UNA CABAÑA A ORILLAS DEL LAGO

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La luz entró temprano por las ventanas desnudas. Recuerdo el silencio mágico antes de abrir mis ojos y que, por una fracción de segundo, esa nada provocó que no recordara siquiera en donde me encontraba. El fuego de la chimenea se había apagado durante la madrugada y el frío matutino me invitaba a no salir del camastro. Pero no quería que llegara Andrés y me encontrara acostado, no olvidaba que estaba allí para trabajar. Con el mayor esfuerzo, abandoné el confortable y tibio arropo de mis sábanas.

Mayúscula fue la sorpresa al asomarme por los vidrios sucios de una de las ventanas de la sala. Aquella cabaña debía ser en realidad una casita de verano. A unos pocos pasos se extendía una playa de arenisca oscura que bordeaba el lago de inequívocas aguas color esmeralda. Debía ser la misma que él había mencionado. El suave calor de los matutinos rayos solares parecía entibiar las verdes aguas, que debían de estar heladas, ya que desprendían cierta neblina compacta que permanecía estancada a unos pocos centímetros de la superficie. Unos metros más adelante, un pequeño muelle bastante ruinoso entraba como con cierta timidez en el espejo lacustre. La noche anterior, acaso por el cansancio, no había adivinado la belleza que aguardaba afuera.

Con un poco de dificultad por la falta de práctica volví a encender el fuego de la ennegrecida chimenea y, tal como me había indicado Andrés, calenté un poco de agua que extraje de un balde que él mismo había traído desde el exterior antes de marcharse. Me preparé un café que me ayudaría a despabilar la pereza que me hacía mirar de tanto en tanto con simpatía a las sábanas del catre, aún abiertas como en tentadora invitación.

Me senté a desayunar en uno de los dos bancos de madera descolorida que había afuera, dispuestos a cada lado de la puerta de entrada. Por encima de mí había un pequeño techo de chapas que hacía las veces de alero y servía para proteger los leños apilados que se usaban para alimentar el fogón, también una vieja garrafa de gas que por su apariencia debía de estar vacía y abandonada a las inclemencias climáticas hacía ya largo tiempo. No sabía qué tenía que hacer o hacia dónde ir, de modo que supuse que debía esperar a que Andrés viniera a buscarme. Me distraje observando el vapor que se desprendía del negro café que, a diferencia del que se elevaba desde el agua del lago, se desvanecía en el aire sin dejar ningún rastro. El trinar de algún ave que pasaba volando por sobre la casa interrumpía de vez en cuando el silencio reinante, acompañado por el suave juguetear del viento con las delgadas ramas de los altísimos álamos que rodeaban la construcción y que se mecían con armonía en un hipnótico baile. Me quedé allí un largo rato, solo con mis pensamientos, que vagaban lejos de las intranquilidades que normalmente me acosaban. Dejé que el sol de la mañana me embriagara y que su tibieza me poseyera.

En algún momento me di cuenta de que había pasado ya demasiado tiempo y que Andrés todavía no había llegado. Me dispuse a limpiar el interior de la casa. No sabía bien por dónde empezar, de modo que lo hice por la pequeña cocina integrada a la sala, luego seguiría por el diminuto y rústico baño, con sus desnudos troncos barnizados. El ambiente principal estaba lleno de objetos cubiertos por lonas atestadas de polvo, aunque aún poseía espacio para transitar, no como el único dormitorio de la casa que podía adivinarse atiborrado de cosas, y cuyas persianas permanecían cerradas, tornándolo oscuro y un tanto siniestro.

De pronto, escuché cada vez más cercano el galopar de un caballo. Volví a asomarme por el mismo ventanal y vi a Andrés llegando. Venía montando un animal color té con leche con una mancha blancuzca a lo largo de su frente. Traía las mismas botas de piel, un pantalón vaquero con las botamangas por dentro del calzado, una camisa azul a cuadros y una boina marrón claro, que se quitó antes de abandonar la montura dando un súbito salto. Me divirtió recordar que lo había comparado con un vaquero al momento de conocerlo.

MIENTRAS BUSCABA PERDERMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora