XII

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Darcy volvió a preguntar, con voz dura, dominado por la ira.
—¡Te he preguntado quién era ese hombre que salió de aquí... y por qué estás en este sitio, Elizabeth!
En ese momento entró Stefanía, a quien Collins había hecho una seña al ver salir de la habitación de su padre a Darcy.
Como si no le extrañara la presencia de su hija en el viejo pabellón, ni la de Darcy tampoco, fue hasta ella, angustiada.
—¡Elizabeth querida... ven... pronto, Jane ya me explico que haz venido aquí desconsolada al saber de... tu padre!
Violentamente, la joven reaccionó. Se alzó estremecida, trémula, los ojos irritados, convulsos los labios, y sus manos se clavaron en los hombros de su madre.
—¿Qué...? ¿Qué le pasa a mi padre? —gritó.
Salió con paso firme, y corrió por el jardín sin detenerse.
Jane la ayudó a subir la escalinata, mientras Stefanía, quien temblaba de angustia, aceptó el apoyo de Collins quien salía en su búsqueda.

Sólo Darcy permaneció inmóvil, frente a la puerta abierta del pabellón. Los vio alejarse por el camino de los tilos; luego dio unos pasos hasta la polvorienta mesa y apoyó sobre ella las manos, sintiendo la humedad de las lágrimas de Elizabeth. Contempló las paredes desnudas como si quisiera preguntar, miró el piso, donde quedaran las huellas de los menudos pies de su esposa y las anchas marcas de las botas de Wickham.
Salió como un sonámbulo, siguiendo los pasos del hombre, llegando hasta el pie del árbol, observó las huellas del caballo, y temblando de ira y de dolor grito.
—¡Todos han mentido! ¡Ella no lloraba por el Coronel! ¡ Era por George Wickham!

Elizabeth, mientras tanto, había caído de rodillas al borde del lecho de su padre, palpando con ansia las manos, anhelando ver aquellos ojos verdes mirándola, que dedos piadosos acababan de cerrar.
—¡Muerto! —gimió—. ¡Está muerto, Papá!
La horrible palabra era como una losa de plomo que la aplastaba tras el torbellino que la arrojara de un dolor a otro, que la hundiera como en un pozo sin fondo, a donde no llegaran la luz ni el aire.
Las voces que intentaban consolarla no llegaban hasta ella, las sombras que se movían a su alrededor pasaban como fantasmas; era como si su vida también se hubiera terminado, ella estaba muerta, pero dejando aún a su alma la impresión de seguir atada a un cuerpo mortal. ¡Papá, despierta, habré tus ojos! —lloraba desconsolada— ¡Papá no puedes dejarme, llévame contigo, no quiero vivir, apiádate de mi Papá! —suplicaba.

Aferrada al brazo de su hijo, Stefania Bennet salió muy despacio de la alcoba mortuoria, hasta hallar refugio en un ángulo de pared. Tras convencerse de que no los oía nadie, murmuró:
—¿Crees que el señor Darcy sepa algo, Collins?
—Creo que sospecha, —respondió con voz sombría el joven. —En mala hora nos empeñamos en casarla... Darcy es un hombre temible...
—Lo temible aquí es que Elizabeth es incapaz de convencer a su marido de lo contrario... Menos después de haber hablado con ese imbécil. Debiste amarrarlo, después hablaré con tu estúpida prima Jane, ¡que hacía ella ahí! y sin darme aviso de lo que acontecía...
—Mamá mi Padre a muerto, déjame llorar mi dolor. Hemos hecho algo imperdonable, basado en ambición y en mentiras. Yo no deseo hablar más con el señor Darcy...
—Ahí viene... —susurró Stefanía, conservando su aire tranquilo y fingiendo lágrimas imaginarías, por su fallecido esposo.
Collins se alejó con lentitud, Darcy se acercó a Stefanía. También él tenía una apariencia normal, su voz era feroz, pero calmada cuando preguntó.
—¿Dónde está Elizabeth?
—¡Dónde ha de estar, Señor Darcy, sino junto al cuerpo de su padre! Está como loca, no soporte su sufrimiento. Me imagino que por eso fue a refugiarse al pabellón abandonado.
¡Es terrible que esto haya sucedido el mismo día de su boda! ¡Pobre hija mía! Vaya con ella... su amor será el mejor consuelo. De momento, tendrán que variar todos sus proyectos.
—Ya los he variado —replicó.
—Después de los funerales pueden salir a su luna de miel y a su regreso en Londres los estaremos esperando —prosiguió, alentada por la actitud pacífica de Darcy—. Tanto Collins como yo contamos con su promesa de no abandonarnos, y podremos salir para Londres en algunos días.
—No iremos a Londres, Señora Bennet... Pero no se preocupe, no pienso permitir que Elizabeth permanezca aquí, entre recuerdos dolorosos. Tendrá un cambio radical... Usted puede quedarse en esta casa, con Collins, o ir a donde quieran. Eso entra en el número de las cosas que no me interesan... yo me llevaré a mi... mujer a mis tierras en Derbyshire.

Por mi Orgullo - Lazos de Odio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora