V E I N T I O C H O

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Meto la cucharada de helado a mi boca y al sentir el sabor dulce en mi lengua, se apacigua un poco la tensión de mi pecho

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Meto la cucharada de helado a mi boca y al sentir el sabor dulce en mi lengua, se apacigua un poco la tensión de mi pecho. Respiro hondo una, dos y tres veces, diciéndome que el momento es inevitable y que tengo que ser valiente. No puedo ocultarle por siempre a mi mamá que me voy a casar.

Viajaré mañana pero desde ayer ya tengo los nervios a flor de piel y sé que cuando vuelva me reiré de mí misma pensando en este momento pero por ahora no hay risas, solo preocupación.

Santiago llega hasta mí y se sienta a mi lado en la alfombra; pone su mano en mi rodilla y aclara su garganta para hablar.

—Tienes que calmarte un poco, amor mío —murmura—. O nos vamos a enloquecer todos.

—Estoy calmada.

—¿En serio? —pregunta retórico—. Estás comiendo helado directamente del tarro... en la sala... en el suelo... a oscuras... a las tres y quince de la madrugada.

Como si mi mente ni lo hubiera notado, miro alrededor y en efecto todas las luces están apagadas salvo la de la cocina de donde acabé de sacar el tarro de helado, Santi está con su pijama de oso y el silencio reina alrededor. Devuelvo la cuchara enterrándola en el manjar de vainilla y encorvo la espalda, tapándome la cara con las manos.

—Dios mío, soy un desastre. Lo siento.

—No eres un desastre. Bueno, quien te viera en este preciso momento tendría sus dudas, pero en general no lo eres. —Su comentario me hace reír un poco—. Está bien tener nervios, pero no los canalices en helado.

—¿Mejor en chocolates? También tengo de esos en la alacena.

Santi me quita el tarro y lo deja a un lado; pasa su mano por mi hombro y me atrae a él con dulzura.

—No, hablando. Habla, amor, dime qué es lo que te preocupa realmente. Irás y le dirás a tus padres que nos casaremos, pero ¿a qué le temes?

—A su reacción, supongo.

—Cariño, ya no tienes quince años, ya no te pueden prohibir u obligar a hacer nada. —Mis ojos se inundan cuando hace la referencia a mi adolescencia. Santi es conocedor de las... peculiaridades de mis padres y de su manera de criarme hasta que me fui de casa, sabe perfectamente de dónde viene mi miedo. Santi lo sabe todo—. No te van a lastimar si no les gusta, no pueden hacerlo. Eres una mujer adulta e inteligente, no te dejes dominar de ese miedo.

De repente me siento sumamente ridícula acá en el suelo siendo consolada por semejante tontería. Me comporto como una niña ante mi futuro esposo, ¿qué clase de locura es esa? Siento las mejillas arder y quisiera meterme debajo de una roca por siempre, ¿dónde está mi madurez?

—Perdón... no quiero que me veas así. —Sacudo la cabeza sin mirarlo a los ojos—. Ve a la cama, ya voy yo. Estoy bien, te lo juro.

—Iré a la cama, pero contigo —asegura—. Te he visto en cada faceta en estos años y no me voy a espantar por un ataque de ansias de helado en la madrugada. —Se pone de pie de un brinco y me tiende la mano—. Vamos.

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora