Salvaje e imparable

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—Ahora me metieron en una trampa mortal, ¿sabías? Todos me juzgan al mismo tiempo.

—Ahí viene la muchacha —dije—. Cállense.

El rubio aspiró aire por la nariz y dijo que iria al toilette.

No dije nada y me dispuse a comer el manjar que habían traído a la mesa.

—Creo que está delicioso. Quisiera volver a comer aquí —sugirió, y lo dijo en serio.

Con las manos sosteniendo los cubiertos, alcé la vista por arriba de la ventana y los vi en la vereda.

—Mira, miraa —dije señalando el ventanal.

—Pero que hijo de pu... —dijo con voz ronca, mirandome fijamente a mis ojos.

Mi corazón se agitó dentro de mi pecho al ver a mi cuñado a los besos con la moza.

Matheus entró como si nada por la puerta del local y tomó asiento.

—¿Qué esta pasando? —dijo Mathilde sin vacilación o temor.

La boca de mi cuñado se curvó en una sonrisa leve.

—¿Por qué besaste a la muchacha? —reclamó Mathilde.

—Nosotros no vimos nada —mentí—. Simplemente para terminar de cenar en paz. ¿Acaso esperabas que te espiaramos?

Algo se cruzó por su mente. Una cara de satisfacción que nunca había visto en él hasta entonces.

—Amigos, yo soy así. Yo no siento ese ardor de culpa.

—Hummm, no tengo certeza de eso. No finjas más —dijo Mathilde con brusquedad.

El rubio resopló y nos mostró un boleto de colectivo con un número de teléfono escrito con birome azul.

—Parece que quieres que se pudra todo con Monique —contesté, poniéndome de pie para ir a la caja y pagar la cena.

Fui directamente a pagar y le dije rápidamente a la muchacha que mi amigo tuvo un gran amorío con su hermana. La chica me miró con el ceño fruncido y sus ojos verdes y líquidos cayeron frente a mí.

—Vamos —Mathilde me tomó del brazo —. Vayamos a casa.

Incapaz de evitarlo, Matheus le hizo una seña con la mano a la camarera para que saliera al estacionamiento del restaurante.
Aunque yo sabía que debía marcharme, me resistí para ver lo que iría hacer la mujer.

La joven aceptó y salió con una mirada fantasmagórica, cuando se acercó y le dió un suave beso prolongado y profundo. El jugueteo de sus labios estaba durando más de cinco minutos.

La escena fue extraña y hasta me estremeció. Luego la mujer endureció su rostro y le pegó violentamente un puntapié  en sus partes íntimas. Al ver eso, la tensión sexual se cortó, como si fuese un corte de cebolla al medio.

En ese momento la súbita agitación de mi piel me hizo sentir culpable. Era aterrador ver al rubio sollozando de dolor. Él se estiró hacia abajo y deslizó la palma de su mano sobre su entrepierna.

—Matheus tenemos que hablar —dije preocupado.

—Otro día...

Los Deseos de Demetrius    (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚑)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora