Silent Night

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Tony se dio cuenta aquella fría mañana de Navidad de que lo había conseguido. Había conseguido olvidar todos los recuerdos atesorados durante los últimos tres años y cuatro meses. Lo supo al percatarse de que, por primera vez en muchas semanas, fue capaz de dormir varias horas del tirón en la cama king size del dormitorio que pisaba con miedo desde abril. Sin pesadillas. Sin sueños con pesada carga emocional. Sin la sensación de asfixia en todo momento.

Por supuesto era consciente que, por el camino, había perdido todo lo construido hasta ese momento.

Volvía a ser el de antes, el tipo emocionalmente inalcanzable que anteponía su soledad a cualquier intento externo de hacerle cambiar de opinión. '¿Qué sabrán ellos?'  era su eterno mantra durante las noches más largas entre sorbo y sorbo de autodestrucción. El trabajo —SU trabajo— se convirtió de nuevo en prioridad y el tiempo pasó a ser un mero figurante de la obra. De no ser por FRIDAY, ni siquiera sabría que era 25 de diciembre. Había perdido contacto con Rhodey y Pepper, incluso con Happy, pero no era tarde. Podría retomar sus viejas amistades porque, después de todo, por fin había logrado olvidar.

Se levantó con renacido entusiasmo esquivando la botella de escocés que goteaba en la moqueta y se dirigió al baño para darse una reconfortante ducha caliente. Sus ojos, otrora acostumbrados a la rutina de evitar cualquier superficie reflectora, se posaron en el espejo buscándose por primera vez tras meses de lucha interna. Y lo que encontró no fue del todo de su agrado. ¿Cómo había podido descuidarse tanto? No era solo la barba sin rasurar o el par de lagos negros que se habían instalado bajo sus ojos aún cansados. Sus pómulos eran dos picos afilados en un paisaje enjuto y algo cetrino, y había más nieve en el tejado. Por un momento creyó que habían pasado diez años y no unos largos ocho meses.

—No pareces tú mismo... — se dijo amasándose la barba, ignorando la figura que insistía en aparecer por el rabillo del ojo.

Suspirando, se desnudó rápidamente y se metió bajo el chorro de agua caliente.

Nada importaba. Podía mejorar, se dijo. Podía volver a ser el que era antes de todo el dolor. No sería difícil. Él era el maldito Tony Stark, el mismo que construyó el futuro en una precaria cueva de Afganistán. Había superado tiempos peores en el pasado, una traición más no era nada comparado con volver varias veces de la muerte.

Salió, se secó y se puso uno de los trajes de tres piezas que colgaban inmóviles en su armario desde hacía semanas. La armadura de Iron Man le hacía sentirse indestructible, sin embargo un buen traje hecho a medida era mil veces mejor. Tal vez no protegía su cuerpo, pero en el mundo de los negocios lo importante era la fachada. Y la suya era más firme que cualquier acero con el que trabajara.

Una buena afeitada y algo de maquillaje corrector terminaron de devolver el reflejo que todos esperaban de él.

Había llegado el momento de salir a la luz del día y demostrarle a todos aquellos que esparcían falsos rumores que Tony Stark no estaba acabado ni mucho menos muerto. Mandaría a Pepper para organizar una rueda de prensa y hablaría de lo último en lo que había estado trabajando. Sin detalles, por supuesto, solo una probadita para demostrar que habría genio Stark por mucho tiempo.

Se sentía pleno.

Conforme recorría el pasillo que llevaba al salón se dio cuenta que no era de día. De hecho, la luz que esperaba encontrar estaba siendo lentamente devorada por azul oscuro, y soltó un pesado suspiro de resignación. Tanto Pepper como Happy, incluso Rhodey, debían tener planes. Era el día de Navidad, después de todo. Molestarles en esos momentos no era muy buena idea si pretendía recuperar su amistad. Pero no dejó que aquello le afectara, no después del tan buen despertar que tuvo.

Porque ya no se acordaba, seguía diciéndose.

Ya no se acordaba de cómo el pegajoso olor a galletas recién hechas inundaba el aire la mañana de navidad de los últimos tres años, recorriendo el pasillo para alcanzarle perezoso en la cama aún cálida y arrastrarlo fuera de esta hambriento. No se acordaba de lo extravagante que era la decoración, o de lo tiernos que se veían los calcetines rojos colgando en la chimenea eléctrica, con sus nombres bordados por una mano inexperta pero afectuosa. La misma mano que le recibía en la cocina, donde el olor se intensificaba y se mezclaba con su aroma a recién duchado. El cual, por supuesto, era su favorito porque él mismo elegía el jabón.

Felices MarvelidadesWhere stories live. Discover now