Tania Vedrac

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1991

Un anciano sentado en una butaca leía en voz alta un viejo libro escrito a mano. Ante él, tres chicas escuchaban atentamente.

─...Esas criaturas inmensas podían controlar los elementos; escupir fuego, invocar tormentas o dividir mares, incluso eran capaces de ver la esencia de la vida misma. Inmortales que habían dominado la tierra y el cielo durante eones. Pero tras la llegada del hombre su número comenzó a menguar, hasta que un día desaparecieron. De su existencia sólo quedaron huesos e historias, como las que os he contado. El final de la Era de los Dragones y el comienzo de la nuestra....─ el anciano cerró de pronto el libro─. Y eso es todo, niñas. Hora de volver a casa.

─ ¿Eeeeh? Pero yo quería seguir escuchando ─ reclamó la más pequeña de las tres chicas, con su cara redonda y sus rizos castaños sujetados por una diadema.

─ Vamos abuelo, nos da tiempo para otra historia ─ pidió la que mas se asemejaba al anciano, con el pelo corto casi a ras de la cabeza y negro como el tizón. El anciano conservaba ese mismo pelo a pesar de la edad, y era alto y delgado como una espiga. Ignorando a su nieta, se puso en pie y colocó el libro en uno de los huecos de la estantería.

─ Tania, si no llegáis a casa antes del anochecer tu madre me mata.Venga, os contaré más el próximo día.

─ Jo, abuelo...

La tercera, de cabello rubio recogido en una trenza, detuvo a las otras y sonrió al anciano.

─ Gracias por su tiempo, señor Vedrac. Pero le tomó la palabra, volveremos otro día.

─ Claro niña, más os vale. Aún me queda mucho por contar─ dijo riendo. Después sacó otro libro de la estantería y volvió a sentarse en su butaca verde oliva ─. Cuidaos y portaos bien.

Las tres chicas se despidieron dirigiéndose hacia la puerta de la abarrotada habitación. El señor Vedrac tenía colmadas las paredes de cuadros y dibujos de dragones, vitrinas de cristal con algunas reliquias, huesos y tallas antiguas. De la mesa de escritorio no se sabía nada, llevaba años atestada de libros, y el suelo también estaba lleno, aunque había un camino estratégico para moverse por la habitación sin tropezar.

La casa del abuelo de Tania solo poseía una planta. Un estrecho pasillo conectaba el único dormitorio, el baño y la cocina, además de esta sala; que según Tania, debían ser dos habitaciones unidas, para que los tesoros de su abuelo estuvieran siempre juntos.

Una vez fuera, la luz del sol las cegó. Le dieron la espalda al atardecer y formaron un corrillo para charlar.

─ Los dragones molan un montón ─ dijo la chica de rizos.

─ Son interesantes, pero tampoco te emociones demasiado Radka. El viejo batallitas ya chochea y es un cuenta cuentos después de todo ─ dijo Tania con actitud su burlona de siempre.

─ No digas eso de tu abuelo.

─ Por que es mi abuelo, lo digo con conocimiento de causa ja, ja.

Mientras tanto, la otra chica estaba perdida en sus pensamientos y de repente lanzó una pregunta al aire

─ ¿Por qué se les llamaba inmortales, si al final se extinguieron?

─ No te rompas la cabeza, Irene ─ dijo Tania encogiéndose de hombros ─. Las historias se exageran cuando se convierten en leyenda. No eran realmente inmortales, por eso había matadragones, y a causa de ellos desaparecieron.

─ En realidad en muchos sitios se menciona que eran inmortales ─ Irene no parecía tener mucho interés en dejar el tema.

─ Tania, sabes mucho ¿tú familia no era descendiente de cazadores de dragones?

Alma DragonWhere stories live. Discover now