𝐨 𝐧 𝐞.

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La estación de trenes de Pacificland era un lugar lleno de tranquilidad; los trenes no hacías apenas ruido y las familias o amigos charlaban con música de fondo mientras esperaban el tren que les llevaría a su próximo destino.

Raúl observaba todo en total silencio, sentía que iba a perderlo todo, era normal pensarlo ya que al fin y al cabo estaba dejando todo lo que quedaba de su vida atrás. Aunque en realidad, no perdía mucho; casi todo lo importante ya lo había perdido tiempo atrás gracias a la persona que más había amado en sus 23 años de vida.

Pero todo eso era agua pasada, había superado a ese imbécil (o eso pensaba el ingenuo de Raúl).

— No quiero que te vayas, tete — la dueña de la suave y aguda voz miraba a su hermano mayor con lágrimas retenidas en sus ojos. Sus mofletes estaban rojos e hinchados por su cabreo.

Raúl cogió a la pequeña de nueve años y la abrazó fuertemente. Era a la persona que más echaría de menos, además de a su amigo Isma y a su madre.

— Tengo que irme, Carla — dio un beso en una de las regordetas mejillas de su hermana.— Necesito el trabajo, aquí la gente no necesita psicológos.

La pequeña niña hizo una mueca de disgusto que a ojos de su hermano era demasiado adorable.

— ¡Yo puedo ir a tu consulta! Y te puedo pagar con las tres monedas que me da mamá para comprar chuches todas las semanas.

Raúl sonrió suavemente, enternecido y apenado a partes iguales. Bajó a la pequeña niña de sus brazos y le dio un último abrazo. Se giró hacia un lado y vio a su madre llorando y a Ismael tratando de calmarla sin mucho éxito. Sin siquiera pensarlo abrazó a su madre cálidamente, dejando que mojase su camiseta durante un par de minutos antes de separarse y darle un suave beso en la frente.

— Mamá, sabes que estáis invitadas a ir cuando queráis — acarició la mejilla de la señora de una forma suave para transmitirle seguridad. Al abandonar la mejilla de su madre sonrió.

Su sonrisa duró poco.

— El tren con destino a Karmaland partirá en cinco minutos. Les deseamos un buen viaje — habló una voz a través de los altavoces.

Raúl se giró hacia Ismael, y se acercó poco a poco hacia él con una mueca. A él no le podía mentir, le conocía demasiado bien. Paró de caminar cuando estaba a veinte centímetros de su rostro y lo analizó con rapidez: ojos verdes, sonrisa pilla y algunas pecas que no se fueron en la infancia. Era el chico que conoció en su infancia y no le abandonó nunca; el chico que a los catorce se enamoró de él y no dijo nada hasta los veinte, soportando sus idas y venidas con un chico que lo hizo trizas; el chico con el que a los veinte pasó los límites de una amistad convencional, añadiéndole besos y noches de pasión a esta. Su mejor amigo.

Unió sus narices con suavidad y ambos cerraron los ojos sintiéndose el uno al otro. Un débil susurro salió de los labios de su amigo al poco tiempo.

— No me olvides, por favor, no me olvides — abrieron sus ojos pero no se separaron.— No sé que haría si me olvidaras, Auron.

Raúl sonrió ante ese apodo y juntó más sus narices.

— Nunca podría olvidar todo lo que hemos pasado juntos, Wismichu — los labios de Raúl se acercaron lentamente a los de Ismael y se acabaron fundiendo en un beso lleno de sentimientos y sabor salado por las pequeñas lágrimas que Raúl no pudo retener. Junto a su mejor amigo no podía.

Una mano en el hombro de Raúl les sacó de ese sentimental beso. Era su madre con una triste sonrisa.

— El tren sale en un minuto, mi niño.

Asintió suavemente y tras abrazar una última vez a cada uno se subió al tren. Desde la ventana pudo observar como los tres se abrazaban saludándolo antes de salir de la estación.

Ahí dejaba lo poco que le quedaba importante.

— Espero que las cuides, Isma.

•••••••••••✞••••••••••

Sus pasos eran tranquilos, no tenía prisa en llegar a su nueva casa. Prefería ver la ciudad en la que viviría a partir de ahora: Karmaland. Se esperaba algo similar a su ciudad pero...

En Karmaland todo era un caos; en la ciudad los niños lloraban porque les robaban cosas (como caballos, según decía una niña que no cesaba su llanto por la perdida de su caballo "Tiro al blanco"), el suelo estaba lleno de minas explotadas, todo el mundo llevaba armas y se robaban entre ellos.

Raúl no esperaba algo así, pero pensando en positivo, seguramente tendría lista de espera en la consulta con todos los clientes afectados psicológicamente (que no serían pocos).

De camino a su casa pudo observar que al igual que la de él, había algunas casas fuera del pueblo. Parecían sacadas de una revista de casas de famosos y parecían ser de los más adinerados de Karmaland ya que comparadas con la suya, eran increíbles.

Cuando estuvo frente a su casa suspiró. Era horrenda, pero tampoco podía pagarse algo mejor. Su familia era muy humilde y desde el divorcio de sus padres costaba llegar a fin de mes en casa de su madre, donde vivían también él junto a su hermana. Igualmente le defraudó, llevaba dos años ahorrando para esa mierda de búnquer. Y tampoco ayudaban a aceptarla las demás casas que había a su alrededor.

Rendido mental y físicamente de ese largo día, decidió entrar a su casa y acostarse. Al día siguiente revisaría que estuviesen todas sus cosas y colocaría el cartel de su consulta.

pasado común | luzuplay.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora