Fruta fresca.

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Yo no tenía ni idea de que Sara Chávez fuera un "vampiro". Y lo escribo así, entre comillas, porque no me parece que el término sea para tanto.

La primera vez que hablé con Sara me pareció una niña de lo más normal, un poco ñoña, eso sí... y feíta, como encorvada y retraída pero normal a fin de cuentas; después de todo, ¿quién no fue un poco tímido durante la pubertad? Ahhh, esa época de hormonas incipientemente rebeldes y vergonzosas paranoias juveniles.

Pero regresando al punto, Sara tendría entonces unos doce años y mi hermana menor, Laura ni siquiera había terminado de bañarse cuando oí el timbre de la entrada (una de esas irritantes cancioncillas que sonaban fuera de lugar cualquier día a menos que estuviésemos en Navidad).

Fui a recibir a la (in)oportuna amiguita, la cual se puso pálida al verme y balbució con desconfianza algo parecido a "¿Es ésta la casa de Laura Jiménez?"

Y así, pálida como estaba, entró con la misma gracia de un robot sin aceitar y se sentó  con la espalda rígida en el esponjoso sillón de la sala. Para disminuir su evidente incomodidad le ofrecí toda clase de dulces y frituras, pero ella los rechazaba todos con nerviosismo.

Al menos hasta que vio la enorme sandía que mamá había dejado sobre la mesa esa mañana.

-¿Quieres unas rebanadas?- Le pregunté al percatarme de hacia dónde se dirigía su atención y me sorprendí mucho al escuchar su exclamación de entusiasmo. -¡¡¡Sí!!!- dijo con más ánimo del que esperaba escuchar y diez segundos después volvió apenada a su mutismo. Corté varios triángulos de la sabrosa fruta y la compartí con ella. Después de tres rebanadas Sara se veía más repuesta y hasta más elocuente; comenzó a hablarme con entusiasmo de las islas Filipinas y varias cosas así. No dejé de pensar que era algo ñoña, pero era una ñoña que me caía bien.

Algún tiempo después salió mi hermana, con el cabello largo y húmedo, vistiendo su pijama azul con aroma a lavanda; cuando miré sus pies enfundados en chanclas me di cuenta de que se acababa de pintar las uñas.

¡Y me había hecho entretener a una niña 6 años más chica que yo para que pudiese hacerse el pedicure! Dejé a la amiguita con Laura y me desentendí de la fiesta porque tenía que estudiar para algunos exámenes. Estaba tan concentrado en mis estudios que no me di cuenta de cuándo llegaron a casa mamá y el resto de las invitadas, y tenía el volumen de la música tan alto en mis audífonos que no escuchaba el revuelo que podría estar ocurriendo en el cuarto junto al mío.

Abrí los ojos desconcertado después de una repentina (aunque predecible) babeada a mi escritorio y me di cuenta de tres cosas: uno, era de noche; dos, mi celular había agotado toda su batería y yacía apagado a un costado de mis libros, y tres, no había un solo ruido y risotada en toda la casa. Me levanté a conectar mi celular a la corriente y cuando encendió me di cuenta de que eran las tres de la mañana del domingo. Me reí internamente  del hecho de que las niñas no hubieran aguantado por lo menos hasta las cinco, pero aún así me detuve junto a la habitación de Laura para saber si estaban durmiendo bien. Para mi sorpresa, cuando pegué la oreja a la puerta ésta se abrió un poco, y aprovechando el halo de luz del pasillo revisé que estuvieran todas durmiendo.

Había ahí cuatro niñas contando a mi hermana y estaba por volver a dormir cuando me fijé bien y vi que faltaba una. Cerré la puerta con cuidado y fui al baño, pero ahí tampoco había nadie.

Y entonces me percaté de una cuarta cosa. Había un sonido extraño que venía de la planta baja, algo como "ñam, ñam". Un sonido húmedo, repetitivo y desagradable... el sonido que hacen las personas (o los animales) cuando mastican algo.

Historias de vampiros.Where stories live. Discover now