Elfos En Erebor

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La reputación que precede al gran y colosal, como hermoso, reino de Erebor, cruzó fronteras en la tercera edad

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La reputación que precede al gran y colosal, como hermoso, reino de Erebor, cruzó fronteras en la tercera edad. El rey Thror, reinaba con exceso de seguridad puesto que su linaje estaba asegurado con su hijo, Thrain, y su nieto, Thorin.

Vastos y relucientes eran los salones del reino. Llenos hasta el tope de gemas hermosas; Estaban los zafiros, rubíes y cuarzos, entre muchas otras piedras preciosas con resplandor propio. Los enanos aprendieron a estar orgullosos de ello, y a manipular el material con gran habilidad.

Fue en esos tiempos donde la piedra del arca surgió y con ella, un enceguecedor orgullo entre los enanos. Thror llamó a la piedra del arca como el derecho a gobernar. La popularidad del reino creció sin medida, y la historia del oro que guardaba llegó poco tiempo después quizá a los oídos equivocados. De tal forma, el destino del recinto se condenó a ignorancia de los enanos.

Rumores se corrieron en todas direcciones y al poco tiempo los hombres del valle les rendían respeto y admiración, mientras que los elfos del bosque verde se sentían obligados a hacerlo. Las manchas del pasado seguían opacando tanto los corazones de los Naugrim como de los Eldar y aún no era tiempo de que ninguno diera su brazo a torcer.

En cuanto al Rey del bosque, Thranduil, las cosas no podían ir peor ante su atareado juicio; recientemente tenía problemas con las arañas que comenzaban a aparecer, por lo que mandó sus mejores guerreros al frente y los más inexpertos como Solan, debían quedarse a su lado. Su hijo cruzaba por una extraña etapa donde su estado de ánimo estaba en un constante cambio y ahora más que nunca, Legolas estaba más ansioso por acompañar a Vanïa y combatir por sus tierras.

Thranduil ya sentía crecer canas en su cabello de tanto estrés producido por su hijo, que, a su pesar, ya había crecido.

Su tierno y divertido retoño era ya, un elfo acercándose a la mayoría de edad, y todas las cosas que en su tiempo Legolas disfrutaba hacer con su padre, ahora le parecían vergonzosas y aburridas. Thranduil sentía perder a su hijo, y en parte, pensó, era culpa de todas esas ideas que Näre, Solan y Vanïa le metían en la cabeza. ¿Qué carajo era eso de ser un elfo libre? Thranduil sentía desfallecer cada que esas palabras eran evocadas por alguno de sus siervos, o bien, por el mismo Legolas.

Pero alto, esos no eran todos los problemas, y si así lo fuera, el Rey estaba seguro que lo estaba manejando mejor que su padre. Porque Oropher rara vez veía algo con seriedad y esta actitud del antiguo Rey, les traía mal entendidos casi todo el tiempo. Claro ejemplo fue lo que sucedió con su pariente Celeborn hacía unos miles de años en otras tierras.

De una u otra forma, cierto día llegó a las delicadas manos del Rey (tras haber discutido con Näre sobre quién fue el gracioso que dejó encerrado a Solan en los almacenes) una carta bastante arrugada y manchada, quizá por el viaje de la misma. En dicho detalle y a mano de un joven enano, juzgando su pulso para escribir en tengwar, se le pedía al Rey visitar el reino bajo la montaña y mostrar su respeto.

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