—Ese es mi examen, me lo ha cambiado —manifiesto.

—¿Y qué me asegura que no te has quedado dormida nuevamente?

—Pues usted es quien debió prestar mayor atención —suelto sin pensar.

—Mañana quiero a tu hermana después de clases —anuncia, y soy consciente del temblor que recorre mi cuerpo entero—. Gracias a su compañera, el tiempo se acabó. Entreguen sus exámenes de inmediato —establece, originando el odio de todos hacia mí.

Mi estómago se retuerce cuando, con mala caligrafía y tinta roja, escribe mi nombre en esa hoja de respuestas en blanco, sumándole una desagradable F a todo mi esfuerzo, y convirtiéndolo en mi primer reprobado en toda la vida.

Empiezo a sentir náuseas mientras saboreo el gustillo amargo que tiene la bilis. Aprieto los dientes, y sin el poder para pronunciar una sola palabra, salgo corriendo del salón.

En la puerta tropiezo con el director, pero no solo está él, también lo acompaña Scott. Seguramente lo encontró deambulando por los pasillos durante horas de clases, pero no termino de plantearme la posibilidad, pues la sorpresa impulsa el vómito contenido en mi boca, desparramando el sándwich a medio digerir sobre los pies del director.

Me limpio la boca con el dorso de la mano. Mientras tanto, a mis espaldas, las risas de quienes se han asomado para ver lo sucedido hacen que en la boca de mi estómago, mis entrañas se retuerzan.

Con ojos nublados contemplo a Scott. Me mira como si intentara descifrar lo que ocurrió conmigo.

—¡Acaba de vomitar! —Alguien empieza la celebración.

—Qué asco. —Escucho el siguiente comentario mordaz.

Tan solo puedo pensar en huir, y eso es lo que planeo. Lo único que deseo es desaparecer del planeta.

Intento correr lejos, pero no avanzo más de dos pasos cuando Scott me toma del brazo, tirando de mí con tanta rudeza, que me hace voltear a la vez que mi rostro impacta contra el cálido muro corpulento que es su torso.

—No huyas. —Estrecha mi cuerpo tembloroso con firmeza, y me presuro a negar con un gesto. Estoy a punto de llorar, puedo sentirlo, y de seguro también apesto a mil demonios. Sin embargo, sus ojos grises parecen haber sido provocados por el fuego del mismísimo infierno. También tiene la mandíbula desencajada por lo que parece ser auténtico enojo—. No hiciste nada malo. Fue ella.

Sus palabras silencian e inmovilizan a todos, incluyéndome.

—¿A qué se refiere, señor Howland ? —El director sacude los pies, como si eso fuera a separar el líquido biliar de sus zapatos. Me toma un par de segundos darme cuenta que acaba de referirse a Scott, pero no estoy interesada en averiguar si ese es su verdadero apellido.

—Así como lo acabas de escuchar, todo fue obra de ella. —Scott contempla a Daisy, lo que origina que todos volteen para verla. Ella da un paso hacia atrás, tratando de mantener la cabeza en alto.

—¿Puedes demostrarlo? —cuestiona el profesor. Hace mucho que también salió del aula.

—Si hay algo que me desagrada de todos ustedes, es lo inútiles que resultan ser en realidad. Hay cámaras instaladas en cada esquina. —Señala la que está ubicada dentro del salón, sobre el televisor.

—Ustedes. —Nos señala el ofendido director—. A mi oficina.


Durante horas de la tarde, dejo mi espalda descansar junto a la puerta mientras contemplo la calificación que realmente merecía. Gracias a Scott, ellos pudieron ver que Daisy mintió, así que no tendré que molestar a mi hermana.

Amando la Muerte ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora