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El avión comenzó a descender en Malé, había olvidado decirle a Daniela que terminaríamos de llegar en un bote a la residencia submarina en al que pasaríamos los siguientes días.

Por fin el avión tocó Tierra y mis nervios se expandieron por todo mi cuerpo, nervios porque Daniela se molestara o se enojara conmigo por elegir las Maldivas como destino.

Esperamos las maletas acompañadas de un mozo, mismo que nos llevaría hasta el barco en el que viajaríamos y nos instalaría en la residencia ya reservada; desde que le dije que no quería hablar ya no había hecho el intento de hacerlo, ni siquiera me veía y eso era frustrante.

La cinta por la que las maletas desfilarían comenzó a moverse, apartamos las nuestras y antes de seguir al hombre Victoria apareció otra vez.

—¿En donde se quedarán? —preguntó a Daniela haciéndola negar, no lo sabía, —Yo tengo reservación en uno de los Conrad por si gustan.

—Gracias, lo tenemos cubierto —contesté evitando que siguiera metiéndose en lo que no le importaba.

—¿Quedamos y cenamos juntas? —sujetando su bolsa de mano mostró su teléfono de nuevo a Daniela como indicándole que por ahí se contactaría con ella.

Antes de que ella o yo pudiéramos contestar sonrió y comenzó a caminar a la salida del aeropuerto, por lo que veía tomaría una avioneta que la llevaría a hotel en el que se hospedaría.

—Tengo que ir al baño —avisó Daniela apenas volvimos a caminar, asintiendo nos dirigimos a los sanitarios en dónde la esperamos afuera.

Una vez listas y antes de salir por la puerta del aeropuerto el mozo comentó las cosas que incluía nuestro paquete, empezando por el viaje en lancha que próximamente tendríamos.

Seguimos nuestro paso hasta que el pequeño barco se hizo frente a nosotros, el paisaje era como en las postales y eso que aún no llegábamos a la villa. Lo único que se veía al frente era agua y más agua.

Acomodaron las maletas dentro del bote y el hombre subió a el esperando por ayudarnos para entrar también, pero había sucedido algo con Daniela.

Estaba petrificada, literalmente.

—No puedo —susurró antes de caminar de regreso al aeropuerto.

—¡Oye! —caminé detrás de ella, —Si puedes —le dije al ponerme frente a ella, sin dejarla entrar al establecimiento.

—No, no puedo —repitió viendo hacia el interior del aeropuerto.

—Si puedes —susurré de nuevo al poner las palmas de mis manos sobre sus mejillas, logrando con eso que me mirara.

Negó con una mueca de tristeza haciéndome sentir severamente culpable por querer hacerla enfrentar ese miedo desarrollado a causa de la muerte de su familia.

Un bote, gran idea María José, 

pensé en cuanto vi sus ojos cristalizarse.

—No voy a poder —sostuvo con esa vulnerabilidad que podía conmigo, sin pensarlo la abracé por un largo rato terminando aquella demostración de afecto con un beso en sus labios.

—Confía en mí —le pedí sin perder rastro de su mirada.

—No quiero ir en bote —imploró con temor haciéndome entender que a la fuerza ninguna lograría nada.

—Espérame aquí, iré a ver si podemos llegar por otro medio —en cuanto asintió corrí hasta donde el lanchero esperaba, le comenté la situación y en seguida me ofreció el irnos en avión.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora