III

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-¿¡Qué acaba de pasar!?- dije dando un salto hacia atrás.

- Acabamos de leer uno de tus recuerdos- respondió obvio el barbipelirrojo.

-¿Qué? ¡No podéis hacer eso!- exclamé indignada. No tenían derecho a mirar en mi mente, ¡Eran mis recuerdos y nadie más debería verlos!

- Pero debes contar tu historia para irte.- dijo el indio- Todos estamos aquí porque no contamos nuestra historia en su momento y no pudimos irnos. Simplemente se nos olvidó.

-¡No me importa!- dije haciendo oídos sordos y saliendo corriendo para arriba.

Subí las escaleras y encontré una hilera de puertas, entré en la primera y cerré de un portazo.

Entré en la habitación y lo primero que vi fue mi reflejo en un espejo. Lo contemplé por un momento, fijandome en mi pelo largo que me llegaba a la cintura. Desde el hombro hasta las puntas era negro y el resto completamente blanco. Alcé la vista hasta mi cara, parándome a mirar mis ojos. Mi ojo izquierdo, negro azabache; mi ojo derecho, rojo sangre. Nunca me había gustado mi aspecto, siempre me causaba problemas.

Golpeé el espejo con toda mi furia y fuerza. Me sentía demasiado frustrada con todo. No me importó cómo la sangre se deslizaba por mi mano y notaba como los cristales se habían clavado en la misma. La frustración y la sensación de que me faltaba algo se empezaba a hacer presente.

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Me había pasado apollada en la pared, en posición fetal, aproximadamente dos horas. Mi único afán era recordar cosas que me habían pasado, pero sin resultado. Solo sabía que me llamaba Liss, que tenía un amigo llamado Luke y que había algo que echaba tanto en falta que deseaba llorar, y esta sensación se me hacía peligrosamente familiar.

¿Por qué no podía recordar? ¿Cómo podía echar a alguien tanto en falta?

Y pensando en esto me sumí en un profundo sueño.

Una historia a la lumbre de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora