Visita desesperada

352 13 0
                                    

-La señora francesa la espera, señora -le anunció la criada cuando la vio regresar del jardín.

Jane sonrió y se pasó el pañuelo por la frente para limpiarse el sudor.

-Gracias, Gwen ¿Hace cuánto ha llegado? -preguntó dejando los ramos de flores en la mesa de la cocina.

-No hará más de cinco minutos, señora. De lo contrario ya habría ido a buscarla -le tendió un vaso de agua helada para que se refrescara.

La señora Kippling lo agradeció con una leve inclinación de cabeza apurándose en vaciarlo.

-¡Uy! debo estar toda roja y acalorada ¡Que horrible presentarme así! -dejó el vaso en la repostería y empujó la puerta hacia el vestíbulo -Espero que no hayas molestado al señor -le dijo a la criada -sabes que no le gusta que lo interrumpan cuando escribe su sermón.

-No, señora.

Gwen le abrió la puerta de la sala y Jane se encontró con una llorosa madame Rouleau.

-¡Oh Jane! ¡No se imagina las horribles noticias de los médicos! ¡Fueron los quequitos! -empezó a llorar.

La joven la miró sorprendida. Sabía que entre la francesa y su hijastra había una muy buena relación, que ambas eran amigas y disfrutaban momentos juntas, pero jamás había sospechado que fuera tanto el cariño que se profesaban.

-No me digas -susurró representando perfectamente su papel de desentendida.

-¡Es espantoso! Effroyable!

-¿Los preparó monsieur Rouleau? -inquirió ni bien la duda asaltó su mente, demostrando el terror en su mirada.

Recordaba vagamente que el médico le había dicho que habían sido enviados, pero prefirió corroborar versiones.

-Non! Dieu nous sauve! Non! Non! ¡Yo se los había dado!

-¿Cómo? -Jane sintió que el horror le dificultaba la respiración.

-Oui, oui -lloró nuevamente la francesa -llegaron anoche en un paquete como regalo para mí. ¡Alguien quiere matarme, Jane! Se veían deliciosos. Fue mi idea que todos los comamos en el desayuno porque en el momento no me sentía tan bien y no me apetecían tanto. ¡Pude habernos matado a tout! ¿Entiende lo que le digo? ¡La víctima era yo! Y por mi culpa murió ella. Tout est ma faute! Ma faute! ¡Y el asesino sigue suelto! ¡Quien quería matarme sigue suelto! -escondió el rostro en sus manos.

La pobre mujer estaba completamente aterrada -o así le pareció a Jane. La señora Kippling le acarició la espalda intentando reconfortarla. Poco después, cuando se sintió capaz una vez más de hablar, madame Rouleau levantó la mirada y rogó desde el fondo de su corazón:

-Digale a su marido que nos ayude, Jane. Todo el pueblo habla de sus maravillas resolviendo problemas. ¡Mi vida depende de esto, Jane! ¡Suplíquele de mi parte, así como estoy ahora, de rodillas, que nos ayude! Mi esposo está resentido con el vicario desde que se corrió en el pueblo el rumor del voto de silencio, pero yo no pierdo la fe. Por favor Jane. ¡El asesino sigue suelto y ya debe saber que no le dio a la víctima que deseaba! ¡La siguiente seré yo!

-No si yo logro impedirlo -le prometió la esposa del vicario.

La firmeza de su voz, arrancó nuevas lágrimas a la francesa.

-Yo no quería que Claire muriera... Jamais... Pero ahora quiero salvarme Comprendez vous? Habría dado mi vida por la de ella, pero ahora solo me queda luchar por la mía.

-Digame todo lo que sepa.

Madame Rouleau la miró desconcertada. Su alteración era evidente.

-Voy a pedir que le traigan un té calmante ¿si?

-¡No! -tembló la mujer.

-¿Pero qué ocurre? -preguntó con suavidad Jane.

- Non! Non! Non! Non! NON!

-¿Jane? ¿A qué se debe este escándalo?

Ambas señoras voltearon sorprendidas hacia la puerta que daba a la biblioteca de la que acababa de aparecer el vicario.

-John... -susurró su esposa -¿Te hemos interrumpido? Lo lamento tanto, querido.

-No le des importancia, la señora parece estar teniendo un ataque nervioso -contestó preocupado.

-Ya le ofrecí un té pero ahí fue cuando se puso así.

-Manger... non... je ne veux pas manger plus.

-No entendí nada -susurró Jane.

-Tengo miedo a comer... no quiero comer más. Me da pavor -la francesa pasó su mirada de uno a otro.

-Yo misma le prepararé el té. Serán hojitas de mi jardín y agua recién hervida -le ofreció la señora Kippling - No se preocupe.

Una vez a solas con el vicario, la francesa empezó a rogarle ayuda de manera desperada en su propio idioma. John Kippling había aprendido un poco de esta lengua y logró entender algunas palabras, las suficientes para comprender lo que se le pedía.

-Confie únicamente en su esposo, señora -le dijo -y en la buena de mi Jane. En nadie más.

Tras decir esto, cierta seriedad reapareció en su rostro.

-¿Y en usted?

-Yo no hablaré más del tema -se irguió.

Madame Rouleau lo miró perpleja.

-Usted sabe algo -lo acusó sorpresivamente -¡Usted sabe! Foutu bâtard!

-No le permito que me insulte en mi casa, señora.

-¿No ve que estoy aterrada? -lo miró con el miedo brillándole en los ojos -¿No ve que estoy desesperada?

Haciendo un enorme esfuerzo, John se mantuvo impasible. Casi al instante entró Jane trayendo el té.

-¿Y ahora qué pasó? -sus ojos volaron de su esposo a la agitada mujer que seguía sollozando.

-Seguiré escribiendo mi sermón.

-Yo debería irme -murmuró la mujer.

-Usted no se va a ningún lado, está demasiado alterada para ello -le dijo Jane mientras contemplaba a su marido retirarse de la estancia -tómese este té por favor. Quédese aquí hasta que se reponga.

-Yo sabía que debíamos seguir en Francia -susurró con gran dolor madame Rouleau -venir fue una maa idea. ¡Oh, Jane! Usted es prácticamente mi única amiga aquí. No me deje sola, se lo ruego.

-Yo la ayudaré en lo que sea menester. ¿Sabe si vendrá algún detective? ¿Scottland Yard? ¿Quién investigará el caso?

-Je ne sait pas -se encogió de hombros.

Para satisfacción de la señora Kippling, la mujer se fue calmando poco a poco y finalmente, la acompañó a casa. Mientras regresaba a la vicaría, Jane se preguntó una vez más qué estaría pasando con su esposo.

En la vicaríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora