Capítulo 11 parte 1

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El tono del móvil me despertó. Quise apagarlo con la mano, pensando que era el despertador. Luego visualicé la imagen de mi abuela en el hospital y salté de la cama para responder la llamada antes de que dejara de sonar.
—¿Sí? —dije, nerviosamente.
—¡Luna!
—Luca, ¿eres tú?
—¿Esperabas una llamada de otra persona? —su voz sonaba tranquila y risueña.
—No, he pensado que era mi madre. Ya sabes que mi abuela se ha caído, está en el hospital.
—Sí, me he encontrado esta mañana a tu padre y me lo ha contado todo.
—¿A qué hora vienes?
—Saldré después de comer. Tu padre me ha explicado cómo llegar. Si tengo algún problema, llamaré a Urko.
—Perfecto, pues nos vemos esta tarde.
—¡Luna! ¿Te pasa algo? —se ve que mi tono de voz no era al que él estaba acostumbrado.
—Cuando estés en el pueblo, te cuento todo lo que ha pasado en este mes.
—¿Pero, estás bien?
—Cuando llegues te cuento —me negaba a tratar de explicárselo por teléfono—. Me tengo que marchar, he quedado. Luego te veo. Besos.
—Está bien. Besos.
Colgué el teléfono y me tumbé otra vez en la cama. Luca llegaba ese día y, con todo lo que había pasado, no había llegado a decírselo a Diego. Me preocupaba su reacción cuando nos viera juntos, le creía capaz de montar una escena. Esperaba de verdad que no lo hiciera, me apetecía disfrutar de las fiestas con Luca y las chicas, quería que fueran inolvidables. Las personas a las que más quería, juntas, y con la casa libre, ¿qué más podía pedir? Sabía la respuesta a aquella pregunta, pero prefería no pensar en ello.
Era la una del mediodía cuando terminé de hablar con Luca. Si no me hubiera llamado, no sé hasta qué hora habría dormido. La imagen de nosotras tres flotando en el río y la sensación de la brisa en nuestra piel habían sustituido, por una vez, la imagen de Diego en mis pensamientos. Me levanté con mucha energía y corrí a la ducha. Luego bajé a la cocina a inspeccionar la nevera. Como mis padres se habían marchado de improviso, a mi madre no le había dado tiempo de dejar nada preparado, así que busqué algo fácil para Urko y para mí. Me puse a preparar ensaladilla rusa, algo sencillo y refrescante en días de verano. Estaba llenando la cazuela de agua para cocer las patatas y los huevos cuando entró Urko a toda prisa. Fui a girarme, pero ya lo tenía encima, dándome un abrazo. Ignoraba qué le pasaría. Quizá tenía que ver con Sandra, o quizá era que se había enterado de lo que me había pasado a mí.
—¿Qué te pasa Urko? ¿Estás bien?
—¿Cómo me puedes preguntar si yo estoy bien? —me cogió de la mano y llevó hasta el sofá. Ya sabía lo que le pasaba—. ¿Cómo estas tú?
—Sandra te lo ha contado todo, ¿no?
—Da igual como me he enterado, la cuestión es que lo sé.
—He pasado unos días muy malos, pero ahora estoy mejor —le mentí, igual que me mentía a mí misma, para sufrir lo menos posible.
—¡Es un verdadero hijo de...!
—¡Para, para! ¡Respira!
—¡No me digas que pare, Luna! ¡No le voy a decir nada porque tú no me lo perdonarías! Pero, como vea que se te acerca, ¡te juro que lo parto en dos! —nunca había visto a mi hermano tan enfadado. Tenía que calmarlo o me aguaría las fiestas—. ¿Cómo ha podido hacerte eso? Y pensar que me tenía tan engañado...
—¡Cálmate! ¿Podemos hablar de una manera tranquila tú y yo? —quería explicarle todo lo que había pasado, pero también quería evitar que se sintiera obligado a involucrarse—. Por favor, Urko. Entiendo que estés enfadado pero, por un momento, piensa en cómo me siento yo y déjame hablar, necesito que me escuches.
—Lo que más rabia me da es que tú estés mal...
—Escucha, cuando me enteré de lo que había pasado, me quise morir. No sé ni cómo llegué a casa. Lloré toda la noche y me despertaron las pesadillas. He pensado mucho en esto y he llegado a la conclusión de que lo mío con Diego no puede ser. Hay demasiada gente en contra: Míriam, Christian y el que me está dejando esos anónimos...
—¿Qué anónimos?
Le dije que me esperara sentado mientras subía el cuarto a por las notas. Las saqué del fondo de armario. No quería que nadie las encontrara, para no tener que dar explicaciones. Mientras bajaba las escaleras, volví a leerlas. Desde luego, la persona que las había escrito lo había hecho muy bien: había conseguido acabar con nuestra relación. Le di las notas a Urko, esperando que no se enfadara por ocultárselas.
—¿Desde cuándo tienes esto?
—Un día antes de que se quemara la cabaña empezaron las notas. Las dejan en la mesa de la entrada, en el porche
—¿Por qué no me dijiste nada? —El tono de enfado y el endurecimiento de su cara me asustó un poco—. ¿Cómo me has podido ocultar esto, Luna?
—¡Porque es un problema mío y lo quiero solucionar yo sola!
—¡Esto ya no es un problema sólo tuyo! Esto puede ser peligroso, Luna...
—Sí, pero todo el mundo me decía que no tenía por qué preocuparme... Y mira, ahora todo lo que ponía en ellas se ha cumplido. ¿Entiendes por qué lo de Diego no podía salir bien?
—Luna, alguien está haciendo todo lo posible para hundiros. Esto huele a despecho y los dos sabemos quién es la despechada en esta historia.
—Míriam —dije, para luego añadir otro nombre—. Y Christian.
—¿Christian?
—Él me pidió que saliera con él. Yo le rechacé porque ya estaba con Diego. Se enfadó mucho, sobre todo porque Diego ya le había quitado antes a Míriam. Pero, siendo sincera, no me parece una persona capaz de hacer algo así.
—A mí tampoco, la verdad...
—Ahora ya me da igual. Además de todas estas amenazas, Diego me engañó otra vez con su ex. Lo que me parece raro es que tú no los vieras juntos en la discoteca.
—He intentado recordar lo que pasó esa noche y no soy capaz. Lo último que recuerdo es que nos invitaron a todos a unas copas, de parte de uno de los camareros. Desde ese momento, no sé nada más.
—De todas maneras, esto ya no tiene remedio, sólo quiero olvidarme de lo vivido con Diego y comenzar un nuevo capítulo de mi vida.
Mi teléfono empezó a sonar. Supuse que sería Luca, avisando de que salía de Bilbao.
—¡Luca!
—¡Hola, preciosa!
—¿Ya sales?
—No, tengo una mala noticia, hasta mañana no puedo salir.
—¿Por qué? —la desilusión casi me hace llorar como una niña—. ¿Ha pasado algo malo?
—No, tranquila, es mi padre. Necesita el coche y no me lo puede dejar hasta mañana.
—¡Ven en autobús!
—¡Sabes que no me gustan los autobuses! Prefiero ir mañana. Por un día, tampoco pasa nada.
—Está bien. Pero mañana por la mañana te quiero aquí sin falta.
—Eso seguro. Un beso, Luna.
—Besitos.
Colgué el teléfono muy triste. Esta tarde necesitaba aquí a Luca para darme apoyo. Todas las actividades de las fiestas eran en el parque y Diego iba a estar todo el día allí. Si estaba con Luca, seguro que él no se acercaba. En fin, no había remedio. Ya vería cómo me las arreglaba. Volví a preparar la comida, desistiendo de hacer la ensaladilla. Con lo que tardaban en cocer las patatas, no comeríamos hasta las seis de la tarde. Ya eran las tres y media, así que preparé una ensalada sencilla. Durante la comida, Urko y yo hablamos sobre Sandra, sobre la frustración de mi hermano porque ella no tenía la suficiente confianza en él, sobre cómo su rechazo le producía inseguridad. Él siempre había conseguido a cualquier chica que quisiera, es más, en sentido figurado, se echaban a sus pies y lloraban por él. Incluso, una vez, una chica me hizo un regalo para que yo intercediera por ella. Aquella vez Luca y yo nos partimos de risa, porque el regalo era un conjunto de sujetador y tanga rojos, con puntilla negra, para que lo disfrutásemos juntos. Cuando la expliqué que Luca no era mi novio, sino mi mejor amigo gay, se puso tan roja que no dijo ni adiós y se marchó corriendo. Urko nos echó una bronca impresionante por habernos reído de ella...

Luna de VainillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora