UNA CABAÑA A ORILLAS DEL LAGO

Comenzar desde el principio
                                    

—¿Cómo amaneciste? —preguntó entrando sin golpear y arrojando la boina sobre la encimera de la mesada.

—Bien, sorprendido por el paisaje y esta tranquilidad. No me podía levantar.

—¿Viste lo que es? Te dije que quedarte acá estaba bueno. ¿Desayunaste?

—Sí, hace rato. ¿Querés un café?

—Café, no... ¿no tomás mate?

—Sí, claro que tomo... Ahí preparo. ¿Cuándo empezamos con el trabajo? —pregunté mientras colocaba una vieja y tiznada pava sobre los leños ardientes.

—Hoy ya saqué los caballos del corral y ya fui a controlar las ovejas. Esta tarde o mañana arrancamos.

—Me hubieses venido a buscar, así aprendía un poco. Me quedé acá porque no sabía para dónde ir.

—No te preocupes, hoy te dije que íbamos a limpiar —dijo echando una mirada alrededor. Yo observaba sus movimientos e iba volcando la yerba dentro del mate—. Veo que ya empezaste.

—Sí, aunque no sabía bien qué hacer con las cosas, así que solo me limité a limpiar un poco y a acomodar la mercadería que había en las bolsas que trajiste anoche. ¿Amargo? —pregunté.

—¡Obvio! —contestó con énfasis, luego dibujó una sonrisa burlona—. Solo los porteños toman mate dulce.

—Bueno, perdón... —reí.

Su modo de ser parecía el que había vislumbrado el día anterior: amigable, gracioso, cercano. Se lo notaba de buen humor.

—Hoy Isabella se levantó sin hablar de otra cosa más que de vos —dijo riendo, sentándose sobre un tronco que se utilizaba como banco—. Quería venir a ayudarnos a toda costa, pero la madre no la dejó; tenía que estudiar, le dijo. Capaz que después aparezcan, no sé.

—Estaría bueno —respondí, sirviéndole el primer mate, que lucía orgulloso una espuma verdosa sobre la mitad de la yerba mojada. Lo miró al agarrarlo, como cerciorándose de que estuviera bien hecho. Colocó la bombilla en su boca y dio un solo sorbo hasta que se escuchó el típico ruido del mate cuando se vacía.

—¿Echaste más leña al fuego o lo volviste a prender? —preguntó devolviéndomelo.

—No. Cuando me desperté se había apagado. Lo tuve que encender.

—Ah, mirá vos, hacés buenos mates, sabés prender el fuego... ¿Estás seguro de que sos porteño?

—¡Che, ni que fuéramos inútiles los porteños!

—¿Cómo "che"? —fingió ponerse serio— ¡¿Qué falta de respeto es esa?!

—Perdón —respondí apartando la mirada con vergüenza.

—Te estoy cargando, porteño —largó una carcajada—. Ya te dije, no tenemos tanta diferencia de edad, podés decirme "che" sin problemas.

—No... no corresponde. Perdón, de verdad me confundí. Sos mi patrón, es una falta de respeto.

—¡Nada de eso! —protestó emitiendo un chistido antes de comenzar a hablar y tomando la pava del fuego para cebar el mate. En cuanto lo hacía, yo quitaba una sábana amarillenta y descubría un viejo sofá—. A mí me gusta trabajar con amigos, acá no hay jerarquías. Ya viste... Cenaste con nosotros, es más, vas a comer siempre con nosotros; le leíste un cuento a mi hija... Además, pibe, solo te llevo nueve años, no me hagas sentir un viejo.

—Gracias, Andrés —dije sonriendo con timidez y aún avergonzado.

Nos turnamos en cebarnos mates mientras limpiábamos y ordenábamos el desastroso interior de la cabaña. Me indicaba qué hacer con cada objeto y yo obedecía, mientras él se ocupaba de alguna otra cosa. Cada vez que movíamos algo una nube de polvo quedaba suspendida en el ambiente durante un rato. Fue revisando uno a uno los objetos que íbamos descubriendo y, después de analizarlo, decidía qué hacer. Separó varios que se llevaría para su casa y algunos otros los sacaríamos al exterior y los dejaríamos amontonados sobre el pasto para más tarde quemarlos. La mayoría eran muebles rotos, cajas y baúles raídos. Entre todo lo que había en la sala, encontramos un bote de colores brillantes.

MIENTRAS BUSCABA PERDERMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora