No dejes que haya una segunda vez

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—No te dije nada de eso, te pregunté que si quieres salir, Albi. Yo me aseguró cada noche que salgo del club, que nadie me esté siguiendo, tomo bastantes precauciones al respecto, no arriesgaría nada sobre ti—digo estirando mi mano para tomar la suya, sosteniéndola en mi palma para ver sus dedos finos y delicados.

—¿Y a dónde iríamos?—preguntó.

—No sé, solo salgamos, si tú quieres—seguí. Ella me regalo una gran sonrisa, aunque no menos preocupada, asintiendo se fue a la habitación, me recosté y esperé. Algunos días se estaban haciendo más difíciles que otros, porque reconocía en cada parte de mí y mis acciones, las ganas por tener un poco más con ella, yo ya estaba arañando muy cerca de lo que quería y por alguna razón ella me lo permitía, pero nunca a fondo, siempre había una reticencia y eso se debía principalmente a mi cobardía, eso que solo me admitiría en pensamientos.

Ya en el auto, estaba un poco más relajada, ella había estado cambiando las emisoras hasta conseguir su favorita, la juvenil. Sonreí feliz de escucharla cantar con tanta alegría, despreocupada, feliz, ella merecía eso. Suspiré.

—Lo siento—giré a verla aprovechando un semáforo en rojo, yo había estado conduciendo sin punto y ahora sabía que estaba yendo al pantano de San Juan, es muy fácil el rumbo que estaba tomando.

—¿Por qué?—pregunté extrañada.

—Por causarte molestias, ya sabes. No deberías tener que molestarte al salir del club, en dar vueltas para que nadie te siga o traer la cena o salir a esta hora solo por mí siguió diciendo, la luz del semáforo cambio a verde haciéndome poner en marcha, me cambié al canal lento para conducir con una mano y con la otra estiré para sujetar la suya, entrelazando mis dedos y los suyos y apretándola para mí. —¿Por qué lo haces, Nat? Tu vida no merece nada de esto—ella siguió, olvidando sus canciones y actitud despreocupada.

—Sabes Albi, cuando nos conocimos, tu sabes aquella chica gruñona que conociste—ella asintió. —Sigue aquí, no he cambiado—dije. —Si yo, si no me importaras, si todo esto fuese insoportable, yo te habría enviado a la mierda sin importar el que. Pero Albi, si algo ha cambiado es la forma en que te veo, cambiaste todo sin siquiera proponértelo, y no fue porque te haya visto en aquel panel, en aquel momento en que entraste al club, con una sonrisa tan grade y firme pese a que intentaba insultarte para que te fueras, lo cambiaste porque seguías burlándote de mí pese a que yo no te daba importancia, lo cambiaste porque pese a ser quien eres llegaste con un estúpida camiseta con mi nombre. Y ese es solo el comienzo, podría hablarte del estúpido pijama rosa con el que te vi al siguiente día cuando fui a reclamarte, o el hecho de que intentaras pasar desapercibida para ir al club pero aun así llevabas aquella estúpida camiseta, puede ser haberte cuidado mientras tenías fiebre, no lo sé, pero dejaste de ser un nombre y un rostro de alguien inexistente para convertirte en una personal real, dulce, que ama la vida, para mi te convertiste en el tipo de persona que no voy a permitir que salga de mi vida, y eso es lo que estoy haciendo, cuidando de ti porque no quiero de ninguna manera que estés alejada—finalice mi pequeño discurso, ya estábamos llegando a una pequeña playa publica a la que solía venir cuando tenía quince, estacioné y me giré para ver su rostro, ella no estaba mirándome, pero su mano apretaba fuerte la mía. Me zafé sin esfuerzo y salí dándole la vuelta al auto para ir a por ella.

No era la cosa más segura venir aquí y no por los paparazzi, pero una playa sola y de noche, bueno, esperaba que no fuese una mala idea después de todo, Yo quería verla cerrar los ojos y respirar profundo, que el aire bañara su rostro y lo llenara de vida, eso era lo que yo quería trayéndola para acá. Abrí la puerta del auto y finalmente esos profundos ojos avellana me devolvieron la mirada.

—Hey—saludé.

Esos ojos brillaban demasiado, y podía ver cuán llenos de emociones y lágrimas estaban.

—Gracias, Nat—ella prácticamente se tiró a mis brazos y yo gustosa la acune ahí. Meciéndola contra mi cuerpo. —Yo...—me alejé y besé su mejilla.

—No tienes que decir nada, sabes. Lo de antes, yo no espero una respuesta por ello, una declaración de intenciones o de tu profundo sentido de la amistad por mí. Solo sentí que tenía que decirlo, que necesitabas saberlo, porque tienes que entender que eres muy especial para mí y por eso hago las cosas que hago o actuó de la manera en que lo hago—dije, enmarcando su rostro entre mis manos, alejando las saladas gotas de sus ojos con mis pulgares. —Ahora ven—dije, bajando mi mano izquierda para tomar su derecha, jugando hasta entrelazar mis dedos y darle una sonrisa tranquilizadora.

Afortunadamente la luna brillaba intensamente, haciendo la noche iluminada, lo suficiente para ver por donde caminábamos, lo suficiente para saber que era seguro quitarnos los zapatos y caminar descalzas sobre la arena.

Pasaron un par de minutos en que caminábamos en silenció, fue entonces cuando la escuché suspirar y ella se soltó de mi mano, con una sonrisa enorme, entonces enrollo las botas de su pantalón, no sé cómo porque es bastante ajustado, hacia arriba y empezó a correr hacía la orilla, dando pequeños brincos. Viviendo.

Si había algo que me encantaba, era la vida en ella. La forma en que ella podía ser una niña en un perfecto cuerpo de mujer, y eso era maravilloso.

—Ven, Nat—estaba corriendo y saltando donde las olas alcanzaban sus pies, entonces hizo lo que estaba esperando, cerró los ojos, levantó sus brazos e inhalo profundamente, haciendo que cada parte de mi supiera que había hecho lo correcto en decidir salir. Me acerqué, pero no lo suficiente, no quería mojarme, así que lo suficientemente alejada para que el agua no me tocara, pero lo suficientemente cerca para no perderme ningún detalle, me senté en la arena, sonriéndole. —Cobarde—gritó, reí un poco, pero era más mi necesidad de absorber con mi ojos toda la imagen sobre esta noche y ella, esta noche y Alba Reche.

Después de un rato más, ella vino a sentarse a mi lado, su cabeza de inmediato recostándose en mi hombro, mi brazo de inmediato, envolviendo su cintura, mi mano libre de inmediato, jugando con los mechones divertidos de su cabello, divertidos por el viento, como toda ella, llenos de vida.

—Gracias por esta noche, Nat—suspiré escuchando su pequeña voz. —Por todo, incluso por tus palabras, por la cena, por tu casa, por tu paciencia, por tu amistad y por tu cariño hacia mí, tu mencionas todas esas cosas, pero yo no creo haber hecho algo para merecer las cosas que haces por mí—dijo, besé su cabello y seguí jugando, mis ojos estaban muy perdidos en el suave vaivén de la marea.

Ella hizo entonces la cosa que probablemente yo más esperaba pero menos deseaba que ocurriera, aunque eso es totalmente contradictorio, se alejó de mi abrazo solo para acercarse de frente, mis ojos dejaron de ver el lago para ver el mar en calma que era sus ojos, algo más hermoso, por cierto. Me empujó hacia atrás y reí a la caída, jalándola conmigo, sintiendo como ella pasaba una mano hasta dejarla al lado de mi cabeza, mirando sus labios, sabiendo ya como encajaban de bien entre los míos, sintiendo su aliento, sus ojos, todo cerca.

Ella me besó y yo di todo de mi para responderle, porque nada se ponía en contra de darle lo que ella quería. La besé porque la quería, sin ir más allá que un roce de labios que se unían y separaban inocentemente, pero no por eso era menos especial, cada pequeño segundo de nuestra sincronía fue perfecta, y jure mientras mantenía mis ojos cerrados, que grabaría el momento, percibiendo el tatuaje que sus labios estaban dejando sobre los míos, porque esto no podía ocurrir de nuevo. Cuando ella se alejó y se recostó a mi lado, la jale más cerca, sosteniéndola contra mí, giré mi cabeza y bese el tope de la suya.

—No dejes que haya una segunda vez, Albi—susurré, muy bajo, bastante afectada.

Ella no respondió, pero tampoco se alejó, así que fue una noche perfecta de cualquier manera.

Mi pequeña diva-AlbaliaWhere stories live. Discover now