19. El tren.

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—Recordame porque acepté venir a Mar del plata en un tren de 7 horas.

—Porque te fuiste un tiempo a Estados Unidos y te pusiste un poco boluda con el tiempo.

Estaba bastante de malhumor y Julian no ayudaba. Quería golpearlo, darle un par de besos y escaparme al baño a darle otros besos en lugares que no estaban permitidos en público. Lamentablemente Julian parecía un niño feliz mirando por la ventana y a mi eso me molestaba mucho. No tenía nada que hacer, me aburría y en lo único que podía pensar era en lo tarada que había sido cuando se me ocurrió tomar un tren a la costa Argentina.

Les voy a explicar un poco para ponerlos en la misma frecuencia. Argentina tiene una bella ciudad llamada Mar del Plata ubicada en la costa del océano atlántico, es una ciudad de turismo, aunque muchísimo más grande que Lincoln. Por años y años mi familia pasó las vacaciones de verano en aquellas playas llenas de gente pegada una con la otra, comimos pescados y perdimos dinero en el casino. Bueno, tal vez estaba de muy mal humor en ese momento. Pero Mardel, como le decimos, es un lugar muy bonito.

—Podrías ponerte a escribir o dormir, Shirley —me regañó Julian al ver que me movía incomodo en esos asientos nuevos del tren. No estaba mal el lugar, yo estaba muy fastidiosa.

Parte de mi estaba nerviosa por tener que ver a escritores que odiaba y no toleraba. No era fánatica para nada de conocer o reencontrarme con compañeros, creía fielmente que todos eran snobs y que llenaban el aire de palabras lindas sobre sus novelas horrorosas. Es decir, yo sabía que mi segunda novela era mala y lo admitía, pero no iba por la vida creyendo que mis lectores no habían entendido nada. Porque no funcionaba así.

—Voy al vagón del comedor a comprarle comida a mi trasero —le expliqué mientras me ponía de pie.

—Me parece muy bien, dile que lo extraño.

Me reí al escucharlo y cuando me puse de pie, Julian miró exactamente hacia ese lugar. Ay, ¿cuanto faltaba para llegar? Desde la primera vez, no habíamos parado y ya comenzaba a sentir que éramos dos conejos teniendo sexo en cualquier lado de la casa. Él nunca se cansaba y yo había comprendido eso que decían sobre subirse a una bicicleta. Quería pedalear eternamente.

Dicho eso, con mi mente pervertida a todo volumen, me distraje al pasar al siguiente vagón y encontré con una especie de biblioteca sobre ruedas. Es decir, un pequeño carrito con todo tipo de libros y encima de libros de Bucay, Cohelo y Laura Gallego, estaba el mío. Me quedé boquiabierta al darme cuenta que ahí estaba mi primera creación, mi hijo y lo observé casi temblando.

En ese tren leían mi libro. No importaba quien estuviera tan al pedo como para hacer tal cosa, pero me llenó el alma saber que me consideraban. Era una escritora, aunque nadie a veces me lo dijera, estaba en la biblioteca de un tren que iba a Mar del Plata.

Cuando me volví a sentir al lado (y no encima) de Julian me di cuenta de aquello con bastante sorpresa. No solo me había olvidado lo que era escribir, sino que también me había olvidado que era una escritora. Era como si mi mente se hubiese borrado. Yo era una escritora, cada seis meses me llegaban resúmenes de mis ventas y aun estaba en las bibliotecas.

¿Por qué me había negado tanto tiempo a eso? Nunca abría los mails, había eliminado la aplicación de mi teléfono, no sabía si seguía teniendo lectores. Las redes sociales eran un misterio para mi y casi había rechazado mi vida de escritora para siempre. Me había olvidado de todo eso y por un momento me di cuenta que no era tan mala idea ir a un evento como al que iba, me ayudaría mucho. Julian tomó mi mano en aquel momento, como siempre leyendo mi mente de ese modo especial que tenía.

—¿Vamos al baño?

—Me preocupas.

Me empecé a reír mientras me ponía de pie y tiraba de él.

El karma de Shirley [YA EN LIBRERIAS]Where stories live. Discover now