—Si actúas inconscientemente, podrías lastimarte. —Suelta contra mi oído, entonces la vergüenza me ataca y reacciono, apartándome para contemplae la puerta de la alacena abierta que estuvo a punto de tener un encuentro fortuito con mi cabeza.

—Gracias. —Deseo que la tierra me trague viva. Y de pronto, el inesperado pensamiento de que Prince es mi favorito de los cuatro me confunde un poco.

—Estarán de regreso pronto —anuncia y asiento con un gesto.

Un par de ideas cruzan por mi mente, y no puedo evitar mirarle con la interrogante planteada.

—Solías lastimarme, cuando fingías ser un gato me rasguñabas hasta hacerme sangrar. —Manifiesto mi pensamiento, pero Prince no responde y es en este preciso instante que encuentro la respuesta.

Cuando lo dibujé, intenté hacerlo diferente del resto. La muerte se alimentaría no de almas, porque estas ya tenían un lugar al cual ser transportadas al morir, más bien sería de la sangre de los vivos, tan solo porque es su fuente vital. Era una buena forma de acabar con sus vidas fácilmente, a través de su sangre. Eso fue lo que pensé. Me pareció un gran atractivo y una excelente idea en su momento.

—Sé lo que quieres. —Por fin esclarezco—. Eres el único al que creé sin la posibilidad de ingerir sólidos. Es por eso que no has dejado de mirarme, ¿verdad? ¿Cada cuánto tiempo y de qué te alimentas?

—No necesito hacerlo con frecuencia, si hay una cantidad moderada de ti en mí.

—Necesitas de mi sangre.

—La tomo en pequeñas cantidades. El resto, tan solo busco en otro sitio.

Durante todo este tiempo jamás estuvo satisfecho precisamente por eso, por tomar pequeñas cantidades de mí. Y fue debido a ello que iba en busca de más a otro lugar. Por eso desaparecía cada cierto tiempo. Y pensé que Prince Hastings viajaba por negocios, per qué tontería.

—La mujer del asensor —le recuerdo.

—Estaba poseída. Te buscaba para asesinarte. Es a lo que se han dedicado los demonios desde el día en que naciste.

Y papá creía fielmente que la manera de mantenerme a salvo era guardarme a su lado, todo el tiempo.

—Pudiste expulsar al demonio, así como sucedió con el chef —indico.

—Tres meses y diez días.

—¿Qué? —Parpadeo. Su respuesta me confunde.

—Fue el tiempo en el que no te vi aquella vez.

¿Siempre contó los días? Honestamente, no sé cómo sentirme al respecto. Pero hay un poco de felicidad y encanto.

—Y ya que, dentro de tres meses y diez días no pudiste tomar una pequeña muestra de mi sangre...

—Existe un punto en el que me resulta imposible controlar el hambre.

Una parte de mí, la más insignificante quizá, piensa que debería sentir miedo de lo que engendré. ¿Qué pasaría si la muerte no tuviera esa pequeña muestra? Si yo desapareciera, Prince entraría en un bucle infinito de destrucción. Nada lo detendría. Asesinaría inocentes sin saciarse jamás.

Y yo que pensaba que la guerra, como tal, por sí sola podría acabar con la raza humana... Pero qué equivocada estaba. Creo que todos ellos cuentan con la capacidad para acabar con todo por sí solos, pero soy yo la que los frena.

Ahora tan solo deseo conocerlos más, a ellos y todo de lo que podrían ser capaces.

Una nueva explicación se ilumina en mi cabeza, pero de inmediato es nublada con el paso que Prince da hacia mí.

Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now