En el puesto del copiloto se encuentra Leire, con la mandíbula apretada y seguramente un incontable número de preguntas pendientes. Los padres de Daisy le prestaron algunas prendas de vestir puesto que se encontraba empapada y creyeron que corría el riesgo de resfriarse entrando el otoño, sin embargo, creo que algo así es imposible. Y a decir verdad, ¿cuántas veces la vi caer enferma? No recuerdo ninguna en realidad, ni siquiera un simple resfriado.

Por otro lado, River, Prince y Drac. Juntos desaparecieron.

Como guiada por el mal presagio, mi mente retrocede en el tiempo, trasladándose hasta la aparición del lobo. Se ayudaron entre sí para derrotar a ese demonio. River salió del agua como si un cañón acuático lo hubiera expulsado, recurriendo en su ayuda. Siempre ha sido su mano derecha en el equipo de fútbol, así como en todo. Tiene sentido que también sea otro... Demonio. El calificativo se remarca en mi cabeza.

Sin embargo, ¿quiénes son los buenos?

Los que no intentan matarte, Raisa. Mi cabeza discierne la respuesta más lamentable de todas.

Una vez en la entrada del hotel, bajamos del taxi. Nil carga a Etta sobre su espalda, como si su peso y tamaño no significaran nada en realidad.

—Lo llevaré a una habitación. Pasaré la noche en el hotel hasta que despierte y pueda hacer algo con respecto a sus recuerdos —le comunica a Leire, quien de inmediato asiente con un gesto. Pero sé que no es el único motivo por el que Nil se quedará, ambos temen que River, pero sobre todo Prince, vuelvan a manifestarse. Sé que yo también debería sentir miedo, pero recordar que derrotaron a ese demonio que intentaba matarme...

Drac, independientemente de su apariencia lobuna, y Prince, lejos de ese mal humor del que se hace poseedor, no me parecen ser tan malos. No después de lo que hicieron.

Al final, la duda ha conseguido incrustarse en mí cual espinita molesta. Pero tengo muchas otras dudas, tantas que prefiero no abordar y contenerme, hasta que Leire y yo nos encontramos en nuestra habitación en el hotel Arcadia.

—Eres un ángel. —Me quito los tacones y Scott cierra la puerta a mis espaldas—. Entonces, esa noche en la que entraste a mi habitación, ¿fingiste no haber visto a Scott?

Leire alcanza el sofá, y aparentemente agotada, se deja caer en él.

—Pensaba que eras tú quien no podía verlo. De todas maneras, no podía recrear una escena ni tampoco acercarme a él. Siempre estaba detrás de ti. Pero tú lo ignorabas, aunque más bien resulta ser que puedes verlo con sus alas, así como también pudiste verme en casa de tu amiga.

No es mi amiga.

—Puedo verlos, a los muertos —confieso, y de pronto me siento extraña por tener a Scott detrás de mí. Es como si, siendo mi guardaespaldas, estudiara la situación. No sé por qué se comporta de esta forma si se trata de mi hermana.

Leire lo contempla incómoda y luego a mí.

—¿Desde hace cuánto tiempo que puedes verlos? —pregunta.

—Siempre. —Mi revelación no le sorprende.

—Tú sabes por qué. —Scott interviene, y Leire se toma un momento para contestar.

—Raisa es la luz de Dios.

La respuesta se cierne sobre Scott como un himno desagradable, sin embargo, tal parece ser, soy la única que no entiende nada.

—¿Qué significa? —cuestiono después de un minuto de profundo silencio.

—Imposible —interviene Scott y vuelve a mirarme como si le resultara absurdo de creer. Como si la terminología Luz de Dios me quedara demasiado grande.

Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now