3| LADIAN 1. UNA PRIMERA VEZ.

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En las afueras de Roarn, fuera de la protección de sus murallas, estaba por nacer la tercera hora de la madrugada y la fría niebla invadía cada centímetro del patio interior. Nacían también en aquel momento tres sonidos, dos agudos y uno grave. Dos choques de lanzas y el golpe final a unas desafortunadas costillas. Se podría decir que el suelo de piedra se estaba cubriendo poco a poco de un rojo carmesí, pero la realidad es que ya lo estaba desde hacía tiempo. La persona muerta no era nadie, un simple soldado con un desafortunado día. Sin embargo, el hombre que lo ensartaría se acababa de convertir en alguien. Era la primera vez que mataba, y eso se notó en su rostro. Sus ojos denotaron incredulidad ante lo ocurrido y su boca, que demostraba cansancio, sería incapaz de articular palabra por unos minutos. La culpa paseaba por sus inseguridades intentando apoderarse de su razonamiento. Seguramente, su respirar iba acorde con el latir de su corazón. Tomó aire profundamente, agarró con fuerza la lanza y tiró de ella. Una cascada ascendente de sangre salía del cuerpo moribundo, pero a él no le importaba, ni siquiera se dio cuenta. Había aprendido a convivir con la muerte desde pequeño, aunque nunca había tomado parte de ninguna. Para él, ver sangre era algo tan normal como beber agua. Desaparecieron las pocas emociones que mostraba y comenzó a danzar.

Su pelo ondeaba en sintonía a sus movimientos. De color plateado y azabache. Brillaba a la vez que se ocultaba en la oscuridad. Sus ojos, blancos como el marfil, apuntaban ferozmente a sus enemigos. Danzaba describiendo giros sobre sí mismo, a la vez que rotaba su arma, estaba demasiado bien entrenado para su oficio. Acto seguido, la lanza se clavaría en el pecho de otra persona. Llevaba dos víctimas, sus dos primeras, esta vez su rostro no cambiaría. Ya sus ojos no denotaban ningún atisbo de culpa, se había convertido en un Liberto, al menos eso creía.

Caos, era la mejor definición para una batalla sin vencedor. Sus propios compañeros se interponían en su camino, empujándole o entorpeciendo sus movimientos. La mayoría de ellos se habían unido los últimos años tras el fracaso de Gracia, por lo que no eran tan hábiles en batalla como él. Ladian entrenaba duramente cada día de su vida para dar la talla cuando la batalla de verdad comience.

Tras su segunda víctima, recibió el golpe de una persona desorientada y cayó al suelo. Poile siempre le decía que, en donde los cadáveres descansan, es el mejor lugar para ver una batalla, al menos para el enemigo. Así es como vio la realidad que escondía la guerra. Una en donde no había vencedores, solo muerte. Su cara hubiera golpeado el pavimento de no ser por un cadáver que frenó el choque. Sus rostros se miraron, aunque a decir verdad solo uno miraba, el otro descansaba en lo más profundo de un sueño sin final. Otro día seguramente ese hecho se hubiera convertido en un trauma, pero él ya tenía los suyos propios, además, no tenía el tiempo suficiente como para asimilar aquellos ojos carentes de vida.

Con un hedor a putrefacción se retiró el agua embarrada que ensuciaba su frente para sonreírle a la muerte, pues la espada de otro enemigo rozaría su cadera recién girada. El Medianoche había aprovechado el despiste de Ladian para intentar ensartar su estómago, pero falló. Aquel hombre sintió como de una patada el metal que había clavado sobre un cadáver salía volando. De un salto, Ladian se incorporó y golpeó el cuello de su rival con un puñetazo mal dado. Gracias a la fatiga y su mala ejecución cayó de nuevo. Otra vez tuvo suerte, pues se desplomó sobre su propia lanza y gracias a ella ensartó a su nuevo contrincante que se abalanzaba sobre él, aprovechando la oportunidad. Aquel Medianoche desprovisto de honor pereció sujetado por los hombros de Ladian.

Nacía así la cuarta hora de la madrugada y la niebla ya había desaparecido, en cambio, todo se tiñó de rojo. Nacían también así otros tres sonidos, el primero fue el quejido de Ladian, que agotado aguantaba el peso de un cadáver sobre su lanza. El segundo sería el grito embravecido de un Soldado Medianoche, que corría hacia él con su espada en lo alto. El tercero y último fue el producido por los tendones del tobillo de aquel enemigo desgarrándose por el filo de un puñal. Se había salvado de nuevo. Tuvo mayor suerte aun cuando la espada del Medianoche cayó literalmente rozando su cuello, le propinaría una marca de por vida, pero mejor eso que la muerte. Él no notó nada, solo debía continuar. Creía firmemente en su habilidad para matar.

SolusWhere stories live. Discover now