—¿Puede pasar a recogerte y así me quedo tranquila? —pregunta.

—Se lo diré.

—Genial. Entonces... —Hace el gesto de marcharse, y en cuanto empiezo a respirar con alivio, de pronto voltea, cerrándome las vías respiratorias—. ¿Has visto algo extraño nuevamente? Minutos atrás me pareció que perseguías... algo.

Creí que eso había quedado en el olvido.

—No —miento de inmediato. Leire parece estar de apuro, y tampoco quiero frenarla durante más tiempo. Además, cabe la posibilidad de que las cosas entre nosotras se tornen incómodas si le cuento todo lo que ocurrió el día de ayer en la piscina. Es muy sobreprotectora.

—Entonces, nos vemos en la cena.

—¿Trabajarás con Etta? —Mi pregunta la toma por sorpresa—. Es que dejé losa en el lavaplatos, y ya sabes cómo se pone al respecto.

No le gusta la vajilla sin lavar.

—Durante esta semana no lo he visto, parece haber pillado un virus o algo por el estilo. La cocina ha sido un caos a lo largo de estos últimos días.

Se siente como la mejor noticia que he recibido jamás.

—Entonces, no te quito más tiempo. Voy por mis cosas —le digo.

—Ve directo al instituto, y después... —Se acerca y me tiende un par de billetes que desentierra de su bolsillo—. Seguro tendrás que ir disfrazada.

—Gracias. —La veo marcharse.

Eso estuvo cerca.

Subo las escaleras corriendo, y en mi habitación Scott llama a la puerta de cristal situada en el balcón.

—¿Algo? —indago.

—Lo perdí de vista.

Lo único que espero, es que no se trate de otro demonio rondando el hotel.


Scott y yo caminamos sobre una acera completamente inexplorada para mí. No conozco estas calles.

—¿A dónde vamos? Llegaremos tarde a clases —le indico.

—No iremos —contesta y freno la marcha. Scott me imita. Finge ser un humano otra vez, sin sus alas amenazantes—. Creí que habías pillado el mensaje mientras nos alejábamos del camino que llevaba al instituto. Además, no hay marcha atrás, ya hemos llegado.

Contempla la pequeña tienda de antigüedades Silver Vault.

—Jamás he faltado. Conjuntamente, le prometí a Leire que...

—Me dijiste que te dio dinero para comprar un disfraz, y eso es justamente lo que haremos.

—Después de clases —le espeto con aspereza.

—Ya, santurrona. Eras tú quien tenía ganas de ir a esa ridícula fiesta. —Inclina la cabeza hacia atrás, su sonrisa es cruel. Seguramente lo está disfrutando.

—Qué capullo —le espeto, y lo empujo con el hombro al pasar junto a él, entrando a la tienda.

En el interior, un hombre nos da la bienvenida. El lugar está lleno de objetos de todo tipo, desde máquinas de escribir, libros, utensilios, tocadiscos, lámparas que cuelgan de todo el techo, joyería que luce vieja y costosa, relojes, cuadros, y un sinfín de recuerdos centenarios.

Al final de todo el establecimiento, yace aquello por lo cual nos encontramos en ese lugar. Veo un par de guardarropas con prendas de vestir de épocas pasadas tanto de hombre como de mujer.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora