Historia de dos Ciudades

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Autor: Charles Dickens

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La época

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.

Historia de dos ciudades

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En este viaje de la diligencia de Dover ocurría como en todos los que hacía, es decir, que el guarda sospechaba de los viajeros, éstos recelaban uno de otro y del guarda, y unos a otros se miraban con desconfianza. En cuanto al cochero, solamente estaba seguro de sus caballos; pero aun con respecto a éstos habría jurado, por los dos Testamentos, que las caballerías no eran aptas para aquel viaje.

Historia de dos ciudades

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Es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás. A veces, cuando entro de noche en una ciudad, no puedo menos de pensar que cada una de aquellas casas envueltas en la sombra guarda su propio secreto; que cada una de las habitaciones de cada una de ellas encierra, también, su secreto; que cada corazón que late en los centenares de millares de pechos que allí hay, es, en ciertas cosas, un secreto para el corazón que más cerca de él late.

Historia de dos ciudades

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En aquella época era cosa muy corriente la sentencia de muerte. La muerte es un remedio de la Naturaleza para todas las cosas y la Ley no tenía razón para ser distinta.

Historia de dos ciudades

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—Es una extraña casualidad la que nos ha puesto juntos —observó Sydney, —dado nuestro extraordinario parecido.

—Apenas me doy cuenta de nada —contestó Darnay, pues me resulta difícil comprender que aun pertenezco al mundo de los vivos.

—No es extraño. No hace mucho que estabais bastante más cerca del otro.

Carlos and Sydney

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— ¿Empezáis a creer en la realidad de vuestra existencia en este mundo? —le preguntó Sydney.

—Todavía me siento extraordinariamente confuso por lo que respecta al tiempo y al lugar, mas empiezo a darme cuenta de que existo.

—Debe de ser una satisfacción inmensa. Dijo esto con cierta amargura. —En cuanto a mí –añadió —mi mayor deseo es olvidar que pertenezco a este mundo. Nada tiene el mundo bueno para mí, excepto el vino, y nada tengo yo bueno para el mundo. En eso somos tal para cual. Y hasta creo que vos y yo somos también parecidos en esto.

Carlos and Sydney

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-¿por qué no brindáis, señor Darnay?

— ¿Por quién?

—Pues por la persona cuyo nombre tenéis en la punta de la lengua. Estoy seguro de no equivocarme.

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