Capítulo 1

87 2 0
                                    

Escuché la alarma de mi teléfono sonar y me di la vuelta en la cama. Sabía que había tenido una buena razón por la cual ponerla a las siete treinta de la mañana, pero en ese momento no podía recordar cuál era.

El aparato continuó sonando sin piedad hasta que decidí desenredarme de las mantas, levantarme y apagarlo.

—Algún día... —le juré dejando la imaginación volar. Cada mañana me imaginaba haciendo volar por los aires al aparato, y cada mañana me recordaba que no podía comprarme otro si lo rompía—. Asco de desempleo...

Le eché una última (y anhelante) mirada a la cama y frotándome los ojos me dirigí hacia la cocina, con mis rulos apuntando a millones de lados diferentes y el culote rosa que me había regalado mi abuela. Sí, no era la prenda de algodón la cosa más sexy del mundo, pero nadie puede decir que no abrigara.

Descorrí la cortina de mi recámara y encendí la radio.

—...ain't got no money in my pocket, but I'm already here... 1

—Amen chica —murmuré subiendo el volumen. Me había quedado sin trabajo recientemente y mi heladera contaba con el abastecimiento suficiente para dos semanas, si le añadía las latas de conserva y no gastaba mi dinero en otra cosa que no fuera leche y fruta.

Tener trabajo era importante por algo. Debí recordar por qué antes de gritarle a mi último encargado que le olían los pies pero que yo no había sido la que le había llenado el casillero con talco (aunque internamente le aplaudía al de la idea, el olor a pies mezclado con colonia barata era nauseabundo a niveles insospechados).

Después de tomar mi humilde desayuno, consistente en cuatro naranjas, una banana, dos kiwis, un vaso de leche tibio, pollo, espinacas y puré de verduras (el dulce de membrillo que le untaba al pollo se me había acabado), me fui al gimnasio. Era eso o sentarme en un rincón a chuparme el dedo mientras pensaba que no tenía trabajo, ni dinero y que además me estaba yendo fatal en la Universidad. Un panorama deprimente, así que sep, mejor salir a tomar aire fresco.

Casi tres horas más tarde, estaba volviendo a mi casa con dolor en el cuerpo pero llevando además la satisfacción del trabajo realizado. Había decidido caminar las veinte cuadras para continuar con el ejercicio (y por qué no decirlo, para ahorrarme el dinero del boleto de autobús). Sonreía sin ningún motivo y daba gracias por haber pagado por adelantado seis meses de gimnasio mientras mis pies barrían distancias.

Un camionero me tocó bocina y al ver lo bonito que era a través de mis Ray-Ban imitación, sonreí más abiertamente antes de agachar la cabeza para mostrarme apenada. Sip, escoger las calzas violetas por encima de las demás había sido una buena idea. Por más sudada que estuviera mi camiseta, me daba ese toque sexy que toda mujer debe llevar siempre.

Bueno, en realidad y para ser honesta, yo solía llamar la atención de los hombres independientemente de que tipo de pantalón utilizara. En parte se debía a mi buen metro ochenta, que no me dejaba pasar desapercibida en ningún sitio, y en parte se debía a mis grandes caderas, herencia familiar. Había sabido odiar esa herencia cuando era niña y la ropa para las chicas de mi edad no me quedaba, pero ya a mis veinticuatro años, aprendí a enorgullecerme de ello. Además, aquel día en particular, me sentía especialmente linda.

Estaba decidiendo mentalmente que hacer cuando llegara a mi casa (podría limpiarla, acostarme a dormir ya que los sueños intermitentes me habían despertado cuatro veces la última noche, o ponerme a terminar las historietas sátiras y rogar por que alguna revista las comprara) cuando un gato negro cruzó por delante mio como una flecha y bajó a la calle.

Yo ya había visto ocurrir aquello. Había sido parte de uno de los tantos sueños de la otra noche.

Hice memoria, intentando acordarme de algo más y me vino a la cabeza la imagen de una camioneta plateada. Una camioneta que iba a chocar contra un árbol cuando intentara no arrollar al gato.

La Ciudad: SecuestroWhere stories live. Discover now