La batalla del laberinto (Percy Jackson 4º) Rick Riordan

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1.—¿Qué has hecho esta vez? ¿Quién es ésta?
—Ah, sí. Rachel... Annabeth. Annabeth... Rachel. Hummm, es una amiga. Supongo. 

No se me ocurría otra manera de llamarla. Apenas la conocía, pero después de superar juntos dos situaciones de vida o muerte, no podía decir que fuese una desconocida.

2. Pese a la seriedad con que se comportaba, me alegraba ver que ya no estaba enfadada conmigo. Y más bien me gustaba que hubiera transgredido las normas para venir a sentarse a mi lado.

3. —Tengo que irme —dijo apesadumbrado—. Enebro me espera. Es una suerte que encuentre atractivos a los cobardes

4. —Amas tanto tu laberinto —decía el rey— que he decidido permitir que permanezcas aquí. Este será tu taller. Idea otras maravillas para mí. Diviérteme. Todo laberinto precisa un monstruo. ¡Y tú serás el mío!

5. —Porque a veces es mejor mantener cerca a una persona de la que no te fías. Así puedes vigilarla.

6. Eran imágenes bonitas, pero no demasiado fieles. Yo había visto a los dioses. Dioniso no eran tan apuesto y Hermes no tenía la nariz tan grande.

7. Esto es muy serio. Una elección equivocada podría arruinar su vida entera. Puede matarla a usted y a todos sus amigos. Pero no se agobie, Annabeth. ¡Escoja!

8. —Eh, no creía que os gustasen los héroes. Hera sonrió con indulgencia.
—¿Por aquella pequeña trifulca con Hércules? ¡Hay que ver la cantidad de mala prensa que he llegado a tener por un solo conflicto.

9. —Conseguir algo y saber utilizarlo son cosas distintas. Estoy segura de que tu madre, Atenea, coincidiría conmigo

10. —Percy —dijo Grover débilmente—, hasta la inmortalidad tiene sus límites. A veces... a veces los monstruos caen en el olvido y pierden la voluntad de seguir siendo inmortales

11. —Quizá por eso se desvanecen los monstruos —respondí—. Tal vez no se trate de lo que crean los mortales. A lo mejor lo que pasa es que dejan de creer en sí mismos.

12. Saltó al primer travesaño, se agarró firmemente y empezó a pasar de uno a otro balanceándose. Le daba miedo la araña más diminuta, pero no la posibilidad de caer al vacío desde un pasamanos larguísimo. A ver quién entiende eso.

13. no puedes confiar en los demás. Fíate solamente del trabajo de tus propias manos

14. —No es sabio ni juicioso andar buscando, muchacha.
—Mi madre dice que buscar es el principio de toda sabiduría.

15. Annabeth me miró furiosa, como si tuviera ganas de darme un puñetazo. Y entonces hizo una cosa que me sorprendió todavía más. Me besó.
—Ve con cuidado, sesos de alga.

16. —No es fácil ser un gran inventor —respondió Hefesto con voz ronca—. Siempre solo. Siempre incomprendido. Es fácil amargarse y cometer terribles errores. Resulta más complicado trabajar con personas que con máquinas. Y cuando rompes a una persona, ya no puedes arreglarla.

17. —No hay forma de que limpie su habitación y, en cambio... ¡está dispuesto a limpiar las toneladas de estiércol de los establos de un monstruo!

18. —Normalmente no se comporta así —le dije—. No sé qué le pasa.
Rachel arqueó las cejas. —¿Seguro que no lo sabes?
—¿A qué te refieres?
—Chicos... —murmuró entre dientes—. Totalmente ciegos.

19. —¿Así que esto es lo que haces cada verano?, ¿luchar con monstruos y salvar el mundo? ¿Nunca tienes la oportunidad de hacer... no sé, ya me entiendes, cosas normales?

20. Un verdadero artista debe dominar muchas materias.

21. —No ha sido fácil, ¿sabes? Tener sólo a los muertos por compañía. Saber que jamás seré aceptado entre los vivos. Sólo los muertos me respetan, y es porque me tienen miedo.

22. —Nos vemos, Percy Jackson. Ve a salvar el mundo por mí, ¿vale?

23. —No tan mal como ocultarme durante dos mil años a causa de mis crímenes. El genio no disculpa la maldad, Percy. Ha llegado mi hora. Debo afrontar mi castigo.

24. —Ya no juego a esto. Es para niños.
—Tiene una potencia de ataque de cuatro mil —señalé en tono persuasivo.
—De cinco mil —me corrigió—, pero sólo si tu oponente ataca primero.
Sonreí. —A lo mejor tampoco está mal volver a ser un niño de vez en cuando.

25.Me volví hacia Dioniso. —¿Vos lo habéis curado?
—La locura es mi especialidad. Ha sido sencillo.
—Pero... habéis hecho una buena acción. ¿Por qué?
Arqueó una ceja. —¡Porque soy bueno! Irradio bondad, Perry Johansson. ¿No lo has notado?
—Eh...

26. Estaba empezando a sentirme bien, así que se me ha ocurrido hablar un rato contigo. Tú siempre consigues ponerme de mal humor.

27. Pero recuerda, muchacho, que una buena acción puede ser a veces igual de poderosa que una espada. Como mortal, nunca fui un guerrero, un atleta o un poeta muy destacado. Me dedicaba sólo a hacer vino. Los de mi pueblo se reían de mí. Decían que nunca llegaría a nada. Mírame ahora. A veces las cosas más insignificantes pueden volverse muy grandes.


Frases del Olimpo. Vol2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora