—¿Quieres hablar o...?

No le contesté. Se inclinó hacia mi y me habló más cerca.

—Me gustaría acompañarte —dijo con voz suave—, pero no puedo.

Me limité a encogerme de hombros.

—Oye —me puso la mano en el hombro con suavidad—, no sé qué ha pasado. Siento si hemos sido nosotros, y si.... —se encontró con mi mirada—. Hey —torció la cabeza—, no estés así.

Me agarró el otro hombro y me atrajo hacia él para abrazarme. Me zafé y me aparté de él. Si le sentía más cerca me echaría a llorar, si me abrazaba me rompería.

Me daba igual haber fantaseado cientos de veces con estar entre sus brazos. En esos momentos no me apetecía en absoluto. Me parecía una estupidez. Solo quería volver a casa y encontrar a mi madre.

El coche de Juan no tardó en aparecer, salí del portal corriendo y me metí dentro, sentándome en el asiento del copiloto.

Héctor golpeó la ventanilla con los nudillos. Yo no la bajé, lo hizo su padre.

—Hablamos mañana ¿vale? —Héctor tenía el pelo empapado y sus ojos grises me miraban ansiosos.

Se había apoyado en la puerta y tenía las manos dentro. No fui capaz de decir nada, pero agarré su mano y asentí. El puso su otra mano sobre la mía y la apretó unos segundos antes de volver al portal.

La ventanilla se cerró, Juan arranco el coche y yo me vine abajo. No sé si fue porque la calefacción del coche estaba muy fuerte, porque el asiento era muy cómodo y el interior del coche demasiado acogedor. Quizá fue por haberme liberado de la tensión que me producía estar cerca del chico que me hacía perder la cabeza, o fueron las luces de las calles de Madrid que me cegaban, pero me eché a llorar a moco tendido. Lloriqueaba escandalosamente. No era una imagen en absoluto enternecedora: estaba dando un espectáculo lamentable.

Noté que el señor estaba bastante incómodo. Puso el partido en la radio y me preguntó si me gustaba el fútbol. Yo no podía contestar porque me ahogaba con mi propio llanto. Tardó unos minutos, pero finalmente, en un semáforo en rojo decidió que no podía seguir ignorando que alguien estaba llorando como un niño en su coche, apagó la radio y se volvió hacia mí.

—¿Es por Héctor? —sacó un paquete de pañuelos de la guantera y me los ofreció.

Asentí con la cabeza y le agradecí mentalmente que me diera aquella salida.

—¿Es porque no te hace caso?

Volví a asentir. Hice uso de los pañuelos antes de inundar su coche con mis lágrimas.

—Se nota que te gusta, le pones ojitos —rio.

Como yo seguía llorando se le cortó la risa en seguida.

—Eres muy joven, Amelia —paró el coche, habíamos llegado—. A tu edad no deberías estar pensando en chicos. Deberías concentrarte en estudiar, en la universidad y esas cosas.

Asentí y abrí la puerta. Me despedí con monosílabos, él hizo una broma que no entendí acerca de un futbolista y fingí reírme.

Entré en el portal y subí usando el ascensor por primera vez. Era más rápido, estaba paralizada y el miedo a estar sin mi madre era mucho mayor que el miedo que me daban los ascensores. En ese momento yo era todo miedo, ira y rabia.

—¿Qué haces aquí? Son las once y veinte —mi tía se cruzó de brazos cuando me vio entrar por la puerta—. Mira, si te estás trasformando ahora... joder.

—¿Dónde está mi madre? —noté las lágrimas resbalar por mis mejillas y las escamas cubrir mis brazos y mis piernas.

—No cambies el tema, Alexia —estaba muy molesta, pero yo lo estaba más.

—No, no cambies tú el tema. ¿Dónde está?

—¿Es que se te ha olvidado ya lo de anoche? ¿Se te ha olvidado cómo te pusiste?

—Eso es mi problema y me la suda. Me la sudan las serpientes, las gorgonas, Antenia y las demás gilipolleces. Ahora sólo quiero saber dónde está mi madre.

—Te conviertes en un monstruo y tu única preocupación es saber dónde está mami —me hizo burla—. Lamentable.

Las serpientes siseaban alrededor de mi cabeza. Fui andando hacia ella, la aparté de un manotazo y llegué al otro extremo del salón.

—Se acabaron las mentiras y los secretos —traté de abrir la habitación prohibida usando el pomo.

—No la vas a poder abrir —resopló.

Perdí la cabeza y empecé a golpear la puerta con el puño. La puerta no se inmutó, así que probé con la pared que la rodaba. El primer golpe hizo saltar la pintura, con el segundo pude notar como el ladrillo empezaba a ceder. Uno más y habría abierto un boquete, pero el tercer puñetazo no llegó a tocar la pared. Sentí un pinchazo y a continuación noté que todos los músculos de mi cuerpo se tensaban de forma brutal. Como si hubiese tenido el tirón que a veces me daba en una pierna en la piscina, pero por todo el cuerpo y durante más tiempo.

Casi me caigo al suelo. Me apoyé sobre la pared y la vi. Había sido ella.

Mi tía tenía una pistola táser en una mano y sujetaba algo en la otra.

—Me has disparado —la miré incrédula.

Se acercó deprisa hacia mi, con la cara desencajada. Me pedía perdón una y otra vez. Esta vez estuve más atenta, fui más rápida que ella y de un manotazo hice que tirara la jeringuilla que sujetaba disimuladamente con su mano derecha. Después, de un empujón hice que se sentara en el sofá. Había tirado el táser al caer, y lo alejé de ella de una patada, junto con la jeringuilla.

—El único monstruo que hay aquí eres tú —le escupí.

Cogí mi mochila, metí una manta pequeña, el cargador del móvil, los auriculares y la cartera. Después fui hacia la mesa del salón, y saqué cincuenta euros de la cartera de mi tía, procurando que ella lo viera bien. Ella seguía en el sofá, paralizada.

Me largué dando un portazo. Ella no fue capaz de seguirme.

Horas después seguía llamándome. Me llenó el teléfono de llamadas y mensajes. Al principio usó unas pocas palabras. Después se limitó a enviar emojis de croissants, dragones y el emoji de la esponja, que más tarde descubriría que para ella significaba arrepentimiento.

Finalmente cogí el teléfono

—¿Dónde estás? —sonaba muy agobiada—. ¿Estás bien? Contesta, por favor.

—No estoy bien por tu puta culpa.

—Dime dónde estás. Ven a casa, por favor.

—Estoy en el aeropuerto —gruñí llena de rabia—. Me voy a China a buscar a mi madre.

Esta vez la que le colgué fui yo.

No, no estaba en el aeropuerto. Estaba en el primer autobús que salía hacia mi pueblo el domingo. Era hora de volver a casa.

Al primero que se queje de que el capítulo es corto le mando a Charlie a su casa!

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Al primero que se queje de que el capítulo es corto le mando a Charlie a su casa!

Se que llevo dos semanas sin publicar y quiero agradeceros que sigáis aquí a pesar de mi inconstancia 💕 Os amo y me he propuesto actualizar más seguido (espero cumplirlo!)
El viaje fue genial, estuve en las oficinas de Wattpad de Toronto y fue una visita muy muy interesante. A ver si grabo un vídeo pronto para contaros más.

Este capítulo se lo dedico a mi madre, la mejor madre del mundo ❤️️. Lee Cuervo y le gusta. No comenta porque se lo tengo prohibido, soy esa clase de hijas, pero me regaña cuando estoy tanto tiempo sin actualizar.

Cuervo (fantasía urbana)Where stories live. Discover now