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RAISA

La caricia en el cuello despierta un extraño deseo en mi interior, sin embargo, el lapso somnoliento es incluso tan poderoso que, sin esfuerzo alguno, se antepone a la posibilidad de abrir los ojos.

Aquel contacto, deliciosamente se desplaza hasta mi mandíbula, sorbiendo suavemente mi piel. Arde y quema al mismo tiempo, pero no es para nada una sensación desagradable.

Poco después muerde mi oreja con suavidad, y su lengua áspera es el impulso que me hace abrir los ojos.

Al principio no veo a quien creí encontrar. Esta vez se trata de Scott, y se encuentra sobre mí, bajo las mismas sábanas. Creo que está desnudo, al igual que yo. Puedo sentir su calor corporal, sin embargo me niego a bajar la mirada y comprobar.

¿Qué está pasando?

Mi mente es incapaz de elaborar un solo pensamiento con lógica, pero no puedo hacer nada más que mirarle y luego a sus espaldas. Las llamas que parecen haber germinado del suelo, ahora se desplazan por las paredes, trepando hasta alcanzar el candelabro que cuelga del techo. Mi habitación se transforma en un horno, y el pánico me asedia.

—Te lo devolveré —me dice Scott, acercándose igual que aquella vez en la piscina—. Raisa. —Su rostro se nubla, y me arrastro fuera de la pesadilla con gran dificultad.

Todavía me encuentro en mi habitación. El fuego ha desaparecido, Scott mantiene su rostro a una distancia prudente del mío, y sobre mis piernas encuentro a Prince gato, quien me contempla con somnolencia. Pesa bastante, y mi pecho todavía palpita a gran velocidad.

Un sueño. Nada más fue un sueño.

—¿Qué ha sido eso? —Scott mantiene distancia de la cama.

—Qué ha sido ¿el qué? —pregunto. Siento la garganta seca. Por un segundo pienso que Scott ha sido capaz de meterse en mi sueño y vernos a nosotros en una situación sugerente.

—Tienes el sueño pesado, me costó trabajo despertarte —indica. Luego miro hacia la ventana. Ya es de mañana—. Parecías estar sufriendo.

Es al intentar acercarse, que Prince se pone de pie y su lomo se encrespa. Scott lo mira con la mandíbula apretada. Creo entender a lo que se refería con que le costó trabajo despertarme.

—Tan solo fue una pesadilla —le digo. Prince da dos pasos sobre el colchón mientras estira su alargado cuerpo y luego lame su pata. Para ser un demonio, sabe bien cómo actuar como un animal—. ¿Permitiste que durmiera a mi lado?

—Lo arrojé fuera de la cama, incluso del edificio, sin embargo siempre regresa. Tampoco ha querido mostrarse en su forma humana.

Estoy a punto de preguntarle cómo fue que lo levantó sin que lo mordiera o rasguñara, pero me ahorro la pregunta estúpida al recordar que los ángeles, a más de permitir que los vivos puedan verlos cuando ocultan sus alas, poseen la habilidad de mover objetos sin la necesidad de tocarlos.

—¿Y cómo hacen los ángeles para regresar a un demonio al infierno? —le pregunto. Solo entonces Prince me mira. Por fin algo de lo que digo parece llamar su atención.

—Atravesándolos con nuestras armas basta. Pero por más que lo desee, no puedo llamar a la mía.

—No tienes poderes —intuyo la respuesta mientras salgo de la cama—. Me daré una ducha.

—¿Tan solo lo ignoras? —Scott señala al gato.

Admito que me origina cierto pavor, pero al mismo tiempo su presencia tampoco me alarma. Me he acostumbrado a su presencia durante muchos años.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora