ruedas se hallaba a su lado.

Me sacudí la pena que quiso dominarme y me centré en dar con una buena excusa. La encontré en las paredes de la estancia, repletas de estanterías a rebosar de libros. Confiando en que Lucas no me echase sin más, crucé la puerta y me hice la encontradiza. Él frunció el ceño al verme.

―Perdón, no quería molestarte ―dije―. Es que tu hermana me ha dicho que había una biblioteca y quería verla. Pero no voy a tocar nada ―aseguré, mostrándole las palmas.

Me miró de arriba abajo y yo me estremecí de igual forma. Sin embargo, a pesar de que me había puesto el vestido que mejor me quedaba y dedicado una hora entera a maquillarme y peinar mi cabello suelto, no capté que le gustase lo que veía.

―Puedes coger el que quieras ―dijo, fijándose en los libros.

―¿En serio? No te preocupes, lo cuidaré bien y te lo devolveré. Te lo prometo.

Ignoró mi sonrisa y clavó los ojos en la chimenea. Fingí escrutar las estanterías mientras pensaba en qué más decir y mientras sentía que él me observaba, aunque no pude comprobarlo.

―¿Me recomiendas alguno?

―¿Qué género prefieres?

―Las novelas de aventuras.

Aquel era su género favorito, pero él solo se me quedó mirando un momento y luego hizo el ademán de levantarse. Entonces pareció recordar que no podía hacerlo, y se agarró una pierna como si quisiera estrangularla.

―En esa estantería ―dijo, señalando con la cabeza.

Los libros estaban perfectamente ordenados y no me costó dar con el que él me indicó. Me lo llevé conmigo hasta el sofá y, al acomodarme a su lado, le noté ponerse rígido y correr a interesarse por su vaso.

―Empieza bien ―dije tras leer en voz alta las dos primeras frases del libro.

―Espero que te guste.

―Seguro. ¿Te importa si me quedo un rato? Los chicos están haciendo mucho ruido.

―Como quieras.

No me preguntó por qué prefería leer a estar con Marina y los demás, si para eso había venido a la casa. Me quité las sandalias, subí los dos pies a la mesita que teníamos justo delante y me puse a hacer como que me sumergía en las páginas. Enseguida sentí sus ojos en mis piernas desnudas, y esperaba que también se hubiera fijado en que no llevaba sujetador.

Le dio un último trago a su vaso y lanzó un hondo suspiro, tan hondo que parecía proceder de su barriga. Le miré y vi que estaba centrado en el fuego, pero no tardó en corresponderme. Entonces, sus ojos descendieron hasta mis labios y luego hasta mi pecho.

Cerré el libro, lo dejé a un lado y me subí encima de él, sentándome a horcajadas en su regazo. Se le cayó el vaso, que se estrelló contra el suelo y se hizo añicos, y se quedó tan quieto como en una fotografía. No reaccionó hasta que acaricié los botones de su camisa de arriba abajo, agarrándome la mano.

―No puedo ―musitó.

Con mi mano libre, me deslicé por su brazo y trepé hasta su garganta. Cuando toqué su nuez, esta se balanceó y él pestañeó despacio.

Atado a ti (2022)Where stories live. Discover now