Mi hermana se marchó al trabajo horas atrás. Intuyo que no estará de regreso sino hasta altas horas de la madrugada. Los eventos como matrimonios o cumpleaños, suelen ocupar gran parte de su tiempo.

Entro, le echo el pestillo a la puerta y me recuesto. Ya he terminado mi tarea para el día de mañana, algo que me alivia bastante. Tan solo así puedo cerrar los ojos y dormir en paz.

Horas más tarde, despierto a causa de los ruidos que provienen del pasillo. Casi parece una persona sufriendo.

Me levanto, salgo de mi habitación, y desconfiada, abro la puerta principal tan solo con el fin de asomar la mirada. La luz del pasillo permanece encendida, extraño puesto que funciona con un sensor de movimiento, y tampoco veo nada fuera de lo común.

Empujo un poco más, doy un paso fuera, y entonces los lamentos se vuelven claros. Provienen de las escaleras.

Recorro el corto tramo, y me detengo para observar hasta el final de las escaleras. La puerta cerrada, trayéndome recuerdos escalofriantes de lo ocurrido con la pobre mujer.

Está todo muy tranquilo, pero entonces creo ver algo.

Desciendo, hasta ver silueta que avanza por el pasillo. Se balancea un poco, dando traspiés. Cuando mi cerebro reconoce al hombre, decido seguirlo hasta la cocina.

Tratando de no hacer ruido me acerco al umbral que separa el gran comedor de la cocina, y lo escucho murmurar cosas sin sentido.

—Muero de hambre y esta perra no hizo nada... —Es lo único que consigo entender.

—¿Etta? —Es el chef. Le enseñó a mi hermana todo lo que ahora sabe. Todavía viste el delantal negro, y por la torpeza con la que intenta quitárselo, deduzco que ha bebido más de la cuenta.

Da media vuelta, y su forma de actuar me hace retroceder al replantearme de mejor manera la situación. Pienso dejarlo solo y regresar a mi habitación, pero al escuchar un fuerte estruendo, volteo para encontrar a Etta tirado en el suelo. Se acaba de caer.

Permanece muy quieto durante los próximos segundos, así como yo, pues no sé qué debo hacer. Etta voltea sobre su hombro izquierdo, y es en su intento de levantarse, que logra verme.

—Ayúdame —ordena.

Me acerco y le ofrezco mi mano. Él no solo se hace de ella, sino también de mi bata para dormir. Escucho como la tela se rasga un poco al tratar de soportar todo su peso. Él es más grande que yo en todos los sentidos.

Lo ayudo a llegar hasta una mesa, y me alejo igual de veloz.

—¿Por qué te vas? —Arrastra las palabras.

—En busca de comida. Escuché que tenías hambre.

Aguarda en silencio mientras caliento un poco de sopa que encontré en la nevera. Estoy agradecida con él por acoger a mi hermana de aprendiz, pero eso es todo. Hay algo en su persona que nunca terminó de agradarme. Suele mirar a las mujeres como si su fin fuera calificarlas.

Minutos después, dejo un plato en frente suyo. Prueba una cucharada y escupe sobre la mesa. No sé qué ocurre, si es algo que él mismo preparó.

Se levanta, y le da un manotazo al plato, arrojándolo en mi dirección. El sopero se quiebra ante mis pies, y parte del líquido caliente salta hasta mi brazo. No termino de procesar el ardor o lo que está pasando, cuando, de repente, lo escucho protestar.

—¡Ni siquiera esto puedes hacer bien! —Se abalanza sobre mí, pero retrocedo. Tropieza y cae por segunda vez—. Maldita...

Sus ojos inyectados de sangre, arden de rabia. No entiendo lo que sucede. Él jamás fue agresivo.

Me sujeta del tobillo e intento zafarme, pero su agarre es fuerte. Tira y me hace caer. Entre el dolor que siento en mi espalda, lo escucho reír mientras se arrastra por el suelo y sobre mí.

—Eres una zorra. Mereces que te propine una lección.

El pánico se apodera de mi sistema, y mi mente implora por ayuda. ¿Acaso nadie escucha sus gritos? Es un hotel que alberga centenares de huéspedes a diario. Aunque, por ser de madrugada, la gran mayoría de sus residentes se encuentran descansando. Además, el castillo es tan grande, sus techos tan altos, y sus muros de piedra tan gruesos, que el sonido fácilmente se mantiene en una zona. Es probable que su voz no haya salido de la cocina.

Intento alejarlo de mí, pero recibo un golpe en la mejilla que origina un pitido en mis oídos.

Lágrimas nublan mi campo de visión mientras me retuerzo en el suelo. No entiendo por qué lo hizo, pero cuando me mira, sus ojos resplandecen con auténtica furia.

—Quédate quieta. —Se levanta y, como puede, avanza hasta el lavaplatos—. No vamos a tardar.

Hago caso omiso a su advertencia y me pongo de pie. Avanzo hasta el gran comedor mientras escucho el alboroto que hace al quebrar varios platos. Cuando se queja al notar mi ausencia, corro hacia el Lobby, preguntándome al pasar por recepción, en dónde se metió Nil ahora que lo necesito en verdad.

—¿A dónde crees que vas, perra de mierda?

Mi cabeza me envía una señal de alerta, y con mis manos a punto de empujar el gran portón que hace de puerta principal en el hotel, volteo para definirlo bajo la luz amarillenta. De su mano, un objeto que no consigo definir, es arrojado en mi dirección. Por simple inercia me agacho, y el gran portón recibe un hacha para carne. Un segundo después la madera cruje y se sacude.

Mientras el eco se reproduce en mis oídos, la conmoción por poco es capaz de meterme en un profundo trance, pero por suerte todavía no pierdo la razón, y no tengo idea de cómo lo hago, pero cuando me doy cuenta, descalza y en bata de dormir estoy corriendo sobre la acera tan rápido como puedo, con el corazón arremetiendo como un tambor contra mis costillas.


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Amando la Muerte ✓Where stories live. Discover now