5| ZED 1. EL PERPETUO DECLIVE.

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Habían pasado cinco horas y Zed debería de haber abierto su consulta hace tiempo, estaba durmiendo. No como lo hace cualquier hombre que llega cansado después del trabajo. Seguía borracho. Su cerebro, empapado en alcohol, confrontaba a su hígado que no daba abasto. La de anoche fue una de las peores borracheras de su vida. Si Zed tuviera la mágica capacidad de recordar lo que ocurre por las noches mientras bebe, vería como la última, tres días después de la muerte de aquel niño, sería una de las agresivas. Escribió en su diario, como siempre, y sin previo aviso se levantó y estampó su silla contra la pared. Gritó. Vomitó. Bebió. Golpeaba las paredes con lo primero que veía. Bebió. Vomitó. Golpeó. Se lamentaba por la muerte de su madre, una madre que no existía. Bebió y vomitó. Vomitó y siguió bebiendo. Se golpeó hasta sangrar. Ningún enfermo escuchaba sus gritos debido a que se encontraba demasiado lejos de ellos, aunque al Zed borracho le daba igual. No tenía familia a quien arruinar la vida, ni le quedaba vida que arruinar. Nadie se preocuparía por él, pero irónicamente él se preocupaba todas las noches por alguien, hasta el punto de destrozarse las manos golpeando la pared, sus manos de médico.

Se esperaba haber despertado en la silla de su despacho, puesto que siempre comenzaba a recordar desde allí. Afortunadamente para él, se despertó en el suelo, un lugar menos importante donde destrozar algo. Rodeado de su propio vómito, de su propia sangre y de su propio alcohol. De nuevo vomitó, ahora encima suya. Respiró profundamente e inhaló el alcohol que se había asentado en el ambiente. Su cerebro, una maquina perfectamente rota, reaccionaría al olor con una punzada en su hígado. Hasta su propio cuerpo le indicaba que debía parar. Su cerebro prefería ver muerto a aquel hombre antes que continuar aguantándole. Pero quién es él para aguantarse, si por eso bebe. No tiene resistencia. Nadie la tiene. Temblando se arrastró por la moqueta, no se preocupaba ni por esquivar el resultado de sus propias náuseas. Humillado a no poder más se arrastraba hasta el despacho. Nadie le estaba esperando, pero aun así se sentía humillado. Nadie lo había visto en ese estado nunca. A nadie le importaba tanto como para acudir a su despacho por la mañana, y si así sucedía, lo ocultaba con la clase de un actor de renombre. Escondía sus manos en sus amplios bolsillos, evitaba hablar a una distancia corta para que su aliento no le delatase y mostraba el mejor humor que podía fingir. Todo esto, junto con que nadie tenía permitido entrar en su despacho, le permitía ocultar sus vicios y su fatalidad.

Aquel día fue diferente, él lo sabía, "Llegará un día en el que ocurra lo inesperado". Lo decía por dejar el alcohol no porque alguien llamara a su puerta, cuando él aún estaba recuperándose. Ese día no fue ni eso. Aún estaba intentando levantarse apoyándose en la mesa cuando continuamente sus brazos le fallaban. Un estruendo rompería la dinámica de sus oídos. Tres golpes como tres tragos de alcohol sacudirían la puerta. No hubo contestación. Dos golpes nuevos, como dos vómitos habían derramado desde que despertara. No hubo respuesta de Zed, que aún no se habría incorporado.

—Zed, tenemos que hablar. Es de extrema necesidad. Estamos ante una crisis del Consejo. Tenemos que partir en cinco minutos.

El borracho, expulsando palabras con la delicadeza que se podía permitir, instó a que esperara. No le hizo caso, no había tiempo.

Respiró el ambiente del exterior, llevaba demasiado tiempo sin sentirlo. Ese aroma a suciedad y libertad, acompañado por un hedor a sociedad y terror. De hecho, creía que estaba absorto en comprender las consecuencias que le acarrearía su despido. Pero no, él no pensaba en eso. Deseaba continuar con la masacre de la última noche. Una donde el único damnificado es su cuerpo decrepito, una en donde la sangre añora volver a sentir la pureza con la que nació y una masacre donde sería feliz. Quería volver a embriagar sus pulmones de sueños para que su mente se liberase del sufrimiento. Quería rendirse ante la sucia vida del alcohólico mendigo.

SolusWhere stories live. Discover now