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—Andrea, ya sabes que tienes que hacer esto. La juramentación con la espada es un paso imprescindible para que Athenea se convierta en tu caballero.—La Reina Zenda estableció, mirando con ternura a su hijo. Su largo cabello castaño claro caía con delicadeza en los hombros de éste—. Sé que no te gustan las espadas, ni las cosas que tengan que ver con ellas...pero es tu deber como príncipe de hacerlo.

Andrea no respondió al comentario de su madre, tan sólo tenía una mirada cabizbaja. No parecía estar de buen humor.

—Ahora, Su Majestad, damas y caballeros, comenzaremos con la ceremonia de juramentación de la caballero Athenea.—El dirigente Zigor anunció, llamando la atención de todos los presentes.  

La dichosa espada se encontraba sobre la mesa en la que el príncipe estaba presente. Andrea observaba el objeto con un desagrado evidente.

Acto seguido, Athenea se dirigió al frente del lugar en donde se encontraba el príncipe. Éste último, resignado, sostuvo la brillante y reluciente espada con su mano derecha: consistía de un mango dorado, con adornos que constituían de pequeñas piedras preciosas. Aquella espada se había usado por años en el reino de Cyrelth como la espada oficial de juramentación para caballeros.

La caballero se inclinó en su rodilla derecha, en frente de Andrea. Cuando hizo esto, el príncipe pudo apreciar los detalles de su rostro. Se esperara que fuera linda, mas no que tuviera una belleza tan abundante.

¿Por qué una dama tan bella como tú desperdicia su tiempo en llevar una vida tan brusca? —Andrea pensó, procediendo a levantar la espada—. Vos, caballero, ¿jura proteger mi vida a todas costas?—Preguntó Andrea, dictando las palabras de la ceremonia. Su cabello lacio caía levemente sobre ambos lados de su rostro mientras miraba a Athenea.

Sin vacilar, la chica dió una respuesta inmediata. Éste protocolo les había sido enseñado apenas unos cuatro días antes del evento, por lo que se encontraba algo nerviosa y no quería equivocarse.

—Su Alteza Real Andrea, juro proteger la vida de vuestra merced a todas costas.—Respondió ella, mirando hacia el suelo. Pequeñas gotas de sudor empezaban a acumularse en su frente.

Athenea todavía no se lo podía creer. Desde ahora en adelante ella sería la encargada de proteger al príncipe, seguirlo a todos lados, velar por su seguridad y protegerlo a como diera lugar. Después de todo, sus esfuerzos no habían sido para nada.

—Vos, caballero, ¿jura nunca atentar en contra de mi vida?

—Su Alteza Real Andrea, juro nunca atentar en contra la vida de vuestra merced.—Su voz tembló un poco al final. 

La atmósfera del patio central del palacio estaba envuelta en un silencio de calma. Nadie se atrevía a hablar o hacer un ruido siquiera. Los canarios blancos se podían oír a la distancia con nitidez. Sus trinos tenían un ritmo melodioso y armónico; daba la impresión de que ellos también estaban felices por la ceremonia. Por otro lado, el sol que adornaba el cielo azul, cálidamente posaba sus rayos sobre la preciosa espada que tenía el príncipe.

—Vos, caballero, ¿jura velar por mi bienestar en todo momento?—La voz de príncipe, inconscientemente, se veía envuelta más y más en una familiaridad inusual.

—Su Alteza Real Andrea, juro velar por el bienestar de vuestra merced en todo momento.

—Vos, caballero Athenea Wildmass, ¿jura protegerme con vuestra vida si lo es necesario?—Vociferó Andrea, con un tono de voz impotente.

—Su Alteza Real Andrea, yo, Athenea Wildmass, juro proteger la vida de vuestra merced con la mía si lo es necesario.—Respondió con seguridad la caballero, aún mirando al piso.

—Yo, Andrea De La Rosa, príncipe del reino de Cyrelth, y vijésimo descendiente al trono, la declaro como mi caballero personal.—El príncipe levantó la espada. Primero, con ella tocó sutilmente el hombro derecho de Athenea, luego el izquierdo. Finalmente, tocó con suavidad la cabeza de la chica. Cuando había finalizado, la caballero se puso de pie y se colocó al lado del príncipe.

Súbitamente una ola de aplausos invadió la atmósfera tranquila del patio. Todos los presentes se regocijaban en felicidad, y felicitaban al príncipe desde la distancia. Lynen se alegraba en saber que los esfuerzos de Athenea habían dado fruto, mientras que Wyn se retorcía en una ira inmensa.

Andrea no podía evitar sentirse extraño. Ahora él tendría a Athenea siguiéndolo por todas partes, con su mayor prioridad siendo proteger su vida a toda cosra. Se preguntaba miles de cosas, como qué clase de persona en realidad era ella y por qué, siendo una mujer, actuaba de tal manera. Sin embargo, el asunto que más le intrigaba a Andrea era la razón de la caballero para unirse a la guardia real, como bien lo había pensado a inicios de la juramentación.

Esta Vez Ella es el Caballero y Él es la Princesa (EN RECONSTRUCCIÓN)Where stories live. Discover now