El chico que no quería nadar

6 0 0
                                    

Acá estoy. Parado. Quieto. Pidiendo al cielo que se suspenda. Sé, igual, que no me va a escuchar ni mi dios ni cualquier otro. No me escuchó en temas más importantes no se va a detener en esto. Busco alguna mirada amiga y no veo ninguna. Ni cuando cruzo mi vista con la de mi madre encuentro una mirada cómplice. Siento que esa sonrisa que se le dibuja cuando nos miramos es su felicidad por haber logrado que esté acá parado.

Seguro piensa que el que yo esté quietito, diminuto, acá en el borde, es un bien para mi futuro. Cree que voy a estarle agradecido por enseñarme a perder. Sí, a perder, porque que no me venga con esa tontería de que es importante que aprenda a competir. No estoy acá, clavado, esperando competir con dignidad. No. Estoy con mis dos pies aferrados al suelo sabiendo que en unos pocos minutos habré perdido. Y no solo habré perdido, sino que me van a humillar y que son muchos los que me van a ver. Sigo buscando alguien que me mire con compasión, aunque más no sea. Alguien que se apiade y vea que me estoy muriendo por dentro, que note que perdí todos los huesos y que estoy acá, quietito, blandito como gelatina. Alguien que me saque de este martirio que mi vieja disfrazó de "algo bueno" para que sociabilice.

Vuelvo a chocarme con los ojos verdes de mi vieja. Se le dibuja la sonrisa casi mecánicamente cuando nos miramos. La puta que la parió. Pobre mi abuela que está al lado. No tiene nada que ver. O quizás sí. Por haber criado a esa hija que me puso en esta situación de mierda. Por no haber frenado esta decisión de esa mujer que se sonríe al verme. ¿Cómo no le dijo que podría no gustarme? ¿Cómo, Nona, que me conocés mejor que mi vieja, no la frenaste? ¿O acaso sos tan cínica que también disfrutás de este horror que me está pasando? ¿Será que todo el tiempo criándome fue una gran farsa para llegar a un momento como este, para que la caída sea estrepitosa?

Todos ven agua ahí abajo, pero yo, que estoy más cerca que todos ellos, petrificado, veo arena movediza, veo un lugar donde cada brazada la voy a dar como si el agua fuese manteca blanda. No es agua, es barro en el que los brazos me van a pesar como si tuviera un ancla en cada mano.

Ni una puta nube. Ni siquiera como para que tape el sol dos segundos y deje de quemarme la piel. No basta con el ardor que tengo adentro. El sol está rojo como nunca en mis 6 años de vida. Nunca sentí tanto calor. Toda esa agua transparente delante de mí a la que no quiero entrar. Sabía que el día iba a ser tan horriblemente bello. Era obvio que iba a tener los colores explotados, turquesa y la pelota roja incendiándose. Era seguro que esto iba a pasar, que la naturaleza tampoco me iba a tirar una soga. Todo se alineó para que esté tieso como un muerto, paradito respirando fuego, a la vista de todos sin que ninguno quiera realmente verme.

Nadie me va a ayudar. El bañero que debería estar para calmarme solo está esperando que le demos la señal de que estamos listos para empezar. Jamás va a notar que nunca voy a estar preparado. Él y sus lentes oscuros no me prestan atención. Ocultándose en la oscuridad de los vidrios sus ojos deben estar mirando a las 3 chicas que están frente suyo. Este payaso con shorcito naranja no tiene idea de la muerte de mis extremidades. Le da lo mismo si soy yo o un helecho, solo quiere tocar el silbato, y que todo termine rápido para irse a hablar con las chicas. En eso coincidimos, los dos queremos que se termine rápido e irnos de acá. Aunque mejor sería que explote el mundo y que esto que va a pasar nunca ocurra.

Sé nadar. Me encanta el agua, sumergirme y contar los segundos reiteradamente tratando de superarme en cada inmersión. O largar todo el aire posible para sentarme en el fondo de la pileta. Es hermoso estar en el medio del agua sintiéndome Aquaman, o imaginar que estoy flotando en la mitad del espacio. Me gusta también ver qué tan lejos llego sin respirar o tirarme de clavado lo más cerca posible del borde. Eso me gusta, mamá, solo eso. No porque me guste eso quiere decir que me agrada estar paradito, inmóvil, esperando competir. Mi mamá debe haber visto como disfruto del agua y creyó que si me gustaba tanto no había nada mejor que hacérmela pasar pésimo con esta derrota que se me viene encima.

El chico que no quería nadarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora