Los buenos y los malos

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Ir al cine es una experiencia muy grata para miles de personas. Por un corto lapso, esta distracción permite que muchos se olviden de la miserable y oprobiosa realidad, al procurar un escape fantástico para encontrar esa desconexión del hartazgo cotidiano. Generalmente, suelen existir dos tipos de bandos en las historias ficticias que tanto agradan al público; los héroes y los villanos, con los primeros se aprecia su dolor como si fuese el propio espectador quien lo sufre. La lucha del héroe, sus aciertos y desaciertos, la angustia cuando el villano parece prevalecer, y finalmente la tan esperada catarsis cuando el bien triunfa, todo se siente como algo vivido por el público cuando una película es realmente buena y se logra crear un vínculo con la audiencia. No es el caso de todas las producciones, algunas son mediocres y precisamente pueden ser tediosas. En Nicaragua, a partir del año 2018, se vive una especie de película trágica —profundamente repulsiva—en la que 6 millones de personas están clavadas a su asiento, y no pueden huir; la realidad.

Si tuviéramos que definir bandos, los chicos malos, es decir aquellos rufianes que deben ser vencidos, están compuestos por una horda de malvivientes que no aceptan soltar las riendas del poder: el Gobierno (que más bien es una dictadura). El papel estelar de los antagonistas, descansa en el rol lúgubre de una pareja de impresentables y ponzoñosas momias. Son una especie de maldición para la que no se vislumbra remedio alguno. Del otro lado de la acera, se establece la famosa Alianza Cívica, conformada por distintos sectores de la sociedad civil, son los "buenos", y su única misión es devolver la libertad —tarea bastante ardua— a un país convertido en la finca de una familia con ínfulas de faraones, aunque en realidad, se asemejen más a los crueles capataces de una hacienda.

La calidad del guion es bastante pobre, nuestros salvadores no nos entretienen con increíbles e insospechadas intrigas para desquebrajar al sistema imperante, estos justicieros no se muestran pistoleros ni con la astucia de sigilosos conspiradores que día y noche, planifican geniales complots, para romper las cadenas. En cambio, los malos hacen honor a su apelativo, no destacan por inteligencia o carisma, sino por su profunda ruindad moral, siendo capaces de las peores atrocidades con tal de mantener el statu quo, por lo que no tienen reparo en recurrir a las armas para "pacificar" a una población que clama cambios. La contienda no parece tener fin, tomando en cuenta que ni los sátrapas desisten en su intento de perpetuarse en el poder, ni la población puede vivir con tranquilidad, siendo sus corazones inundados por un diluvio de rechazo hacia los opresores, no obstante, sin existir "enviados" que pisoteen al mal.

Es casi irrisorio, el imaginar a un protagonista que, de cara al momento de la verdad, en vez de oponerse con todas sus fuerzas al antagonista, simplemente se acomode en el sofá, y redacte un comunicado en el que solicite: «Por favor, deje de ser malo». Un par de condenas por twitter, unos cuantos avisos, junto con denuncias y listo; se ha batallado sin descanso contra la oscuridad. Sería el argumento de la entrega cinematográfica más aburrida y lerda de todos los tiempos, por lo que el público lanza vociferaciones al aire.

—¿No pueden hacer algo más? — se cuestionan los presentes, decepcionados en su asiento del cual no pueden escapar, ahí, clavados en el cine de la vida.

Naturalmente, resulta un agujero argumental oceánico el suplicar a quienes nos han llevado a que el barco se hunda, su recapacitación y anuencia a la causa de las libres elecciones presidenciales, para así definir quien ocupa el trono. Se trata de pedir a un tigre, que por favor se vuelva vegetariano, o soñar con buitres que no sean carroñeros y se dediquen más bien a comer pasto. ¿Qué estarán pensando los guionistas ante semejante esperpento?

El actual panorama (año 2019, segunda parte de la película estrenada en el 2018), no es más que una bizarra y escandalosa "convivencia" entre las fuerzas del bien y el mal, debido a que ningún lado ha podido vencer. Tan extraño como el caso de aquella señora que, sobresaltada por los vicios, patanerías y abusos de su marido, todavía no lo corre de la casa. En fin, se describe como convivencia puesto que, si no se hacen esfuerzos suficientes para sacar al borracho de turno, se cae en la aceptación de su presencia —de alguna retorcida manera—, lo que dificulta una solución a la brevedad posible.

El film es tan malo que no merece secuelas, sin embargo, parece prolongarse como aquellas franquicias que ya tan gastadas, siempre siguen promoviendo nuevas entregas, año tras año. Necesitamos un reboot urgentemente y, con mejores actores y guionistas. 

En Pocas PalabrasWhere stories live. Discover now