1| EYLA 1. RECUERDOS DE UN PASADO AFLIGIDO.

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Aquella niña procedía de donde los sueños transitan con penuria, buscando a sus soñadores, que descansan en calles sin vida. De donde las enfermedades y la inanición reinaban despóticamente sobre cualquier humano que le plante cara, y de donde nadie, deja de ser nadie.

Cuando eres una indigente, te causa más dolor la compasión que el desprecio. En Shanoe, la compasión era tan efímera como el goce de un estómago lleno, sin embargo, el desprecio abordaba cada oportunidad, demostrándote lo depravada y retorcida que puede llegar a ser nuestra mente. Aun así, ella sobrevivía, o eso le gustaba pensar, pues en aquel lugar y tiempo, ella cambió demasiado. Pero no como cambian los arboles a través de las estaciones o como las arrugas de la edad aparecen en la más tersa piel, cambió de una niña pobre y esperanzadora a una pobre mujer que sentía la esperanza por seguir siendo niña.

Ese día, cuando todo comenzó, corría por Shanoe esperando que al otro lado de la ciudad se encontraran las puertas hacia la fortuna. Por fin la fórmula secreta para la solución de sus problemas se hallaría cerca, o eso pensaba. Salió del callejón, tan sinuoso como poco intuitivo, a la vez que intentaba concentrarse para la larga travesía de engaños que le esperaba. Shanoe era un laberinto. Sus primeras casas fueron construidas a los pies del imperial Alto de la Soberanía. Este, ofrecía una sombra perpetua a la metrópolis, solamente una pequeña plaza recibiría luz, cerca de ella vivía Eyla. Aquel día, una nube de ceniza cubrió el cielo y la noche perpetua reinaría entre los tejados fragmentados.

Cuando salió del pasillo, observó como las casas se confrontaban entre ellas, luchando por conseguir un trozo de aire libre por el que extenderse. Si te imaginas a una serpiente intentando morder su cola, retorciéndose cada vez más, estarías cerca de imaginarte a Shanoe. Solo que para acertar del todo necesitarías imaginarte no cientos si no miles de serpientes, que se reproducen constantemente. Eyla en ocasiones pensaba que muchas de aquellas habitaciones no tendrían ni puertas ni ventanas, estarían muertas. Se imaginaba como una familia nacería y moriría encerrada entre ladrillos. Miles de sueños y mentes excepcionales dejándose llevar, hipnotizadas por el poder macabro de aquellas calles. Esa sensación provocó una pequeña fobia en ella, hasta tal punto de que casi no entraba en ninguna casa o taberna por miedo a una muerte claustrofóbica. Curiosamente, lo hipócrita y satírica que es la vida, le ofreció como refugio una angosta alcantarilla. Vivía allí, pues lo único que podía engullir en aquel entonces eran sus miedos.

Mientras Eyla recorría la plaza central, los gemelos Dason llamaron su atención. Estos miraban recelosos como avanzaba por la plaza con largas zancadas. Ella, con una mirada, les dijo dos cosas. La primera, que cuidaran de su refugio en su ausencia, la segunda que les traería comida a cambio. En los días en los que el tiempo no acompañaba, los gemelos tenían permitidos la entrada a la guarida subterránea. No eran buena compañía, puesto que solo se quejaban, pero mejor que aguantar el frio en soledad es arrimarse a otro calor humano.

El rumor se había esparcido a tal velocidad, que cada niño que observabas correr por los angostos caminos sabías tanto el por qué como el para qué lo hacía. Corrían porque necesitaban comer, y lo hacían a tal velocidad para llegar los primeros. El soplo de información, relatado de boca en boca por mendigos, daba una localización. El cruce de la Puerta Roja con el de Sin Salida Verde. Sus nombres indicaban exactamente lo que en ellos se encontraban, puesto que la planificación en aquel lugar estaba lejos de ser considerada y menos aún la creatividad a la hora de nombrar las cosas. Así que Puerta Roja al callejón donde hay una puerta roja y Sin Salida Verde, al callejón sin salida donde rebosaba la vegetación. Allí, donde se cruzan las obviedades se encontraba un señor cambiante según las versiones. En algunas, un anciano que por el peso de su edad no pudo soportar el del saco de patatas. Otro, que un Adorador lo habría dejado allí para expiar sus pensamientos lascivos. El que había llegado a sus oídos fue uno donde dos hombres discutían y en el fragor de la batalla el saco se rompió, esparciendo las patatas por el suelo.

SolusWhere stories live. Discover now