Horrorizada por la imagen, me detuve en plena acera y llevé una de mis manos a la boca. El gato negro se detuvo en mitad de la calle para asearse a si mismo y una camioneta dio vuelta en la esquina, rápida como un rayo, justo en ese momento.

—No —susurré sin ser capaz de gritar siquiera.

En la escena que recordé, no había podido distinguir bien a la camioneta porque se movía borrosamente pero ahora no tenía dudas de que era aquella. La camioneta Ranger plateada iba a maniobrar y el chofer iba a perder el control del volante. Esquivaría al gato, pero no al árbol de la esquina, lo atropellaría sin piedad. El motor de la camioneta quedaría inservible, una rama floja del árbol octogenario finalmente caería. La vecina del 2-C saldría con sus ruleros a buscar leche a la almacén como cada día y sería alcanzada por una rueda que se desprendería de la camioneta, su pierna se quebraría en tres partes, su marido tendría un ataque al corazón cuando le dijeran la noticia. El chofer de la Ranger no sobreviviría para contar la historia. El gato negro miraría desde un alfeizar todo lo que ocurría.

Así como suena, parece una locura pero me temblaron las piernas cuando el chirrido de la camioneta le indicó a todo el que estuviera cerca que algo estaba mal. En lo que se tarda suspirar, giró de forma abrupta y chocó contra el árbol de mis sueños. El ruido explosivo hizo volar a los pájaros que estaban en los alrededores. Escuché a la señora gritar de dolor y a las alarmas de los autos sonar.

¿Qué hago?

Antes de formar la idea en mi mente siquiera, corrí hacia la camioneta. El hombre no podía morir así como si nada. No frente a mi.

—Señor, ¿puede escucharme? —grité cuando llegué a la puerta del conductor. No recibí respuesta. Él realmente se veía mal. El airbag no se había abierto y el cinturón le había hecho un corte a la altura de la garganta. El volante estaba doblado y de la frente le corría un hilo de sangre que iba a parar a su regazo. Parpadeé varias veces intentando enfocarme en la situación y no en la sangre que me haría desmayar.

Intenté abrir la puerta, pero no cedió así que corrí a la del acompañante que ya estaba abierta. No tenía en mente otra cosa más que sacarlo de allí. Me trepé al vehículo inservible y tironeé del cinturón de seguridad hasta que cedió cuando el broche se rompió.

No estoy muy segura de como hice para sacar de la camioneta a aquel sujeto que pesaba veinte kilos más que yo, pero lo hice. Lo arrastré hasta acostarlo en la calle. Una hazaña de la que no me habría creído capaz dado que había sido un peso muerto todo el trayecto. Porque él estaba muerto. Unas personas se nos acercaron cuando terminaba de bajarlo.

Alguien le tomó el pulso, alguien intentó reanimarlo... yo trastabillé y caí al suelo. Solo podía pensar que no había llegado a tiempo.

—Entonces, ¿podría decir que la camioneta iba rápido o muy rápido?

Ajenos a como podría sentirme, en la seccional de policías nº2 me hicieron repetir mi declaración cuatro veces a cuatro personas distintas, antes de darse por satisfechos. Cuando me dejaron ir, lo hicieron recomendándome un buen psicólogo y deseándome un buen día. No sé cómo el oficial podía pensar que iba a tener un buen día después de presenciar aquello, pero no me quedé para preguntarle.

Pensé en tomar un autobús o un taxi que me llevara directamente a mi casa. Pero necesitaba despejarme. Así que arranqué a caminar otra vez, apresurada, huyendo. No sabía tampoco de que huía, pero caminaba como si mi vida dependiera de ello. Logré llegar a mi solitario cuarto sin derrumbarme y entonces perdí el control.

Cuando tenía ocho años, vivía con mi abuela materna y mis padres. Recuerdo la noche de verano en la que me desperté llorando como si hubiera sido ayer. Soñé que mis padres morían en un accidente de tránsito similar al del hombre y el gato negro, y me desperté gritando. Corrí hacia el cuarto de mis padres, les relaté lo que había visto y les rogué que no fueran a trabajar aquel día. Mi abuela, que se había despertado con mis chillidos nocturnos, me dio un vaso de leche tibio y al igual que mis padres, me aseguró que aquello había sido solo un sueño y que nada malo iba a ocurrir. Ellos murieron seis horas después, yendo al trabajo luego de dejarme en el colegio.

Mi abuela siempre dijo que solo podía haber presentido la tragedia por mi espíritu noble de niña y nunca volvimos a mencionar el tema. Siempre pensé que había sido una casualidad y que ella tenía razón, aunque cuando era adolescente y leía historias paranormales no podía no preguntarme si quizás, solo quizás...

Más tarde, un día después de mi cumpleaños número dieciocho, mi abuela también falleció. Ella tuvo por meses una enfermedad en los huesos pero esperó hasta que yo cumpliera la mayoría de edad, así no tendría que ir a un orfanato. Aquello sí fue obra de su espíritu. Se mantuvo con vida por pura voluntad, los médicos no entendieron como aguantó tanto.

Ahora, que yo viera lo que iba a ocurrir en un futuro cercano, no estaba segura de que fuera obra de mi espíritu. Primero, porque las muertes tempranas en mi familia me habían hecho apartarme de cualquier creencia religiosa o de otro tipo. Y segundo, porque cuando tuve veinte años evité quedar en medio de una balacera donde murieron once personas inocentes. Soñé con el kiosko que había cerca de mi Universidad al que era asidua. Vi el tiroteo que se iba a producir entre unos prófugos y la policía justo a la hora en que solía parar allí, y decidí no ir aquel día. No porque creyera que iba a ocurrir justamente aquello, sino porque el sueño me había dado mala espina. Me salvé ese día sin proponérmelo.

Y ahora volvía a suceder lo mismo.

Vi al sol cambiar de posición desde mi cama por horas. Me había recostado contra la pared y podría decirse que no me había movido si no contamos los estremecimientos producidos por el llanto. Luego de tres horas había dejado de derramar lágrimas, aunque tenía los ojos rojos e hinchados y no paraba de preguntarme que significaba lo que estaba ocurriendo conmigo mientras miraba un punto fijo en la pared.

Pero entonces tuve otro déjà vu o lo que fuera que eran esas visiones y qué era yo, dejó de importarme.

Una niña iba a ser secuestrada cuando saliera del colegio a las cinco de la tarde y eran las cuatro y cincuenta.

¡Espero les gustara! ¡Muchas gracias por leer!

El sábado o domingo próximo subiré la continuación. Tanto aquí como en FictionPress.

XOXO

Yan

La historia esta siendo registrada en Safe Creative, Código del Capítulo: 1210132503563

1En la radio suena Tik Tok de Kesha.

La Ciudad: SecuestroWhere stories live. Discover now