Capítulo 3: El drogadicto

90 25 9
                                    

Como forma de aprovechar el tiempo mientras esperaba la noche, decidí ir averigüando los nombres de mis demás presas. El siguiente es un chico moreno, alto, de ojos claros y con un tatuaje de una telaraña en el cuello. Lo perdí durante meses, pero había prácticamente desaparecido, entre tanta gente es difícil localizar exclusivamente a uno, sobre todo si solo sabes como es su apariencia. Los últimos años había ido muy a menudo a los barrios más pobres y ha callejones, seguramente que para comprar droga ya que siempre se le veía muy nervioso y con sudores, lo que es prácticamente el mono. Siempre tuve curiosidad sobre si la sensación de relajación y alivio que provoca la droga al recorrer tus venas como si de morfina se tratara, corroyendo todo su ser y destrozando todo su organismo es una forma de olvidar lo que hizo. Una forma de destruir y hacer que sus pensamientos callen, pero más quisiera yo que él o cualquiera de los demás sintiera el más mínimo de remordimiento, un remordimiento que les produjera pesadillas terribles, de esas con las que te despiertas a media noche gritando mientras  las lágrimas brotan de los ojos con gran facilidad, pero ellos simplemente se olvidaron de lo ocurrido, condenaron a un niño a vivir todo su vida con el recuerdo de ver a su madre morir entre sus brazos. No fueron castigados y jamás serán perdonados, merecen morir y es lo que ocurrirá. Por fin veo a aquel hombre, al que llamaremos "el drogadicto". Está entrando en uno de sus famosos callejones para comprar algo de mercancía y así volverse a envenenar con esa sustancia, llevaba un abrigo exageradamente grande de color negro, algo desgastado y sus ojeras son tan grandes que parece que lleva sin dormir días. Lo observo desde una esquina y procedo a seguirle. Aquel callejón es el lugar dónde todos los desechos humanos vienen a refugiarse, todos los vagabundos y drogodependientes los cuales ya no tienen un lugar en esta sociedad. Al pasar veo a personas intentando dormir bajo simples cartones, ellos no dejan de mirarme, aunque no les culpo yo también miraría a un decidido adolescente paseando por aquella zona. Llegue hasta lo que parecía un prostíbulo o puticlub, un lugar que hay al fondo del largo callejón con muchas luces, ruido y con reveladores carteles sobre sexo, asqueroso para mi gusto pero bueno las mujeres tienen que comer y ha veces la necesidad es más grande que la dignidad. Quise entrar pero el segurata colocado en la puerta no tenía pinta de ser demasiado amable.

--Hola señor, ¿Podría dejarme entrar? Por favor - comienzo muy amable.

--No, si quieres algún polvo mejor vete a cazar a alguna zorra de tu edad,  enano - contesta con un tono de burla.

--No quiero ningún polvo,  simplemente necesito encontrar a alguien que está aquí,  un hombre con un enorme abrigo negro ¿Sabe como se llama? - intento persuadir a este pedazo de idiota.

--¿Robert? - dice un nombre que para mí fue como escuchar música.

--Robert, ¿Y que más? - insisto ya que por fin lograré tener el primer nombre.

--No tengo porqué darte esa información,  ahora vete - se chulea el guardia.

--Necesito que me lo diga - insistiré

--Vete de aquí,  me estás hartando - me amenaza.

--Escúcheme bien gorila,  más te vale dejar de hacer el capullo y decirme de una puta vez lo que necesito ¿Entendido? - le dice muy decidido mi otra personalidad.

--¿Qué acabas de decir mocoso? - sale de su puesto para acercarse amenazante hacia mí,  mientras en mi rostro hay una irritable sonrisa.

--Tranquilízate y dime el puto apellido ya - vuelvo a repetirle.

El guardia se abalanza hacia mí con intención de pegarme, él al lado mía parece King Kong,  pero ¿Sabéis qué?  Nunca hay que subestimar al adversario por muy pequeño y delgado que esté. Cogí su brazo y le pegué una patada en la cabeza hasta tirarle al suelo, sabía que practicar Muay Thai me serviría de algo, me agache y pude ver su cara de asombro al no esperar que le tumbara. Saque de mi vaquero un cuchillo de caza de mi padre y lo apreté junto a su garganta.

--¡Espera! ¡Espera! ¡Tranquilo chaval! - gimoteaba al ver que su vida dependía de mí.

--Dame el apellido - le dije lentamente mientras sonreía,  ya que la adrenalina que tenía en mi cuerpo era igual a la de meterse un chute de heroína.

--Hopper... Robert Hopper - confesó.

--¿Seguro? - dudé por un segundo mientras apretaba el cuchillo un poco más probocandole un pequeño corte.

--Segurísimo... Segurísimo... Por favor no me hagas daño - jadeaba aquel hombre robusto mostrando lo débil y cobarde que es en realidad.

Le aparto la hoja del cuello y me alejo con decisión, lo he conseguido,  tengo el nombre,  el primer nombre de mi lista, había sido fácil, demasiado fácil diría yo, por eso deducía que tal vez conseguir los demás sería algo más difícil. El guardia simplemente se quedó en el suelo un rato lloriqueando. Sé de sobra que soy el mejor y que no solo lograré hacer el asesinato perfecto si no que también conseguiré que jamás sepan que fui yo quién lo hizo. Al salir del callejón me paré junto a un parque y saqué mi lista con la ilusión de un niño de parvulario.

Lista__Negra__________
*El drogadicto:__Robert Hopper_

Después de escribir el nombre y admirar la lista,  noté mi móvil vibrar en mi bolsillo derecho trasero, lo que indicaba que tenía un mensaje.

"Todo listo,  el chino estará allí a las 22:30"
                    Maida Venon

No tarde en darme cuenta de que ya había oscurecido y me dirijí hasta el parque donde Peter cree que ha quedado con el amor de su vida, pobre chico que decepción se va a llevar. Llegué en un abrir y cerrar de ojos ya que soy muy ágil y rápido y me lo encuentro allí sentado en un banco con una rosa en la mano,  un traje de etiqueta y sudando como un pollo en el asador. De repente unos chavales diez años mayor que él se le acercan con intenciones violentas.

--Hola chinito ¿Qué tal?  ¿Estás aquí solito esperando a tu novio? - ríe uno de ellos mientras observo, esperando a que terminen rápido.

--No... No quiero problemas - tartamudea, ese chico realmente tiene un valor inexistente.

--¿Seguro?  Porque a mí me parece que sí los buscas - finaliza otro de ellos.
Seguidamente coge a Peter del cuello mientras éste se pone a llorar y empiezan a apalearle y golpearle brutalmente.
Me cruzo de brazos y espero el momento perfecto, ¿Sabéis cuál es la mejor forma de que alguien confie en ti? Haciéndole creer que te importa y que te preocupas por él. Esa es la razón por la cual pagué a esos muchachos para que le pegaran una paliza al chino, me sorprende lo que los jóvenes pueden llegar a hacer por algo de dinero. Cuando llegó el momento justo, me acerqué a ellos y los aparte de él.

--¿Qué hacéis?  Dejadle en paz - me hago el ofendido aunque río tan fuerte por dentro.

--Apártate novato - insite uno para hacerlo creíble.

--Fuera de aquí o me veré obligado a llamar a mi madre,  es abogada - finalizo aunque me siento tan estúpido.

--Vayámonos de aquí,  has tenido suerte chinito - reculan tal y como estaba planeado.

Ayudo a Peter a levantarse del suelo y lo siento en el banco, de su nariz brota mucha sangre, le cuesta ver por un ojo y todo su cuerpo a quedado con rasguños, moretones y suciedad del suelo.

--¿Estás bien? - finjo preocuparme mientras le sacudo la ropa, obviamente se vé que esta echo una mierda pero es lo que se suele decir.

--Sí, ¿Quién eran esos tíos? - dice secándose las lágrimas.

Salvarle de una paliza me pareció una buena forma de empezar una amistad y así hacer que confiara en mí.

--"Son los tíos a los que he pagado para que te pegaran y así acercarme a tí"

--No tengo idea de quienes son.

--Gracias,  si no fuera por ti me habrían matado - me agradece con terror en su voz.

--No hay que agradecer nada, tranquilo te acompañaré a tu casa - le cuelgo la medalla a mi falsa empatía.

--Esta bien - accede.

Esto va sobre ruedas.

Más Allá de mi SonrisaWhere stories live. Discover now