Capítulo 18

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El cuerpo se me estremeció. Ya no recordaba la última nota. Había pasado tanto tiempo, que pensé que todo había acabado. Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas. Estaba muy agobiada por la situación. Incluso pensé que, si querían hacerme daño, me lo hicieran cuanto antes y me dejaran en paz hasta el final del verano. En cuanto conseguía olvidar uno de los anónimos, me dejaban otro y todo volvía a empezar. Diego me quitó la nota con mucha rabia, hizo una bola con ella y me abrazó, intentando frenar la angustia que me hacía sentir aquella situación.—Luna, tranquila, solo intentan asustarte, no hagas caso —. Laura intentó tranquilizarme.—Desde que Diego y yo empezamos a salir, hemos estado aguantando esta presión. Llega un momento en que quiero que todo termine. Si alguien me quiere hacer algo, que me lo haga ya y que me deje vivir. ¡Ya está bien.—No digas eso, Luna —la voz de Diego denotaba preocupación—. Nadie va a hacerte daño mientras yo esté aquí —me abracé a él, agradeciendo su palabras con un beso. Miré a Laura, alargué la mano para que me la cogiera y me transmitiera su apoyo.—¡Bueno! —me sequé las lágrimas con el brazo y me recompuse—. Vamos a ver como les ha ido a los tortolitos.—¡Esa es la actitud! —dijo ella.Le guiñé un ojo y sonrió dando su conformidad a mi cambio de ánimo. Llamé primero al timbre de la puerta, por si estaban haciendo algo que no deberíamos presenciar. A Diego y a mí nos habían pillado en alguna ocasión y es una situación un poco incómoda, no quería que les pasase lo mismo a ellos. Abrí la puerta y vi que en el suelo todavía estaba la alfombra de pétalos que la tarde anterior habíamos preparado con tanta ilusión. Las velas están fundidas, miré hacia la cocina, Urko y Sandra están desayunando.—¡Buenos días! —saludé, con una sonrisa.—¡Hola, chicos! —Sandra nos saludó con alegría, llevando puesta una camiseta de Urko. Era una buena señal—. ¡No os voy a volver a creer nunca más!—¿Estás segura? —las tres nos miramos y comenzamos a reír— ¡Tomamos nota!—Me alegro de que todo haya salido bien —le dijo Diego a mi hermano—. Urko, te repito que tienes una hermanita que da miedo.—¡Bendito miedo, Diego! Gracias a sus locuras, Sandra me ha escuchado y perdonado.Laura y yo fuimos corriendo hasta donde estaba Sandra, nos abrazamos y saltamos de alegría. Los chicos se nos quedaron mirando atónitos y comenzaron a reírse. A nosotras nos dio igual. Por fin todo volvía a la normalidad, las tres estábamos con los chicos que queríamos y eso nos hacía muy felices. Entre todos, nos pusimos a recoger la casa. Al día siguiente llegaban nuestros padres y todo debía quedar como cuando se habían marchado. A Urko se le ocurrió una idea genial: iríamos hasta el pueblo de al lado dando un paseo y nos invitaría a comer, en agradecimiento por haberlos ayudado a reconciliarse.El paseo hasta el restaurante fue muy agradable. Conversamos, reímos, discutimos. El poder estar todos juntos, sin ningún problema entre nosotros, me hacía sentir muy bien. El día estaba saliendo perfecto. Comimos unas hamburguesas y nos volvimos al pueblo. Entre el paseo de ida, comer y volver, nos dieron las seis de la tarde.—¿Qué queréis hacer ahora? ¿Vamos al parque?—Yo voy a ir a casa —dije—, tengo que recoger todo y limpiar bien todo, antes de que lleguen mis padres.—Luego lo hacemos Luna —contestó Urko—, ¡vamos a disfrutar del día!—Sabes cómo es mamá con la limpieza. Prefiero recoger antes de que se haga de noche. Tú disfruta de la reconciliación.—¡Yo te ayudo! —Diego me guiñó un ojo—. Entre los dos terminaremos antes.—Gracias, pero si no tengo entretenimiento terminaré más pronto. Tú vete con los demás al parque y, en cuanto termine, voy hasta allí.—¿Estás segura?—Te lo aseguro, Diego, en menos de una hora estoy en el parque.Yo sabía que Diego habría estado encantado de venir a ayudarme, con tal de pasar un rato a solas conmigo. Ese era el problema. Que, si estábamos a solas, haríamos muchas cosas, menos limpiar la casa. No quería que, cuando mis padres volvieran, encontraran todo de tal forma que no nos volvieran a dejar solos nunca más. Me despedí de todos ellos y quedé en vernos en una hora, más o menos. Diego me pidió otra vez que lo dejara acompañarme, pero preferí que disfrutara un poco con sus amigos. Desde que habíamos vuelto, no había pasado mucho tiempo con ellos y eso me daba pena. Nadie debería dejar a sus amigos de lado al enamorarse. No se sabe cómo pueden terminar las cosas con tu pareja, y todos necesitamos amigos con los que evadirnos de la rutina. Me fui caminando deprisa, para llegar cuanto antes y volver junto a Diego.Al llegar al porche, lo primero que hice fue mirar la mesa. No había ninguna nota, así que respiré con alivio. Entré en casa e hice un repaso a todo con la mirada. Desde que mis padres se habían ido, no habíamos pasado el polvo ni una sola vez. Por suerte, teníamos lavavajillas, por lo que no me tenía que preocupar de los platos. Lo primero que hice fue coger la escoba y el recogedor, para barrer toda la parte de abajo de la casa. Comencé por las cocina y fui avanzando poco a poco hasta la sala. Terminé con la escoba y la puse en su sitio. Cogí el trapo para limpiar el polvo y, cuando me dirigía hacia el mueble del salón, sonó el timbre de la puerta. Sonreí, porque me imaginé quién sería. Fui corriendo a abrir la puerta, con mi mejor sonrisa para Diego. Pero, cuál sería mi sorpresa, cuando me encontré a Míriam delante de mí. Se me quitó la sonrisa en ese mismo instante.—Hola, Luna.—¿Qué haces aquí? —tenerla en frente me traía malos recuerdos—. ¡No tengo tiempo para discutir!—No he venido a discutir. Sólo te pido unos minutos para poder hablar y te juro que no te molesto más —Su cara de preocupación me intrigó—. ¡Por favor, Luna!—¡Está bien, pero sólo unos minutos!Asintió con la cabeza, la dejé pasar a casa y le hice un gesto para que se sentara en el sofá. Ella, muy amablemente, aceptó. Me extrañó tantísima amabilidad hacia mí, pero quería escuchar lo que tenía que decirme. Me senté a su lado y esperé a que comenzara a hablar.—En primer lugar, quiero agradecerte el que hayas querido escucharme. No pienses que esto es muy agradable para mí, pero considero que tengo que hablar contigo.—Te pediría que no empieces con rodeos —me estaba poniendo nerviosa tanta intriga—. Explícame eso tan importante que me tienes que decir —y márchate, añadí para mí.—He tenido el atrevimiento de venir a hablar contigo, porque sé que has vuelto con Diego.—Sí, pero no entiendo qué tiene eso que ver...—Como te habrás dado cuenta, hace tiempo que no se me ve mucho por el pueblo. Ni siquiera me he acercado a Diego para nada. La causa de ello es que, hace unos días, me enteré que estoy embarazada.Mi mundo de sueños se destruyó en ese mismo instante. Ni siquiera se me ocurrió preguntarle quién era el padre, el hecho de que me lo estuviera contando a mí lo aclaraba totalmente. Era de Diego, por supuesto. Intenté como pude que no se notara que aquella noticia me había destrozado el corazón.—¿Estás segura de que es de Diego? —la voz se me quebró al decir su nombre—. Hace mucho que vosotros no estáis juntos.—La última vez que estuve con Diego fue más o menos hace un mes —la fecha fatídica en la que me engañó con ella, pero que él no recordaba—. Desde ese día, no he vuelto a estar con nadie.—¿Desde cuándo lo sabes?—Hace una semana tuve un retraso. No le di mucha importancia, pero mi prima María me dijo que, para estar segura, me hiciera una prueba de embarazo —comenzó a derramar lágrimas de desesperación y se me encogió el corazón—. Cuando vi que el resultado era positivo, no podía creerlo. Lo he repetido en varias ocasiones, sola en casa, pensando que de esa manera el resultado variaría, pero siempre ha sido el mismo.Sacó del bolsillo de la sudadera el test de embarazo, para que lo viera. Alargué la mano para cogerlo y noté como me temblaba. No podía dejar de mirar las dos rayas rosas que aparecían en él. ¡Era verdad! ¡Estaba embarazada! Ahora que todo iba tan bien...—¿Diego lo sabe?—¡No! —dijo entonces—. He preferido venir primero a hablar contigo —comenzó a llorar más intensamente—. ¡No sé qué hacer! Ni me quiere, ni va a aceptar tener un hijo conmigo...—¡Diego no es así! —no pude evitar abrazarla para intentar que se tranquilizara—. Estoy segura de que, en cuanto se lo digas, aceptará a ese hijo y lo querrá como tal.—A mi hijo sí pero, ¿qué pasa conmigo? ¿Tú traerías un hijo al mundo sabiendo que sus padres no van a estar juntos?—¡Tranquilízate, por favor! El estado de nervios en el que estás no puede ser bueno para el bebe —me levanté corriendo, para traerle un vaso de agua—. ¡Toma, bebe un poco de agua!Cogió el vaso, pero solo pudo dar un sorbo pequeño de agua. Su respiración acelerada no le permitió beber más. Dejó el vaso encima de la mesa y se tapó la cara con las manos, intentando esconder su desesperación. En ese momento, un sentimiento de culpabilidad inundó mi corazón. Yo no podía ser la persona que dejara sin padre a ese bebé. Aunque terminar con Diego me destrozara el corazón, él tenía que estar con su hijo.—Perdona por el número que estoy montando —se secó las lágrimas con las manos y respiró profundamente, para recobrar la compostura—. He considerado que debías saberlo porque mañana, en cuanto vea a Diego, se lo voy a decir. Te pido por favor que no seas tú quien se lo cuente.—Por mí no te preocupes —respondí. Ya no me importaba nada—. Es una noticia demasiado importante, no pienso entrometerme.Nos levantamos las dos del sofá. La acompañé hasta la puerta y, al despedirse, me dio un gran abrazo y me susurró su agradecimiento al oído. Asentí con la cabeza y me quedé mirando cómo se marchaba por el porche de mi casa sin poder articular palabra. Cerré la puerta y me tiré en el sofá, a llorar desesperadamente. No podía dejar de pensar en lo que Míriam acababa de decirme. ¡Estaba embarazada! No sabía lo que iba a hacer, pero estaba segura de que yo no sería la responsable de separar una familia en potencia. Diego tendría que aprender a querer a Míriam tal como me quería a mí. Dicen que, por un hijo, todo es posible...Me sequé las lágrimas de los ojos y me incorporé en el sofá.Tenía que ser fuerte. Al fin y al cabo, desde que mi historia con Diego había empezado, yo siempre había sabido que aquello no podría durar mucho. Comencé odiándolo y terminé queriéndolo, pero ahora solo iba a quedar el dolor de la pérdida. Miré el reloj de la cocina, que marcaba ya las ocho y media. La hora a la que iba a reunirme con Diego y los demás estaba próxima, y no podían verme así. Tenía que ser lo suficientemente fuerte como para que no se dieran cuenta de nada. Tan fuerte como hacer daño a la persona que más quería. Cogí el trapo del polvo y me apresuré a limpiar. Intenté idear algún plan para que Diego me odiara y no quisiera volver conmigo jamás. Se me pasó por la cabeza la posibilidad de utilizar a Christian, pero la descarté inmediatamente, por abusiva. Al pensar en Diego, las lágrimas asomaron de nuevo a mis ojos, pero las bloqueé a tiempo, guardándolas para cuando hubiera roto nuestra relación y me encontrara sola. Tan sola.Terminé de quitar el polvo y subí corriendo a la parte de arriba de la casa. Entré en el cuarto de mis padres, vacío desde que se fueran a Bilbao. Ni siquiera me dio tiempo a empezar antes de oír cómo entraba gente en casa.—¡Luna! —escuchar la voz de Diego me aceleró el corazón—. ¿Estás arriba?—¡Sí, estoy aquí! —la voz se me quebró al hablar. Salí del cuarto de mis padres y, al cerrar la puerta, Diego apareció por detrás. Me giró y me besó intensamente. Le respondí sin dudarlo, tratando de memorizar para siempre los últimos besos que me daba. Pero recordé la imagen del bebé y tuve que separarme de él de inmediato—. ¿Tienes hambre? —Comencé a caminar hacia las escaleras, para bajar a la cocina—. ¿Cenamos?—Como quieras —respondió, sin imaginar la que se nos venía encima.En la cocina estaban Urko y Sandra. Al mirar a mi amiga, ella captó enseguida que algo malo sucedía. Me hizo un gesto de interrogación con la cabeza, pero yo negué sutilmente, indicándole que no era el momento.—Urko, mejor nos dejas a Luna y a mi preparar la cena —dijo entonces.—Pero, no me cuesta nada preparar una pizzas —respondió mi hermano, totalmente ajeno a lo que me estaba pasando.—Después de todo lo que habéis hecho, al menos dejadnos preparar a nosotras la cena... —dijo, poniendo vocecita a la vez que me guiñaba el ojo disimuladamente—. Sentaos en el sofá, que ahora vamos.Así, los chicos se fueron a la sala y nosotras nos quedamos en la cocina. Sin embargo, no podíamos hablar muy alto, pues en mi casa ambas estancias comunicaban. Saqué las pizzas de la nevera y encendí el horno. Las dos les volvimos la espalda a los chicos, para que no se dieran cuenta de lo que hacíamos y pensaran que estábamos cocinando.—Luna, ¿qué pasa? —Sandra habló casi susurrando—. Te conozco y estás intentando reprimir las lágrimas.—Ahora no puedo hablar —le dije—, pero me estoy muriendo por dentro.—No entiendo... —dijo, levantando mucho las cejas—. Si esta tarde todo era perfecto...—No puedo hablar de ello ahora. Te lo contaré mañana, en Nupara —no pude reprimir las lágrimas ni un segundo más—. Te pido por favor que no insistas, ¡no me hagas llorar ahora!—Pero, Luna... —hizo el amago de moverse para darme un abrazo, pero yo reaccioné agachándome para mirar el horno—. Está bien, como quieras, pero no me gusta nada verte así.—Mañana lo entenderás todo —respondí, limpiándome las lágrimas que se me habían escapado con la manga—. Ahora, por favor, sígueme el juego, diga lo que diga. No me lo hagas más difícil de lo que ya es.Sandra asintió con la cabeza, sin entender lo que me pasaba. Era imposible que lo adivinara, por mucho que se esforzase. Tratando de fingir normalidad, metí la pizza en el horno, empujé a Sandra hacia la sala y puse mi mejor sonrisa.—Una de las pizzas ya está en el horno, cenamos en diez minutos.—¡Perfecto, mi amor! —me senté al lado de Diego y apoyé la cabeza en su hombro para poder ver la tele y que no viera la expresión de mi cara—. ¿Has terminado con todo lo que tenías que hacer?—Sí —le respondí de una manera muy contundente. Luego, cambié de tema—. Urko, mira qué película dan esta noche.Comenzó a cambiar de canal, mirando las distintas opciones. No había nada interesante, nada que me hiciera desconectar de todo lo que me daba vueltas en la cabeza. Cualquier cosa me valía, sin embargo, con tal de retrasar el momento de subir a mi habitación con Diego. Urko puso uno de los canales de documentales. De los nervios, me puse a girar de un lado a otro la pulsera de lunas y estrellas que me había regalado Christian al poco de conocernos.—¿Por qué llevas todavía esa pulsera?—No sé, ¿por qué no debería llevarla?—¿Te lo tengo que explicar? —la voz de Diego denotaba un fuerte enfado—. ¡Después de todo lo que ha pasado!—¡No quiero hablar sobre eso! Ya te dije que no te metieras en mi amistad con Christian... —me levanté bruscamente—. La pizza tiene que estar ya, voy a por ella.Diego hizo el amago de acompañarme, pero Sandra se levantó al mismo tiempo y se pegó a mí. Él, al ver que no podría estar a solas conmigo para hablar sobre lo sucedido, se quedó en el sofá hablando en voz baja con Urko.—¡Luna! —me riñó mi amiga—. Suaviza el tono, te estás pasando con el pobre Diego.—¡Te he pedido que me sigas el juego y no te metas! —tuve que responderle en voz baja para que no me oyeran. Me puse el guante para no quemarme, saqué la pizza del horno y la puse en un plato—. ¡Mañana te lo explicaré todo!Sandra abrió la nevera para coger una botella de cristal llena de agua, cerró la puerta y cogió los vasos, mientras yo metía en el horno la otra pizza y dividía la que había sacado en porciones. Me pidió que estuviera tranquila y se lo prometí. Volvimos con los chicos. Puse el plato encima de la mesa y me volví a sentar al lado de Diego. Cenamos en silencio, viendo la televisión. De vez en cuando, Diego me miraba y yo le sonreía. Terminamos de comer la pizza y me levanté para traer la que estaba en el horno, pero en aquella ocasión vez fue Diego quien me acompañó.—¿Se puede saber qué te pasa conmigo, Luna?—No sé a qué te refieres.—Desde que he llegado a casa, te comportas de una manera muy extraña. Me has evitado arriba. ¡Y mira cómo me has contestado con lo de la maldita pulsera!—No quiero hablar sobre la pulsera —suavicé el tono de voz—. Por lo demás, creo que te he dado un beso según has llegado.—Sí, pero...—Entonces, no veo donde está el problema —saqué la última pizza del horno y lo apagué, la corté como la anterior y volví al salón—. ¿Vienes?Diego estaba apoyado en la encimera con los brazos cruzados, mirándome. Pasé delante de él y le lancé un beso al aire. Esperaba que así se relajara un poco, aunque también pretendía que se quedara con la mosca detrás de la oreja. Ni yo misma puedo explicar lo que intentaba. Cenamos hablando y riendo, pero mi actitud con Diego siguió siendo indiferente. Me sentía muy mal por tratarlo de esa manera, pero al día siguiente, ya lo entendería. Mientras, Sandra, con su cara de porcelana, miraba a Urko tiernamente.—¡Nosotros nos vamos a dormir! —dijo entonces mi hermano.—Nosotros también —me levanté y cogí a Diego de la mano, para que me siguiera—. ¡Vamos!Diego estaba desconcertado por mis cambios de actitud y, la verdad, no lo culpaba. Sin embargo, había decidido que necesitaba estar con él una vez más, antes de perderlo para siempre. Era egoísta, pero yo nunca dije que fuera perfecta. Sandra y Urko subieron primero por las escaleras. Dejamos los platos que habíamos utilizado encima de la mesa, apagué la luz sin soltar la mano de Diego y subimos hasta mi habitación. Entramos sin decir nada. Diego cerró la puerta y mi corazón empezó a acelerarse. Me di media vuelta y lo miré a los ojos.—¿Ahora podemos hablar Luna?—No —puse el dedo índice en sus labios, para que no dijera nada más—. Solo quiero sentir tus caricias.Diego se sorprendió por mi reacción, pero no replicó. Le quité la camiseta y él me quitó la mía. Comencé a acariciar cada músculo de su cuerpo mientras nuestros labios se fundían en un beso desesperado. Diego me desabrochó el sujetador, quitándomelo muy lentamente, dejando que mi piel notara el roce de sus dedos. Me levantó en sus brazos y le rodeé la cintura con las piernas. Me llevó hasta la cama y me tumbó en ella con delicadeza. No podía dejar de besarlo, de hecho, no quería que aquello terminara nunca. Ojalá el tiempo se hubiera parado en aquel momento y nos hubiéramos quedado así eternamente, sin pensar en el mañana. Nos desnudamos lentamente el uno al otro, con los ojos cerrados para que el tacto de su piel se quedara grabado en mis manos. De esa manera, todos los días de mi vida podría recordar lo que había vivido con él, la persona que más había amado y amaría siempre.En aquella ocasión, nos aseguramos de usar la debida protección. Mis manos recorrieron su espalda perfecta mientras lo besaba en los hombros y el cuello, sin dejar de movernos. Memoricé cada sensación, atesoré cada caricia y guardé en mi corazón cada beso, para recordarlo siempre como mi último día con Diego. Lágrimas silenciosas brotaron de mis ojos y rodaron, como el rocío rueda por los pétalos de las flores al amanecer. Diego me besó en los párpados, creyendo que era la emoción la que me hacía llorar, y yo no quise sacarlo todavía de su error. Seguimos moviéndonos, despacio pero con una intensidad cada vez mayor, hasta que llegamos al final. Después, no quería separarme de él. Pero de alguna manera fui capaz de bloquear mis sentimientos y provocar deliberadamente mi dolor, y el de él. Se tumbó a mi lado y, en silencio, intentamos recuperar el ritmo normal de la respiración. Nuestras manos estaban juntas, una al lado de la otra. Movió la suya para coger la mía, pero en un acto reflejo la aparté.—¿Qué es lo que te pasa? Y no me digas que no es nada, porque no me lo trago...—¡Ya te he dicho que no me pasa nada! —me giré y le di la espalda—. ¡Me estás agobiando con tanta pregunta!—¡Luna! —Diego se acercó a mí e intentó acariciar mi hombro, pero yo lo rechacé con un gesto—. ¡Otra vez! ¿Qué pasa?—¡Nada, solo quiero que te vayas! —dije las palabras terribles de las que tanto me arrepentiría.—¿Perdona? —Diego intentó girarme, pero yo se lo impedí—. ¿Me estás echando?—¡Ves como no es tan difícil entenderme! —me esforcé porque no se notara que estaba llorando—. ¡Quiero estar sola!—¿Estás segura? —su voz estaba cargada de tristeza y, aún así, reaccionaba respetando mi deseo—. No entiendo nada, pero si quieres que me marche, lo haré.—Sí, gracias —fueron mis últimas palabras.Diego se levantó de la cama y empezó a vestirse. Ni siquiera me permití girarme para ver su cuerpo perfecto por última vez. Si lo hubiera hecho, no habría sido capaz de dejarlo marchar. Abrió la puerta y, antes de marcharse, me dijo que me querría, siempre. Esperó por mi respuesta junto a la puerta, pero lo único que yo hice fue seguir llorando en silencio, sin contestarle, pero gritando en mi mente que yo también lo amaba. Al ver que no le contestaba, cerró la puerta y oí cómo bajaba las escaleras a toda prisa, abría la puerta de la calle y la cerraba de un portazo. Se había marchado. Para siempre. Rompí a llorar desesperada. Me levanté de la cama y me acerqué a la puerta. Quería salir corriendo detrás de él y pedirle perdón, explicarle el por qué de mi actitud tan despreciable, pero la imagen de Míriam, llorando desesperada por su hijo, me frenó. Me di media vuelta y corrí hasta la cama. Me tiré encima de ella y seguí llorando hasta que el cansancio de la madrugada pudo conmigo, haciendo que me durmiera.

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Hola, ya tenéis otro, un beso.

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora